Por José Luis Milia.-

«No existe sustituto alguno para la falta de previsión y conocimientos sobre cómo actuar con mal tiempo», Peter Blake, navegante.

Se llamó, inicialmente, “Náutico” y supo ser el orgullo del Club Náutico San Isidro. A bordo de él hombres y mujeres aprendieron el arte de navegar encontrando en la fuerza del viento su libertad. Muchos años después, seres de pequeñez inmensa le robaron la dignidad que todo bajel lleva ínsito en sí cuando le impusieron ser nada más que el mascarón -en el rastrero sentido de careta que oculta una fábula- de una política mentirosa y artera.

Para hacer más cruel la ofensa lo rebautizaron “La sanmartiniana” creyendo que, al copiar la idea imbécil de un mico caribeño, la adhesión al Padre de la Patria le daría la nobleza que le habían quitado. Decían que su objetivo era promover la cultura del mar cuando sus “armadores” -simples adoradores de un becerro áureo y berreta- jamás han entendido, ni tampoco les interesa comprender, que no hay política de mar sin una Marina de Guerra respetable y respetada y que hablar de cultura de mar en un gobierno que ha dedicado sus mejores esfuerzos a desguazar lo que queda de nuestra Armada es algo más que una contradicción, es simplemente una canallada.

La ineptitud hizo que su derrota fuera una sucesión de incidentes; por desconocimiento de las aguas en que navegaba varó en la Isla de los Estados, por ignorancia meteorológica se metió en una tormenta en el Atlántico Sur de la que solo salió, abandonado por su tripulación, para convertirse en botín y regocijo de los dos mil mantenidos que la corona británica sostiene en nuestras islas.

A pocos días de una elección presidencial que es de una importancia cardinal, la patética singladura de “La sanmartiniana” es un espejo en el que nos podemos reflejar todos los argentinos porque en el triste final de este pobre velero se terminó personificando todo este tiempo de incompetencia e inquina, de revancha innoble y odios inútiles a los que, por indolencia o miedo, no supimos hacerle frente.

Por una vez olvidemos, porque tenemos hijos y nietos, pensar en función del bolsillo y la ventaja; por una vez no seamos eso que tan bien ha ejemplificado la tripulación de “La sanmartiniana” que pretendiéndose marinos de valor se rajaron al primer embate de ola brava.

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