Por Gustavo Oscar Colla.-

Durante mi ya larga estadía en este país, habiendo desarrollado mi vida en un marco de dirigismo y regulaciones de todos tipo, viendo las mismas carentes de sentido en su enorme mayoría, siempre sospeché, presentí e intuí la existencia de nichos de corrupción, que por sus volúmenes han dado en llamarse curros. En los días que corren, salen a luz nichos y cuevas de esas características por todos lados. Bien puede cambiarse el dicho, «donde se pone el dedo sale pus» por el dicho «donde se pone el dedo, sale un curro», que, en definitiva, serían sinónimos.

Está buenísimo que el Gobierno actual proceda, además de descubrirlos y hacerlos públicos, a destruirlos, aplicando la metáfora de la motosierra en todas sus letras. Sean ministerios, universidades, y organismos públicos como está saliendo a la luz en el día a día, con características en montos y estructuras de verdadera obscenidad.

Lo triste y lamentable es que todo esto viene de muy atrás, con lo cual, enquistada culturalmente en la sociedad, esta podredumbre ha sido financiada con el esfuerzo de muchos ciudadanos de bien, lo que, obviamente, ya es irrecuperable. Obviamente, lo primero que habrá que hacer es mandar a sus casas a los usufructuarios de todo ello, pero duele mucho pesar, que, en su enorme mayoría, tienen sus vidas confortablemente hechas y quizás por varias generaciones. Y como si el daño hecho hubiera sido escaso, ese envío a casa vaya acompañado de indemnizaciones, pensiones y otras creaciones de la inmensamente imaginativa «currolandia».

Como muchísimos conciudadanos, hemos pagado, seguimos pagando y seguiremos pagando por generaciones venideras, los costos de esta inmundicia.

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