Por Carlos Tórtora.-

Daniel Scioli es hasta ahora el principal damnificado por la secuencia de episodios que van desde las inundaciones en Buenos Aires hasta el escándalo de las elecciones tucumanas, pasando por su inoportuno viaje a Italia y su insólita declaración jurada patrimonial. El equipo de campaña del gobernador se muestra francamente desorientado, sobre todo por la imposibilidad de salir a plantarse con opiniones propias sobre la política nacional. Con su show televisivo de la semana pasada, CFK le demostró que no está dispuesta a dejarlo tomar vuelo en la campaña electoral (ni después tampoco) ya que le marca la línea a seguir en casi todos los temas, para que nadie se olvide que, si llega a presidente, sería un simple delegado del aparato cristinista.

Estos límites bastante graves hacen que el supuesto relanzamiento de la candidatura de Scioli se vaya convirtiendo en una entelequia.

No pasa lo mismo con la trama política. De la mano de Juan Manuel Urtubey, José Luis Gioja y Eduardo Fellner, serían varios los gobernadores del PJ que están conversando sobre cómo seguir después del 10 de diciembre si es que Scioli consigue ganar el ballotage que los encuestadores ven cada vez más seguro.

El precio del poder

Habría varios puntos de consenso entre los gobernadores justicialistas no incondicionales de la presidente. El primero gira en torno a que, si CFK continúa pretendiendo dirigir el futuro gobierno desde su casa, la presidencia de Scioli estaría condenada al fracaso y esto arrastraría a todo el peronismo, que ya está lesionado por la pérdida de votos sufrida en las PASO en varias provincias. A la discreta mesa de gobernadores llega también el clamor de muchos intendentes del conurbano que se creían invulnerables y que ahora corren el riesgo de perder sus tronos el próximo 25 de octubre. Son los casos de, por ejemplo, Hugo Curto (Tres de Febrero) y Raúl Otahecé (Merlo), que advierten que el Frente para la Victoria está peligrosamente estancado y que Scioli ha mostrado ser menos candidato de lo que parecía.

Volviendo a los gobernadores moderados, estos están conversando acerca de formar una liga de gobernadores que se constituya en el contrapeso justicialista del aparato cristinista. Esta liga, por supuesto, tendría su precio para darle sustento a un Scioli que ni siquiera controlaría la provincia de Buenos Aires en el caso probable de que Aníbal Fernández lo suceda en la gobernación bonaerense. Las aspiraciones de los caudillos provinciales pasarían por integrar el gabinete nacional, iniciando una etapa de federalismo extremo, totalmente contraria al cerrado unitarismo que impusieron los Kirchner. Lo más parecido a este proyecto de liga de gobernadores fue el esquema de poder que sostuvo a Eduardo Duhalde, con el agregado de que, en aquel caso, también los bloques legislativos cogobernaban con el caudillo bonaerense. Claro está que hay diferencias obvias. Duhalde no era un presidente electo sino surgido de una Asamblea Legislativa, por lo cual su debilidad se justificaba. Además gobernó apenas un año y medio, que no es lo mismo que ser electo para cumplir cuatro años de mandato.

Víctima de su hasta ahora aparente fragilidad, Scioli parece condenado a gobernar condicionado por su antigua jefa o bien por los caudillos del PJ. En cualquiera de los dos casos, su autoridad presidencial podría lucir seriamente mellada.

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