Por Máximo Luppino.-

La inclusión es la consigna a seguir.

La inclusión social del semejante, del otro, del vecino, del familiar es el mandato ético insoslayable que la vida nos dicta aplicar en este tiempo donde el cemento y la bárbara indiferencia por nuestros pares parecen reinar en paralelo. La atroz actitud del descarte humano es aplicada por las mentes escasas de luz, por el capitalismo materialista salvaje que “venera” una moneda de cobre despreciando irreverentemente la diamantina belleza del alma celestial.

El insecto más pequeño y en apariencia “sin importancia” posee una razón de ser. Esto se comprende cabalmente cuando la conciencia se amplia y se ve con la sabiduría del alma. Si esta criatura diminuta es importante, imagínate cuánto más aún lo es un ser humano pensante y capaz de reflejar profundos sentimientos.

El que descarta a los demás en verdad se autoexcluye a sí mismo del bienestar espiritual de saber que lo que “damos es lo que recibiremos”. Reflejar solidaridad y compasión significa un acto de armonía con la generosa y universal creación.

En la persona que se traslada en silla de ruedas está germinando el próximo maratonista, en el mudo subyace el inspirado orador que conmoverá a grandiosos auditorios con su aterciopelado y dulce verbo. Los dañados ojos físicos en muchas ocasiones despiertan el tercer ojo etérico capaz de apreciar paisajes ocultos tras las sombras de las humanas distracciones. Ojalá no exista dolencia alguna de ningún tipo ni forma, pero es correcto saber que detrás de cada inconveniente impera una oportunidad de superarnos.

El flamante presidente de los argentinos, Alberto Fernández, nos recordó que: “¡Nadie sobre en la Argentina que debemos construir entre todos!”. Esto es verdad, el individualista “YO” tiene que transmutarse en el nosotros. Si lo creemos lo lograremos, si pensamos que es posible mejorar, seguro mejoraremos. El escepticismo decreta infortunios personales y sociales. El sano optimismo laborioso y constante construye maravillas majestuosas. Decretemos bondad y prosperidad y actuemos en consecuencia, de esta forma todo logro es posible alcanzar.

El desconfiado ve obstáculos en la más brillante y despejada avenida, su amargura personal no le permite disfrutar de las mieles de la realización grupal.

La navidad perfuma nuestras horas de vigilia. El 2020 está llegando con nuevos esperanzadores susurros de deseados progresos. Nosotros somos los “Artífices de nuestro destino” decía el Gran General, y es una verdad incuestionable. Piensa bien, imagina bien y las oportunidades correctas aparecerán delante de nosotros.

¡Nadie sobra! Todos tenemos voluntad, pensamientos y sentimientos que aportar, pequeñas y cotidianas acciones correctas logran despertar al heroico gladiador que en nosotros reside.

Pobres, ricos, altos y bajos, creyentes y agnósticos, unitarios y federales, todos despleguemos un manto de comprensión sobre los que nos rodean y veamos el corazón hermano en cada persona. La Argentina próspera y justa se desarrollará con trabajo y sentimientos nobles. La violencia es una muy dolorosa pérdida de tiempo. La belleza aflora en la armonía de nuestras ideas.

¡Para un argentino no hay nada mejor que otro argentino! J.D. Perón.

En esas luces coloridas e intermitentes de tu árbol de Navidad junto al milenario pesebre de vida impera una infinita promesa divina de bienestar divino. Aceptemos con gratitud el bien que apare a nuestro rededor.

Incluye en tus deseos de progreso buena ventura a todos. Esto será el principio del fin de nuestras penurias.

¡El árbol navideño ilumina a todos los corazones por igual. Felicidades para los que sufren y pasan necesidades o enfermedades. “Todo mejorará en el futuro si hacemos un esfuerzo espiritual en el presente”

¡Feliz Navidad!

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