Por Pedro Álvarez Bustos.-

Desde la niñez habité el centro oeste de La Pampa, en plena zona del caldenal pampeano y durante una vida he sido criador en esa región, habiendo frecuentado infinidad de yerras o jornadas de campo caracterizadas -especialmente- por la marcación de ganado vacuno, que se hace con un hierro al rojo vivo, sobre el cuerpo del animal.

En algunos países como Bolivia y Paraguay se denomina “hierra” y en nuestro país y Uruguay es más común el término “yerra”. Hay muy pocos lugares donde se conserva el antiguo nombre de “fierra”.

Los registros de marcas más distantes han sido ubicados en Egipto, unos 2.000 años antes de Cristo.

El lazo

El elemento principal que se utiliza, para atrapar e inmovilizar al animal, es el lazo. Los hay de diferentes tipos. Unos torcidos y otros trenzados. En general tienen un largo de unos 10 metros.

Para que un lazo sea parejo hay que usar el cuero de un vacuno flaco o enfermo, dado que en tales animales la diferencia del grosor del cuero casi no existe entre las costillas, la panza, el cogote y el anca. Estaqueado el cuero, los tientos se van sacando en redondo, parejos o semejantes, para luego proceder a “sobarlos” en aras de que pierdan rigidez y resulten más suaves y flexibles.

Si las tiras son moderadas se retuercen de a una y quedan del grosor de un dedo; si son finas o delgadas son torcidas de a dos o tres. En ambos extremos, al lazo, se le colocan argollas de hierro o bronce.

El lazo trenzado puede ser de 4, 6 u 8 tientos. Lo más normal es yapa (comienzo del lazo y parte que estará en contacto directo con el animal, ya sea cogote o patas) de 6 y el resto del lazo de 4 tientos.

Aquí recuerdo a mi padre, Don Pedro Álvarez o Álvarez Martínez, hombre muy habilidoso para todas estas destrezas criollas, que a los chicos y jóvenes hacía practicar con lazos torcidos, porque eran más seguros y “quemaban” menos las manos, ante un tirón.

Comenzaba por indicar como se debía tirar el lazo (que en latín significa trampa), como debía ser la “armada”, con cuantos rollos, como se rebolea manteniéndolo abierto y dándole un golpe de muñeca en cada vuelta para que al arrojarlo busque las patas delanteras o manos del animal y otros detalles que hacían al éxito de los jovencitos y su entusiasmo por la actividad. Explicaba las técnicas diversas, para pialar “de volcado”, sobre el lomo, de payanca, de revés y de derecho; etc. Como se perfecciona el “swing”.

Ya, en los días previos, “los chicos” preparaban el lazo, lo enjabonaban y estiraban. Comenzaban un entrenamiento con una carretilla invertida, para agilizar el “volcado” del lazo que permitía rodear las manijas del elemento “estático y trastocado”.

Fiesta de nuestra tradición

El día previsto comenzaba el movimiento bien temprano, con la llegada a caballo de los pialadores (vecinos e invitados o anoticiados en la zona). Algunos desensillaban y si había “designados” para enlazar terneros y sacarlos del rodeo para permitir las corridas y el lucimiento de los pialadores, preparaban sus cabalgaduras, recados, lazos, etc mientras el fogón se alimentaba para poder calentar los “fierros” que luego probaban la propiedad de los animales. Ligeros “besos” a cañas fuertes y porrones de ginebra.

Generalmente las familias venían a media mañana o más hacia el medio día; señoras, señoritas, niños, etcétera.

Comenzadas las tareas, los intervinientes se separan en dos grupos; el de los “pialadores” en sí y el de los retoños aprendices.

Lo típico era la castración o capa de los terneros. A ello se le puede agregar colocarles en las orejas la misma señal que distingue al ganado menor del establecimiento y que se visualiza, aún hoy, mejor que el número de las caravanas que aparecieron no hace muchas décadas. Y, lógicamente, la marca a fuego sobre el anca izquierda. Ese “quemar cuero” en un lugar valioso, motivó que comenzara a marcase en la mandíbula izquierda del animal, donde el cuero dañado no es aprovechable. Mi padre, al cual he llamado como Don Pedro II en otras publicaciones, a quien evoco y rindo su merecido homenaje, fue un precursor de ello por allá en la zona de Quehué y General Acha, La Pampa. A Don Pedro II lo he diferenciado de Don Pedro I de la Pampa Central, mi abuelo, que llegara desde Santa María de Vivero, provincia de León, España, a la zona de Anquilobo (vecina de Valle Nerre Có) antes de la fundación de los primeros pueblos pampeanos (Víctorica y General Acha).

Las tareas referenciadas se realizan en otoño o recién entrado el invierno, antes que los días se acorten en demasía, comiencen los fríos fuertes y se hayan ido los calores del verano y las moscas, que podrían infectar las heridas producidas.

Finalizada la faena venía el almuerzo. Algunos chorizos secos o conservados “en grasa”, para ir “picando”, con gruesos tintos o livianos claretes; criadillas al disco, lechón, cordero, etcétera. Luego vendrá el tiempo del relax con algunos trucos, taba o bochas a campo traviesa. También se estilaban algunas cuadreras o carrera de sortija, dejando para la noche los dados. Mates, a toda hora y al atardecer, algún guitarrero y el baile (especialmente, con relaciones), entre tortas y pasteles, vino y cerveza. Cosa curiosa!!! Se perdieron o mermaron las cuadreras y sortija. Lo que ocurre es que el criollaje ya no se desplaza en pingos ligeros, sino en 4 x 4 o pick up en general.

Concluida la jornada, venía la vuelta pa’las casas.

Consectario

La Yerra es una tradición que perdura y perdurará en el tiempo. Con el lazo se logra detener e inmovilizar al animal.

Es una práctica habitual del hombre de campo heredada de los colonizadores y no de los aborígenes que utilizaban las boleadoras con el mismo fin.

En la actualidad muchos ganaderos dejaron de residir permanentemente en los campos. Sin embargo, premian a sus encargados y personal dejándoles armar el festejo.

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