Por Susana Merlo.-

Acaban de pasar las elecciones legislativas y la ciudadanía espera que, finalmente, los tiempos políticos den ahora lugar a los tiempos “ejecutivos”, de construcción y manejo del país.

Con un masivo respaldo a nivel del territorio, con la legitimación que dan los votos mayoritarios, y con la oposición disgregada y sin líder aparente, por ahora, el oficialismo cuenta con el poder necesario para poner en marcha el proyecto que prevea, sobre todo, las medidas “impopulares” pero imprescindibles, que fue postergando al principio porque, a pesar de haber ganado en 2015, no contaba entonces con tanto poder, las diferencias no eran demasiado marcadas, y luego por la cercanía de las elecciones, por lo que se rechazó cualquier medida que pudiera hacer perder algún voto.

La realidad ahora es diametralmente opuesta, muchos “extendieron el cheque” al Gobierno por otros dos años, pero justamente a la espera de que obtenidas las fuerzas suficientes, el Ejecutivo se disponga a eso, a “ejecutar”, ya que tampoco es tanto el tiempo que tiene, puesto que se estima que para agosto-octubre del año próximo se comenzará a correr, otra vez, la carrera eleccionaria, aunque entonces será por la presidencia de la Nación y, seguramente, allí se competirá por la reelección del oficialismo (otro período para Mauricio Macri), y una oposición que aún no aparece para nada clara, pero que para entonces deberá estar algo más definida.

En concreto, quedan menos de 12 meses para plantear el gran rumbo del país y poner en marcha los lineamientos que deberán caracterizar a la Argentina. El Gobierno parece haber entendido esto, y si bien no presentó directamente el paquete de medidas concretas, el presidente hizo esta semana su primera presentación “real” como mandatario, esbozando finalmente el perfil de lo que pretenden para la Argentina. El “marco” en el que transcurrirán, al menos, los próximos 2 años, si es que los dichos se transforman en hechos.

Algo quedó también bastante en claro: tanto Macri, como algunos de sus funcionarios saben perfectamente lo que habría que encarar, aunque hasta ahora habían puesto otras prioridades.

Pero ¿qué pasará de aquí en más? es la pregunta que casi todos se hacen.

Es que hasta el momento, era tal la entronización que se venía haciendo de la coyuntura, la política de lo inmediato ante todo, y el proselitismo sobre la producción, que se desconocían los grandes rumbos, un hecho que también ponía en riesgo de perder el tren del gran potencial que hasta ahora había caracterizado a la Argentina a los ojos del mundo. La “tierra prometida” de los inmigrantes, el “granero del mundo” de la posguerra, o “el gran supermercado” de los ‘90, ahora aparecen ya como consignas antiguas y definitivamente superadas.

Pero, sin plan aparente, sin objetivos de mediano y largo plazo, sin un programa integral, estructurado y consistente, cada interrogante sobre el futuro fue cayendo en grandes e insondables abismos. Peor aún, en un silencio generalizado, en el que nadie atinó (o quiso hacerse cargo) a esbozar alguna respuesta. Ni el Gobierno, ni el sector privado.

Pero ahora los tiempos son perentorios, sobre todo considerando que para un país, 2 o 3 décadas son apenas un momento, que los avances de la tecnología ya son exponenciales y que, en el caso del campo, los tiempos de la naturaleza y la infraestructura atrasada, exigen un inevitable mediano plazo. Y más aún, después que el propio presidente de la República reconoció los principales problemas y déficits.

Entonces, lo que falta es que además del “marco”, aparezca el cuadro (las medidas), y la definición del destino país al que apunta el Gobierno. Los cambios de funcionarios son solo una parte.

Simultáneamente, también sería deseable que los privados hicieran escuchar su voz, tanto en los reclamos, como en propuestas concretas, muy escasas hasta el momento, pero que se facilitarán mucho si el Ejecutivo termina de orientar finalmente la brújula, y lo hace público.

En el sector agropecuario, por ejemplo, nadie mejor que los productores para conocer los cuellos de botella, las restricciones, los sobrecostos, los excesos, y las ineficiencias de los distintos niveles de Gobierno (municipal, provincial y nacional).

También la cantidad de trámites superpuestos y burocráticos que se imponen desde los bancos, hasta las oficinas públicas, todo lo cual implica tiempo, gestiones, y costos extra.

Por otra parte, el Poder Legislativo (adormecido desde hace unos años, especialmente en lo que al campo se refiere) requiere una participación mucho más activa de los privados, tanto para “controlar”, como para aportar ideas y propuestas, e “incentivar” a la acción.

Pero tal vez una de las cosas más importantes, y menos tenida en cuenta hasta el momento, es la parte de educación que, en lo que al sector agroindustrial se refiere, constituye probablemente uno de las grandes restricciones que se va perfilando, por la falta de preparación de la mano de obra para manejar las nuevas tecnologías y, más aún, las que se proyectan en los años venideros.

Alguien dijo que esta es una “refundación del país”, y tal vez llegue a serlo. Lo que es seguro es que “es ahora, o nunca”…

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