Por Emilio J. Cárdenas.-

Falta ya menos de un mes para que los argentinos puedan elegir, en las urnas, a quién suceda en la presidencia de la República a Cristina Fernández de Kirchner, cuya gestión (como vimos la semana pasada) terminó destruyendo ex profeso al agro argentino y, peor, culmina con una economía realmente en muy mal estado por donde se la mire.

Si la sucede su propio candidato, Daniel Scioli, otro populista al que increíblemente acompañan en la campaña (con sus presencias personales) nada menos que Evo Morales, “Lula” da Silva y Rafael Correa, poco y nada cambiará, presumiblemente. El rumbo actual se mantendrá y la decadencia argentina seguirá su rumbo. Barranca abajo, ante los ojos atónitos del mundo. Para desgracia de un país que se ha dado el inédito lujo de destruir a su propio sector rural, uno de los más competitivos del mundo. Con tipos de cambio arbitrarios, subsidios irresponsables y precios relativos fijados caprichosamente desde el gobierno, en desmedro siempre del agro.

La presión fiscal sobre el agro es descabellada. De cada 100 pesos de ingresos rurales, nada menos que 94,1 van a parar al fisco, según datos recientes de la Fundación Agropecuaria para el Desarrollo de Argentina. El año pasado eran 81,7.

Cristina Fernández de Kirchner, queda visto, se aleja del poder aplicando todo el torniquete fiscal a su disposición para seguir castigando al sector agropecuario. A lo que debe sumarse una monumental maraña regulatoria -carísima, cuando de cumplir con sus requisitos se trata- que agobia a los agricultores con el inútil papeleo que genera cotidianamente y con las duras sanciones con las que se castigan los incumplimientos. Los perros del peronismo, dicen algunos, no sólo están entrenados para intimidar. También muerden.

Uno podría pensar que Argentina ha dejado de ser un exportador importante de productos del campo para privilegiar la mesa de sus ciudadanos, particularmente los de menores ingresos. Para que los argentinos coman bien y -además- barato. Pero no es así. Pese a que el conjunto agropecuario dejó de exportar en la última década por valor de 150.000 millones de dólares. Esa es la magnitud del desastre.

Tres entes universitarios acaban de publicar un estudio -dirigido por el profesor Roberto Feeney, de la Universidad Austral- que acredita el triste resultado de la política agropecuaria de Cristina. Increíblemente, el pan es en la Argentina un 100% más caro que en Brasil, Colombia, Chile y México. En contrapartida, la superficie sembrada con trigo es (por falta de rentabilidad) el 50% de lo que era hace 10 años, o sea antes de los Kirchner. Y todo es así. Las economías regionales están exhaustas.

Por los desincentivos tributarios y los nudos regulatorios, la Argentina -según el informe referido- ha dejado de exportar, desde el agro, por valor de 15.000 millones de dólares anuales, siempre en la última década, y de producir, también desde el agro, por otros 25.000 millones de dólares anuales. Lo que muestra el verdadero suicidio económico impulsado desde el poder político. Por esto algunos, como Fernando A. Iglesias, se refieren a la década pasada como a la “década saqueada”.

Mientras tanto, los argentinos seguimos consumiendo unos 60 kilos de carne de vaca por cabeza y por año, así como unos 40 kilos por cabeza y por año de carne aviar. A lo que se suma la carne de cerdo. Dinamarca, en espejo, exporta ya el 40% de alimentos que lo que exporta la Argentina. Tiene, recordemos, 20 veces menos tierra y agua. Increíble.

El gobierno argentino, al revés del mundo, no sólo no subsidió a su agro, sino que durante los últimos 12 años lo castigó con saña y contundencia, dañándolo significativamente en su capacidad productiva. Si alguien no conociera a los Kirchner, diría que esto no puede ser. Pero obviamente ha sido así. Y sigue siendo. Mientras tanto, la presidente se mueve con aplaudidores alquilados que no cesan de corear su nombre. Los pagamos todos.

Por ello, tampoco sorprende que la reconocida Asociación Argentina de Consorcios de Experimentación Agrícola acaba de señalar que hoy en el 85% de la tierra dedicada a los cultivos de la soja y del maíz simplemente no son rentables, porque allí se pierde dinero. Se va para atrás, entonces. Inexorablemente.

Por todo esto se suceden los “tractorazos” rurales de protesta. En todo el país. A la francesa. Pero aquí no piden más subsidios, sino que los dejen respirar y les quiten la monumental presión fiscal, que los agobia. Y los derechos a la exportación de sus productos, los únicos en el mundo. Con toda razón. Pero las protestas se suceden sin que las cosas, desgraciadamente, puedan cambiar. El odio y los resentimientos del gobierno nacional hacia el sector rural lo impiden. Soluciones hay muchas, pero lo cierto es que la voluntad de cambio no existe en el oficialismo. Este es uno de los grandes temas en juego en la próxima elección del 25 de octubre. Si no hay cambios, el actual rumbo hacia la degradación del país continuará.

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