Por Máximo Luppino.-

Produce gran tristeza apreciar a lo largo y ancho de todo el planeta países completos paralizados, inmovilizados y apesadumbrados por el flagelo impiadoso del funesto coronavirus. El cuidado de la población mundial se resume a extremar las medidas de higiene y practicar un estricto aislamiento que nos resguarda del angustiante contagio. Además de la desazón lógica por el estado de salud de nuestra comunidad, familiares y amigos se suma la preocupación por cómo continuarán nuestros días ¿Qué sucederá con nuestros empleos? ¿Cómo podremos ganarnos la vida si no podemos ir a trabajar? Son demasiadas situaciones bombardeadas por incertidumbres y propios cuestionamientos con inciertas respuestas.

La humanidad transita temerosa por jornadas oscuras desprovista de certezas. Sólo la esperanza espiritual propia e inherente en el alma humana nos otorga la fuerza que necesitamos para triunfar en esta lucha despiadada y cruel.

Nuestra empatía es con todo el género humano, pero en forma singular sufrimos por nuestra Argentina y por la querida Italia, cuna inmortal de mis padres y parientes cercanos. Los datos de Italia del sábado 21 de marzo señalan que en un solo día fallecieron 793 ciudadanos y llega a la dramática cifra de 5000 muertos. Datos escalofriantes que amenazan con incrementarse dolorosamente. Con estas cifras Italia se encuentra en la cúspide de las naciones afectadas por el Covid-19. Las proyecciones para Europa no son alentadoras. Argentina pudo aprender de estas dolorosas experiencias y decretar prontamente el aislamiento social y la cuarentena domiciliaria obligatoria que seguramente va a salvar muchas vidas humanas.

La Italia alegre, creativa, pujante y jovial se encuentra enlutada por la brutal pandemia que mortifica a la península toda.

Los relatos cálidos y nostálgicos de nuestros abuelos parecen esfumarse entre las negras alas del coronavirus que se empeña en infectar y matar. Pero sentimos que la tierra del César se sobrepondrá a tan dura prueba que el destino somete. La cuna del renacimiento y el humanismo acumuló suficiente fuerza y alegría como para emanar anticuerpos culturales que permitan vencer al maligno virus. Añoramos los sonidos de la historia susurrando solemnemente por la “ciudad eterna”, por la Roma que guarda al Vaticano, la cede celestial del catolicismo mundial.

En nuestra mente vemos a nuestros antepasados llorar amargamente en la “otra orilla” del tiempo. Nuestras lágrimas acompañan su pesar. Es que Italia es la alegría misma de vivir y crear dicha para el beneficio de toda la humanidad. El amor por la tierra del Dante es en sí renovado compromiso de dicha y felicidad.

Argentina, Italia y el planeta todo vencerán a este enemigo que posee un mentor, un “cerebro” oscuro y maligno que se empeña en destruir el arte, la poesía, el canto de los pájaros y la sonrisa entre las personas. Pero el triunfo aguarda a los soldados de la alegría y la compasión.

“Todo mejorará en el futuro si hacemos un esfuerzo espiritual en el presente”.

¡Forza Italia! Tus hijos argentinos luchan a tu lado.

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