Por Susana Merlo.-

La reciente decisión del Gobierno Nacional de incluir a los servicios en la aplicación de “retenciones” (en realidad, impuestos a la exportación), medida con la cual pretende incrementar la recaudación para las arcas del Estado en unos U$S 700 millones, levantó polvareda entre los sectores ahora incluidos en la decisión.

Si bien nada se había escuchado cuando hace 5 meses atrás, se volvió a imponer el gravamen a otros sectores productivos, ahora la reacción fue inmediata aunque, lamentablemente, las argumentaciones dejaron mucho que desear y mostraron en más de un caso, un profundo desconocimiento.

Es que en el “sálvese quien pueda” parece haberse apelado a cualquier argumentación, por más antigua, anacrónica, o perimida que pudiera resultar. El hecho era “decir algo” y, en general, muchos optaron por atacar al resto “en defensa propia”, por más inconsistentes que resultaran los argumentos.

Así, en lugar de insistir en lo retrógrado que resultan las retenciones como medida de política económica, y en que son muy pocos (y los más atrasados económicamente) los países que apelan a este tipo de medidas, se optó por el más simple (aunque igual de retrógrado), “¡a mí no…!!!” que, indirectamente, admite el: “al otro, si”.

Es cierto que los exportadores de servicios son, en general, empresas de tecnología intensiva, pero eso no excluye a otros rubros tecnológicamente también muy avanzados y, menos aún, justifica la aplicación de retenciones al resto.

De hecho, el único argumento válido e indiscutible contra este tipo de impuestos y el incremento de otros, es la imperiosa y urgente necesidad de que el Gobierno encare, de una vez por todas, el atrasado achicamiento del gasto público y mejore la eficiencia en la asignación de los recursos, justamente, los dos justificativos menos escuchados.

Pero la alarma va mucho más allá. Es que agitar la bandera de la “primarización” de lo exportado ya no resiste el menor análisis. Por un lado, porque la obtención actual de bienes agroindustriales (principal rubro histórico, de ingreso de divisas de Argentina) ya se encuentra demasiado alejada de aquel concepto que era real a mediados del siglo pasado. Ahora, con robótica mediante, ingeniería genética, controles satelitales, drones, Big data, química biológica, etc., la producción agroindustrial presenta en la actualidad un nivel de agregación de valor “hacia atrás”, como pocos otros rubros pueden ostentar en el país. Esto, de todos modos, no invalida más industrialización a partir de allí, y siempre y cuando convenga y se pueda (casi todos los países importadores quieren o necesitan industrializar en destino).

Más inquietante aún resulta la confusión entre “valor agregado” y “proceso” en la que sucumben buena parte de empresarios, dirigentes y funcionarios que siguen repitiendo slogan de hace décadas atrás.

¿Qué tiene más agregación de valor, una manzana fresca, con marca, exportada en contraestación, o un jugo envasado en tetrapack para el mercado interno?, o un corte de carne vacuna producto de arduos cruzamientos y selección genética, trazado, envasado al vacío, con marca, destinado a los mercados más sofisticados, o una lata de picadillo de carne, o las hamburguesas commodities como las venden en Estados Unidos??

Las cosas cambian, ahora existen teléfonos inalámbricos, hay microondas, se viaja al espacio, hay Internet, cambió la medicina…, cosas que tampoco ocurrían cuando la producción de granos, leche, o carne era realmente “primaria”, hace 70 o 100 años.

¿Porque suponer, entonces, que la producción de alimentos se hace todavía con bueyes, se cosen las bolsas, y se estiban a mano?? ¿Es solo desconocimiento, o conviene seguir sosteniendo como válidos datos que quedaron en la historia hace décadas?

Industria versus campo era -relativamente- cierto en 1950. O es que alguien piensa seriamente hoy que la sofisticada industria argentina de alimentos, o la de maquinaria agrícola, o la tecnología de drones para controlar la producción, o los agroquímicos, no pertenecen al sector agropecuario?, porque es obvio que cuentan con proceso y agregación de valor. Eso no es discutible.

Pero más grave que toda esta falsa brecha que algunos insisten en mantener vigente, aunque el mundo ya pasa por otro lado, es la contraposición entre el discurso público y las medidas que adopta el Gobierno, como el reciente “aplastamiento” de diferenciales arancelarios que había en favor de productos con más proceso y que ahora al desaparecer, simplemente favorecen las exportaciones menos industrializadas, tal el caso de aceites y harinas oleaginosas, vs el poroto de soja, solo por citar un caso.

¿También en este caso las decisiones son ingenuas o sólo por desconocimiento, o se trata de una verdadera política?

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