Tucumán está partida en dos. Entre las expectativas del Frente para la Victoria (FpV) de sostener el poder con Juan Manzur como gobernador y las marchas en contra del fraude electoral que denuncia un sector de la sociedad que salió a la calle a repudiar las irregularidades en los comicios del domingo pasado. En esta ola se sube el candidato a gobernador José Cano, la pata radical del Acuerdo para el Bicentenario.

Manzur, ex ministro de Salud Pública de la Nación, salió el domingo a adjudicarse la victoria en las urnas, luego de una jornada caliente, como pocas veces antes se vio en la provincia. La pelea por la sucesión de José Alperovich fue muy reñida en términos de campaña proselitista. La oposición se ha quedado con cuatro de los municipios más importantes de Tucumán, entre ellos la Capital, que concentra más de la mitad de la población provincial; Yerba Buena, una zona de alto poder adquisitivo; Concepción, la “Perla del sur”, y Bella Vista, un distrito arrebatado al FpV. Claro que esto es tomando en cuenta los resultados provisorios que le dieron 14 puntos de diferencia a Manzur respecto de Cano, con poco más del 80% de las urnas escrutadas.

La consagración del ganador de las elecciones provinciales deberá esperar, al menos, dos semanas más, mientras se desarrolle el escrutinio. Las urnas pueden hablar o, en lo opuesto, convertirse en una Caja de Pandora que confirme las sospechas de la oposición y de gran parte del electorado.

Tucumán, el sexto distrito electoral más importante de la Argentina, se había convertido, en los últimos 12 años, en uno de los bastiones del kirchnerismo. Alperovich fue uno de los dirigentes considerados “fundacionales” del proyecto presidencial de su par bonaerense Daniel Scioli, que llegó el domingo a esta provincia para celebrar junto con algunos miembros de La Cámpora, y que debió esperar varias horas para levantarle la mano a Manzur.

El 9 de agosto pasado, durante las PASO, Alperovich había señalado que la población avaló su gestión con el 60% de los votos en su favor. Ese es el piso que, hasta entonces, le garantizó a Scioli con vistas a las presidenciales de octubre. La situación actual no es la misma. Agosto fue un mes convulsionado para el oficialismo provincial. Primero, por la protesta del campo que llegó a instalarle una carpa con productores en plenas narices del despacho que Alperovich ocupa en la Casa de Gobierno. Luego llegaron las marchas en contra del fraude electoral y que el mundo de las redes sociales ha denominado #Tucumanazo.

El actual gobernador no imaginó dejarle un camino lleno de incertidumbre a su sucesor que, a partir de lo que ha sucedido en las elecciones pasados, tiene escaso margen de acción para lo que será su próxima gestión. La clave del nuevo mandatario pasará por volver a recuperar la confianza de la sociedad en los primeros dos años de administración. Antes, tendrá que pasar una prueba de fuego: negociar con los sindicatos estatales la próxima paritaria. Como la mayor parte de las provincias, Tucumán destina más del 50% del presupuesto anual en salarios de unos 80.000 empleados públicos. Esa ha sido, durante la década alperovichista, la clave de la continuidad en el cargo del empresario que puede llegar a convertirse en senador en los comicios de octubre. Ese será el refugio de Alperovich tras tres mandatos consecutivos en lo que gobernó Tucumán sin discusión sobre su liderazgo hasta estos días conflictivos, en los que fue perdiendo gran parte de su imagen, más allá de que él sostenga que aún lo acompaña la voluntad de más del 50% del electorado que le ha dicho sí en las PASO. (El Estadista | Columna de Marcelo Aguaysol, editor de La Gaceta)

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