Por Susana Merlo.-

Con una visión casi infantil, o al menos, ingenua, tanto de parte de la sociedad como de hasta algunos grupos políticos, se toma el próximo 10 de diciembre como una fecha mágica tras la cual se habrán solucionado todos los problemas que el país viene soportando.

Tal vez debido a esto, pocos/ninguno habla en serio del panorama que habrá que enfrentar entonces, ni se plantea en forma realista lo que se viene que, por muchas razones, va a ser mucho más difícil que ahora.

La Argentina, según todos los indicadores, se encuentra casi sin reservas disponibles en el Banco Central; va a cerrar el año sin superávit comercial, y habiendo perdido casi totalmente su competitividad, entre otras cosas, por el extraordinario aumento del costo argentino.

Y, si eso no fuera suficiente, tiene “hipotecados” varios frentes en los que ya gastó a cuenta. A saber, a) deuda en infraestructura nueva y mantenimiento de la (in) existente, b) déficit de nutrientes en los suelos por falta de reposición a causa de la mala rentabilidad de las actividades, c) atrasos en los valores de servicios, d) falta estructural de energía, e) envejecimiento del parque camionero, f) ídem con la maquinaria agrícola, y g) falta/atraso en materia de comunicaciones, entre otros muchos elementos imprescindibles para la producción. Y esto, sin contar todo lo referido al frente externo, a las deudas internacionales, y a las previsionales/sociales internas.

Pero, al menos para el sector más dinámico y competitivo de la economía local, el de la agroindustria de alimentos, el principal cuello de botella a afrontar será la falta de capital dado, por un lado, el endeudamiento creciente que fue registrando, al menos, en las últimas 3 campañas; también al alejamiento que fueron registrando los “pools” de siembra (encargados de financiar durante casi dos décadas, la producción de miles de hectáreas), y a la muy escasa participación que viene registrando la banca oficial, encargada históricamente de financiar la producción, y que ahora se limita a un mínimo, además de mantener aún, por razones políticas, las restricciones de crédito para los productores que siembran soja (¡!).

Descartando que la producción que va a encontrar el próximo presidente el 10 de diciembre es la que se está produciendo ahora, por lo que las restricciones serán evidentes debido a la caída de volúmenes que se espera (granos, leche, fruta, etc.), la mayoría tiene moderadas expectativas respecto a que puede haber un –favorable- cambio de humor en las relaciones con el Gobierno. También las primeras medidas que se vayan adoptando pueden servir para “motivar” a los productores para la siembra 2016, cosecha 2017 (¡!), pero aún con una mejora en el tipo efectivo de cambio y el levantamiento de las actuales restricciones cuantitativas a la exportación (como Roes, permisos, cupos, etc.), eso no alcanza para proveer los abultados ingresos que harían falta para saldar deuda y quedar con resto para invertir en la nueva campaña que, pesos más/menos insume entre U$S 8.000/10.000 millones.

Por su parte, los volúmenes reales a vender no van a ser extraordinarios, ya que la cosecha verdadera (al margen de los datos oficiales), clima mediante, podría ubicarse como las anteriores, entre los 100 y 105 millones de toneladas, y lo más importante, es que tampoco se espera una reacción alcista importante en los precios internacionales de los productos que vende la Argentina, ya que todos coinciden en que la economía mundial seguirá frenada como hasta ahora.

Y a esto, que va a afectar a la liquidez de los productores, pero también al próximo gobierno por el menor ingreso de divisas, y además, de recaudación fiscal vía retenciones (especialmente, si como comprometieron todos los candidatos, se van a remover total o parcialmente, la mayoría de ellas), se le deberá agregar un hecho para nada menor: el mercado interno, que en algunos rubros agropecuarios como frutas, carne, etc. Es determinante.

Y aquí, seguramente, ni bien pasen las elecciones, es probable que se vaya dando un acomodamiento bajista, debido a una demanda interna casi agotada, que ya no es capaz de traccionar por sobre los niveles actuales, más allá de alguna coyuntura como aguinaldos, etc. Y que es probable que pierda también, parte de su poder de compra.

Así las cosas, en este caso, lo más probable es que el sector que fue el puntal económico durante todos estos años, y que aportó montos fiscales extraordinarios, en el 2016 tenga que recibir respaldo para poder seguir adelante. Capitales, financiación, renegociación de deudas, etc., serán los insumos más requeridos, incluso, por los gobernadores que necesitarán que sus sectores productivos, en general básicamente agroindustriales en todo el país, vuelvan a ponerse operativos para mantener primero, y luego aumentar, la demanda de mano de obra que evite conflictos en un país cuyas economías locales están demasiado comprometidas.

Ése es el desafío 2016, y no es fácil.

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