Por Jorge Augusto Cardoso.-

He adquirido, a lo largo de los años, ciertas experiencias de lo que debe ser una democracia republicana, de esas que se replican en la mayoría de los países de occidente, que brindan a sus ciudadanos garantías constitucionales que establecen, en general, lo que está bien y lo que está mal para la armoniosa vida en sociedad. En ellas los gobernantes no gobiernan para facciones, sino para el bien del total de los ciudadanos; defienden los principios constitucionales, a los débiles e inocentes, y condenan a los que delinquen. Donde no hay Fuerzas Armadas desarmadas ni escuelas que no enseñan; ni hospitales desprovistos; ni vicepresidentes con causas penales; ni agrupaciones militantes que manejan: las cajas del estado para su provecho; y las políticas, esas que definen el rumbo de la actividad para la producción y el crecimiento, con sobrada impericia y negligencia.

Miro el escenario de la Argentina de hoy y, ante la enorme dispersión que hay, entre lo que debe ser y lo que es, asombrado me pregunto: ¿Estoy percibiendo real la realidad?

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