Por Máximo Luppino.-

La solidaridad le da sentido profundo a la Navidad.

El niño DIOS nace nuevamente entre los hombres en sublime celestial promesa de redimir a la humanidad toda. En un humilde establo en Belén, la estrella de la salvación brilló para regocijo de la creación. Con cada Navidad renace la esperanza entre las personas. Podemos ser mejores, podemos comprender mucho más a nuestros semejantes, podemos y debemos ampliar la generosidad en nuestros corazones.

El espíritu navideño es una fuerza espiritual beneficiosa tangible en el ánimo de las personas. Es la FE que supera las angustias de los que sufren indecibles penas. Siempre la FE es más poderosa que cualquier mal reinante.

Nos invade una profunda tristeza al pensar en cuántas familias en nuestro país pasan necesidades extremas, cuántos hermanos no pueden vestir la mesa navideña familiar con los alimentos y manjares que tan singular fecha nos señala. Aún recordamos las navidades en nuestro barrio, cuando recibíamos a familiares para estar juntos en torno a la mesa familiar. Recuerdos, risas y anécdotas viajaban de corazón a corazón en esos inolvidables días de amor. El árbol navideño, el pesebre y el aroma de bienestar espiritual que todo lo contenía, simbolizaba un tiempo familiar que grababa la mente de los seres con tinta indeleble. También algunas lágrimas de nostalgia solían rodar por nuestro rostro en el franco recuerdo de aquel ser querido que viajó al más allá, dejándonos una pena inquieta que deambula incesantemente en el jardín de nuestras evocaciones.

En nuestra Nación, es la primera Navidad luego de la lamentable administración de Macri, con el peronismo habituado a volver como siempre lo hace; con Alberto Fernández que despierta ilusión positiva en los humildes de la patria. La mirada fraternal está presente desde la casa de gobierno hacia los bolsones más carenciados de la República. El hambre está presente con su infamia atroz, con su máscara de egoísmo duro y fantasmal. Las carestías de nuestros hermanos son el enemigo a vencer. En la lucha por el bienestar de nuestros vecinos reina sonriente el espíritu navideño.

Claro que “la patria es el otro”, claro que nuestra felicidad depende de las sonrisas que podamos construir en los rostros de nuestros semejantes. La realización personal está sujeta a la realización del conjunto.

Adecuar el monto de las retenciones, dólar turista, doble indemnización, todo en aras de mitigar el sufrimiento de un 40% de hermanos que quisieron descartar. Bien lo expresó Alberto: “En Argentina no sobra nadie”. Todos somos útiles y necesarios.

Sólo el perdón que se origina en la comprensión profunda y en el infinito AMOR de DIOS hacia las personas nos dará la tan buscada PAZ que anhelamos. Perdonando es como nos perdonamos a nosotros mismos. Es el sendero dorado de la redención infinita del ALMA DIVINA. Generemos en nuestra mente un enorme abrazo celestial para los amigos y además para los que no lo son, incluso para aquellos con los que estamos en controversias y disputas. Sólo así honramos el insondable sacrificio que el hijo de DIOS nos brinda con cálida cercanía constante.

El desafío que el gobierno tiene por delante es enorme, la cuesta es muy empinada y la cumbre se niega a ser alcanzada fácilmente. Sólo un gran esfuerzo colectivo nos permitirá cumplir con el objetivo de concretar el bienestar general.

Queremos desear inspiración para nuestros dirigentes de orden nacional, provincial y municipal para que sus decisiones estén en sintonía con lo que el pueblo anhela.

¡Feliz Navidad! ¡DIOS renace como AMOR supremo!

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