Por Hugo Modesto Izurdiaga.-

El 10 de diciembre, el Frente de Todos celebró el Día de la Democracia con un festival en la Plaza de Mayo, con la presencia de 250.000 militantes. Causaba asombro ver a una inmensa cantidad de gente agolpada, sin distanciamiento social, y muchos de ellos sin barbijo. Para esa misma fecha se había registrado una cifra de casos positivos de coronavirus bastante menor que los picos registrados a fines de mayo. Pero el Estado argentino no prestó atención a que (al mismo tiempo) en Europa la situación era notablemente diferente (comparada con nuestro país) y que allí se estaban produciendo cifras preocupantes. Era de prever, y se sabía muy bien, que si en aquellos países se estaban dando una alta cantidad de casos, esto se vería reflejado (con el correr de los días o meses) en la Argentina. Era como leer el diario del lunes. En consecuencia, la situación ameritaba que se tomaran las medidas sanitarias adecuadas, para evitar un aumento en la transmisión del virus. Se podría afirmar que “el acto político” frente a la Casa Rosada fue un lamentable desacierto, que podría haberse evitado y postergado para otro momento más oportuno.

Pero esta clase de yerros ya venían de tiempo atrás. El 26 de noviembre de 2020, en plena epidemia y con 1,4 millones de infectados y casi 38.000 muertos, a las autoridades nacionales se les ocurrió organizar el velatorio de Maradona en la Casa de Gobierno. Asistieron al funeral cientos de miles de personas, todas amontonadas en largas filas. Después se produjeron desmanes, y todo concluyó en un caos total. Por aquella época, el Ministerio de Salud (aunque parezca jocoso) aconsejaba “evitar los eventos y reuniones numerosas”.

Durante el acto del 14 de agosto, en la provincia de Misiones, Alberto Fernández manifestó: “El tiempo más ingrato de la pandemia ha terminado”.

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