Por Alfredo Nobre Leite.-

Señor Director:

En virtud de que se produjo hace un tiempo la apertura de una cátedra sobre el aborto en una Universidad santafecina, y que en Chile hubo un debate parlamentario para despenalizar el aborto, el arzobispo de Concepción, monseñor Fernando Chomali, envió una carta a un importante diario de ese país, a la que se refirió el columnista del diario «La Prensa», Pabro S. Otero, el 20 del actual, de cuyos conceptos, extraigo, el siguiente: «Los más fuertes se atribuyen el poder de tomar una decisión respecto del más débil. Ello es arbitrario. Además, se atribuyen el derecho de decidir si una vida merece o no ser vivida. Ello es arrogante». A ese respecto, el mes pasado la senadora Mónica Macha (FpV-PJ), había presentado en el Senado bonaerense una iniciativa para «garantizar legislativamente el protocolo de abortos no punibles y la protección integral de la salud de las mujeres». Debo aclarar que procrear no es una enfermedad, sino el cumplimiento de un mandato natural de conservar la especie humana, por el único medio existente por la Ley Natural, ya que el Creador dijo a Noé: «Creced y multiplicaos y llenad la Tierra» (Génesis, IX, l). Por si hiciera falta, el aborto es un delito -por atentar contra la vida-, tipificado por el Código Penal, y, además, la vida está garantizada desde la concepción hasta la muerte natural por la Constitución Nacional y el Pacto de San José de Costa Rica.

La Convención Americana sobre Derechos Humanos, suscripta por los miembros de la Organización de los Estados Americanos, en San José de Costa Rica, el 22 de noviembre de 1969, fue convertida en ley de la Nación por el Congreso el 1º de marzo de 1984. En su artículo tercero, proclama que «toda persona tiene el derecho a que se respete su vida, a partir «del momento de la concepción». (1)

Asimismo, el padre Domingo M. Basso, en su fundamental obra Nacer y morir con dignidad, expresa que se «comenzó con los más débiles y desamparados… los niños no nacidos, pero se ha de proseguir, tarde o temprano, con los adultos, según veremos. Primero, serán los moribundos desahuciados; luego, los ancianos inválidos y molestos; finalmente, los enfermos y los débiles». (2)

Por su parte, Jean Rostand, Premio Nobel e Biología, ha señalado: «el hombre, todo entero, ya está en el óvulo fecundado. Está todo entero, con todas sus potencialidades. Por lo tanto, todo aborto es, sin duda, un pequeños asesinato. El cadáver -subraya Jerome Lejeune- será muy pequeño, pero hay homicidio». (3)

Además, la Declaración de los derechos y deberes internacionales del hombre, redactada por el Comité Jurídico de la Unión Panamericana, cuyo artículo primero expresa: «Toda persona tiene derecho a la vida; este derechos comprende el derecho a la vida desde el momento de la concepción, el derecho a la vida de los incurables, los imbéciles y los insanos». (4)

Parece importante consignar una frase del Evangelio de San Mateo (10, 21). Dijo Jesús: «El hermano entregará al hermano para que sea condenado a muerte, y el padre a su hijo…» «Los hijos se revelarán contra sus padres y los hará morir…». Pareciera que Jesús se refería ya al aborto. La generación que hoy mata a sus hijos se arriesgan a ser víctimas de la eutanasia cuando los hermanos vivos de los abortados sean grandes. (5)

1/4) Del libro «Derecho a Nacer», por Alberto Rodríguez Varela, Abeledo-Perrot, 1993, pp. 16 y 18.

5) Ibid, «Aborto, Tóxicos y Adolescentes», por Carlos Abel Ray, p. 54.

Con cordiales saludos.

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