Por Hernán Andrés Kruse.-

El 22 de noviembre de 2015 se produjo el ballotage que significó el fin de doce años de kirchnerismo. Mauricio Macri, candidato de Cambiemos, le ganó por estrecho margen a Daniel Scioli, candidato del Frente para la Victoria. El peronismo había perdido la tercer elección presidencial en su historia. Las razones que pueden esgrimirse para explicar semejante traspié son múltiples. Veamos. La economía jugó, una vez más, un rol relevante. En el verano de 2014, casi dos años antes de las elecciones presidenciales, el ministro de Economía, Axel Kicillof, devaluó el peso alimentando un proceso inflacionario que el gobierno no logró controlar de ahí en adelante. Los precios comenzaron a subir y los pesos comenzaron a perder valor, lo que terminó por atentar contra el poder adquisitivo de millones de compatriotas. Como no podía ser de otro modo, el nivel de pobreza se incrementó creando un escenario social poco propicio para el oficialismo. Otro factor fundamental fue de índole emocional o, si se prefiere, irracional. El multimedios Clarín se esmeró durante los meses previos a las elecciones presidenciales a fogonear el odio -que se había instalado en amplias franjas de la sociedad a partir del conflicto por la 125- a la Presidente de la Nación. Durante los años posteriores ese odio no sólo no aminoró sino que se incrementó peligrosamente, a tal punto que en 2012 se tradujo en una serie de cacerolazos multitudinarios que pudieron haber provocado una catástrofe institucional. El objetivo del multimedios Clarín fue lograr que la mayor cantidad posible de argentinos votaran en 2015 no a favor de algún candidato de la oposición, sino en contra de Cristina Kirchner. A Clarín no le importaba si el recipiendario del odio era Macri o Massa; lo esencial era que no ganara Daniel Scioli, candidato del oficialismo y “delfín” de la ex presidente. Otro factor, probablemente el más importante, fue el escaso apoyo que la presidente le brindó al gobernador bonaerense en su lucha por la presidencia de la nación. ¿Quería realmente Cristina que ganara Daniel Scioli? Tal pregunta es de difícil respuesta ya que únicamente Cristina está en condiciones de responderla, pero a tenor de lo que sucedió durante la campaña electoral suponer que existió una suerte de falta de apoyo explícito a la candidatura de Scioli de parte del gobierno nacional lejos está de ser una locura. La ex presidente siempre tuvo en mente una sucesión presidencial con dos protagonistas excluyentes: ella y Néstor Kirchner. Néstor fue presidente entre 2003 y 2007. El período presidencial siguiente (2007/011) fue cubierto por Cristina. El plan era que Néstor fuera presidente entre 2015 y 2019, y Cristina entre 2019 y 2023. Se trata de una concepción “matrimonial” o “familiar” del ejercicio del poder que excluye a cualquier dirigente político, oficialista u opositor, que no forme parte del clan familiar.

Todo marchaba tal como había sido planeado hasta que se produjo lo imprevisto: el 27 de octubre de 2010 Néstor Kirchner murió, aparentemente de un ataque al corazón. El plan elucubrado para permanecer en la Rosada durante mucho tiempo se desmoronaba como un castillo de naipes. La muerte de Kirchner rompió con el plan de rotación presidencial elucubrado por el matrimonio. La biología obligó a Cristina a presentarse como candidata presidencial del oficialismo en 2011, ocupando el lugar reservado para Néstor. Cristina ganó holgadamente las presidenciales de 2011 pero al día siguiente comenzó a pensar cómo solucionar el tema de la sucesión presidencial, es decir, cómo garantizar la continuidad del kirchnerismo con Néstor en el más allá y con ella misma inhabilitada para competir en 2015. Es probable que haya pensado en las siguientes opciones: a) reformar la constitución para poder competir en 2015; b) fogonear la candidatura de Alicia Kirchner, un miembro de la familia, después de todo; c) hacer lo mismo con su hijo Máximo, el heredero natural del trono. También es probable que haya escogido la primera opción, fundamentalmente por una cuestión de egolatría y ambición ilimitada de poder. Es cierto que Cristina jamás admitió públicamente que tenía intención de reformar la constitución para competir por la presidencia en 2015. Pero las palabras de Diana Conti, “Cristina eterna”, y las de la propia Cristina, “vamos por todo”, parecieron confirmar la ambición re-reeleccionista del gobierno nacional. Las elecciones parciales de 2013 sepultaron el plan elucubrado Cristina para permanecer en el poder más allá de 2015. La Victoria de Sergio Massa en la provincia de Buenos Aires modificó radicalmente el escenario político nacional. El ex Jefe de Gabinete pasó a ser el político más relevante del país, opacando a Daniel Scioli, Mauricio Macri y la propia Cristina. El fin de la ilusión continuista fue, qué duda cabe, el golpe político más duro que recibió la ex presidente. Consumada la magra elección, Cristina tuvo delante de sí dos problemas muy difíciles de resolver: 1) evitar transformarse en un pato rengo; 2) resolver el problema de la sucesión presidencial. Cristina logró superar el obstáculo del pato rengo con habilidad y mucha fuerza de voluntad. Ella fue presidente hasta el último día de su gestión y en las últimas horas como presidente recibió una despedida en Plaza de Mayo inédita en la historia. El segundo problema fue mucho más complicado de resolver para la ex presidente. Si ella no podía ser la candidata del oficialismo, ¿qué opción le convenía más? ¿Ayudar al candidato kirchnerista que surgiera de elecciones internas o de su dedo, o hacer “la gran Menem”, es decir, hacer una huelga de brazos caídos encubierta para posibilitar el triunfo del candidato de la oposición, en este caso Mauricio Macri? Es evidente que Cristina se inclinó por la segunda opción, previendo que si ganaba Macri ella se convertiría casi de manera automática en la jefa de la oposición. En cambio, un triunfo de Scioli, debe haber calculado, la hubiera condenado al ostracismo político porque el peronismo sólo obedece a un jefe. Cristina no hizo nada por la candidatura de Scioli sencillamente porque no le convenía que el peronismo continuara en el poder en 2015. Su plan dio sus frutos ya que Scioli perdió en el ballotage, lo que le permitió a Macri sucederla. Pero lo que seguramente no previó fue que a siete meses del fin de su mandato el Frente para la Victoria esté a punto de estallar en mil pedazos y que numerosos ex funcionarios de su gobierno estén procesados por diversas causas de corrupción.

Como sucede ante cada derrota en las urnas y sobre todo el derrotado es el peronismo, los coletazos de la debacle son verdaderos tsunamis. Cuando Mauricio Macri asumió el 10 de diciembre, el FPV era la primera minoría en Diputados y la mayoría absoluta en el Senado. Siete meses más tarde, perdió gran parte de su poder en ambas Cámaras quedando en evidencia la grave crisis política que afecta al kirchnerismo en especial y al peronismo en general luego de la derrota de Daniel Scioli. El primer cimbronazo que sufrió el FPV en la Cámara Baja fue protagonizado por cerca de una quincena de diputados que, al mando de Diego Bossio, decidió emigrar del kirchnerismo. Luego se produjeron algunos desgajamientos menores y paralelamente en el Senado, Miguel Ángel Pichetto, jefe del bloque de senadores K, está hoy más cerca del presidente de la nación que de Cristina Kirchner. Ni qué hablar de varios gobernadores y ex gobernadores que durante los últimos doce años vivieron de la ubre cristinista y hoy son críticos acérrimos del gobierno anterior. El ex gobernador tucumano Alperovich acaba de expresar que el kirchnerismo está terminado. Lo mismo dijo su sucesor, Juan Manzur. No dudaron en tirar por la borda todo lo que le deben tanto a Néstor como a Cristina Kirchner, con tal de congraciarse con el nuevo dueño de la caja del Estado: Mauricio Macri. Estas deserciones fueron alimentadas por los sonados casos de corrupción que afectan a personajes ligados de alguna manera al kirchnerismo: Ricardo Jaime, Lázaro Báez, Pérez Corradi, José Francisco López y Julio De Vido, uno de los funcionarios más influyentes durante todo el ciclo kirchnerista. Estas denuncias calaron hondo en el kirchnerismo, fundamentalmente en su militancia, que observa con ojos muy críticos esta andanada de denuncias de corrupción que afectan al kirchnerismo como fuerza política. En las últimas horas se produjo quizá la deserción más grave ya que tuvo como protagonista al Movimiento Evita, una organización que tiene como líderes nacionales a Emilio Pérsico y el Chino Navarro, y que le garantizó al kirchnerismo dominio territorial y la presencia de miles de militantes en cada acto protagonizado por Néstor y Cristina Kirchner. Los seis diputados nacionales que pertenecen al Movimiento Evita, Leonardo Grosso, Andrés Guzmán, Lucila De Ponti, Remo Carlotto, Araceli Ferreyra y Silvia Horne, anunciaron el jueves 23 de junio su separación del bloque del Frente para la Victoria que conduce el abogado laboralista Héctor Recalde. Mientras tanto, fue confirmada desde el despacho del diputado nacional y presidente del PJ, José Luis Gioja, la convocatoria para el jueves 30 de junio de la conducción del peronismo que contemplará una cuestión que puede ser letal para el futuro del kirchnerismo en Diputados y Senadores: la instrucción a diputados y senadores para que constituyan bloques peronistas a lo largo y ancho del país al margen del Frente para la Victoria. El objetivo es bien claro: reducir al kirchnerismo a La Cámpora. Mientras tanto, los diputados del Movimiento Evita han decidido denominar a su flamante bloque “Peronismo para la Victoria”. Leonardo Grosso explicó que “tenemos diferencias políticas (con La Cámpora)”. Los diputados evitistas plantearon como diferencia fundamental la ausencia de autocrítica luego de la derrota electoral en el ballottage y la tibieza del kirchnerismo frente a los casos de corrupción que últimamente vienen conmocionando al país. Lo que terminó por convencer a los diputados evitistas de abandonar el barco kirchnerista fue la decisión de la amplia mayoría de los miembros del bloque K de proteger a Julio De Vido, presionado para que renunciara a sus fueros luego del tsunami político ocasionado por su número 2, José Francisco López. El ex ministro de Planificación sostuvo que si renunciaba a sus fueros no haría más que ceder a la presión de Cambiemos, remarcando que nunca se había amparado en sus fueros. Los diputados evitistas no coincidieron con el planteo de De Vido y al escuchar “esto es así, al que no le gusta tiene las puertas abiertas para irse”, decidieron abandonar el bloque del FPV. Desde el Movimiento Evita se dijo que “no tenemos nada contra De Vido, pero después de lo de López es suicida ponerse a discutir sobre los fueros”. Por su parte, Fernando “Chino” Navarro consideró que “es una decisión muy dolorosa, pero en el bloque no vemos voluntad de construir políticas como venimos planteando” (…) “lo que está en juego no es ser solidario con dirigentes o con funcionarios que nos traicionaron” (fuente: Página 12).

Decisiones como las del Movimiento Evita terminan siendo funcionales a un presidente que cree que con ajuste, recesión e inflación saldremos adelante. Es de esperar que dentro de un tiempo los ánimos se enfríen para comprender que la única manera de enfrentar a una fuerza política que cuenta con el respaldo monolítico del establishment, es a través de un gran frente opositor capaz de derrotarlo el año que viene en unas elecciones que determinarán cómo será la vida de los argentinos en las próximas décadas.

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