Por Giuliano Iezzi.-

Anteayer, cerca de la cuatro, estaba desilusionado cuando junto con mi esposa nos unimos a una caravana que avanzaba por la ruta 25 rumbo al centro de Pilar. No éramos tantos y la ruta panamericana 8 estaba normal. Nosotros dimos dos vueltas a la plaza con banderas y bocinazos y cerca de cuatro y media volvimos a la ruta 8. Cuando la vi, me dio un salto el corazón ESTABA COLAPSADA DE BANDERAS Y BOCINAZOS EN AMBAS DIRECCIONES OESTE/ESTE, con el agregado de gente en las banquinas con pancartas y banderas. Sin que se pudiera, desde donde estábamos, ver el inicio y el final.

Muy contentos recorrimos ambas direcciones y ya anocheciendo de regreso a casa le pregunté a Ceci, mi esposa, si estaba emocionada; a lo cual ella, en medio de sollozos, se preguntaba en voz alta si merecíamos vivir de esta forma en un país tan rico como es el nuestro.

Me atacó la vergüenza, porque soy de los que consideran que de una u otra manera tenemos lo que nos merecemos y en esto no hay inocentes, a lo sumo habrá matices de culpa, pero culpables todos. Y reniego de aquellos que se sienten impolutos y próceres incomprendidos. Ésos son los que no nos dejarán entendernos con nuestros hermanos equivocados. Y sin ellos somos pocos y no podremos ir contra los malandras.

Lo de ayer fue una presentación de “armas”, si se quiere, pero la guerra recién comienza y la próxima batalla se dará en las cámaras. Por lo tanto, no podemos avergonzarnos y que los malandras anden por ahí a cara alta mostrando su deshonor con desparpajo.

Desde ahora debemos, con el derecho que nos da pagar y mantener este país acercarnos a las puertas de nuestros legisladores en sus casas personalmente y hacerles saber lo que queremos de ellos, no, no es un escrache, la cuestión no es política sino de derechos y obligaciones y hacerles entender de una buena vez que un trapo rojo jamás será nuestra bandera.

Si no somos muchos, al menos uno que haga puntas.

Semejante propuesta de al menos uno se puede sustentar con la fábula del colibrí.

Habíase declarado un incendio en el bosque y, mientras huían en estampida, un colibrí tomaba agua en su pequeño pico y se lo echaba a las llamas. Entonces el león, el poderoso rey de la selva, lo increpa y le dice si cree que logrará algo. A lo cual el colibrí le contesta que lo que está haciendo es tan importante como que ¡ÉL HACE SU PARTE!

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