Por Alfredo Nobre Leite.-

Señor director:

Llama la atención que el titular de la comisión de bioética de la Santa Sede, monseñor Vincenzo Paglia, haya justificado la decisión del Vaticano de incorporar al teólogo mortal anglicano abortista, Nigel Biggar, que sostiene que «se podría tolerar el aborto hasta la 18ª semana de gestación», argumentando que es «aproximadamente el momento más temprano en que aparecen indicios de actividad cerebral y por lo tanto de conciencia», ya que contradice la doctrina de la Iglesia que «sostiene que la vida comienza con la concepción y debe ser defendida hasta la muerte natural»; amén de violar el Quinto Mandamiento.

Además, la vida fue amparada desde la concepción en ordenamientos fundamentalmente como el Código de Hammurabi en la legislación de los asirios y babilónicos, el Libro de los Vedas y las Leyes de Manú. (1) El Cristianismo, al difundirse dentro y fuera del Imperio romano, defendió con energía el derecho de nacer. Su posición se encuentra sintetizada en el conocido apotegma de Lactancio: constituye una impiedad poner manos criminales sobre la obra del Señor. Por encima de la cuestión concerniente al momento de la creación e infusión por Dios del alma espiritual, nunca existió controversia en torno a que la vida es sagrada desde el momento de la concepción. Y las conclusiones biológicas contemporáneas, contestes en sostener, como G. Davanzo, que la vida humana individual «comienza con la fecundación del óvulo que constituye una nueva realidad biológica distinta de la materna con un patrimonio cromosómico propio». En otras palabras, esa pequeñísima célula inicial, llamada cigoto, contiene ya en sí el código genético, o sea la determinación de todo el proceso biológico y psíquico hereditario» (2).

La ciencia ha demostrado -agrega Alejandro R. Caride- que desde la concepción hay vida humana: persona, ontológicamente autónoma, irrepetible, sujeto -por ende- de derechos, el primero de los cuales y condición para todos los demás es, precisamente, el derecho natural de vivir». Por su parte, Jean Rostand, Premio Nobel de Biología, ha señalado: el hombre, todo entero, ya está en el óvulo fecundado. Está entero, con todas sus potencialidades. Por lo tanto, todo aborto es, sin duda, un pequeño asesinato» (3). El cadáver -subraya Jerome Lejeune- será muy pequeño, pero hay homicidio.

Asimismo, el padre Domingo M. Basso, en su fundamental obra Nacer y morir con dignidad, expresa que se «comenzó con los más débiles y desamparados… los niños no nacidos, pero se ha de proseguir, tarde o temprano, con los adultos, según veremos. Primero, serán los moribundos desahuciados; luego, los ancianos inválidos y molestos; finalmente, los enfermos y los débiles» (4).

El cardenal Joseph Ratzinger (actual papa emérito Benedicto XVI), en la ponencia presentada en el Congreso sobre «El derecho a la vida y Europa», el 22.9.1988, sostuvo: «En definitiva, no hay homicidios pequeños, porque toda vida humana, desde el momento de la concepción, es sagrada» (5).

«Parece importante consignar una frase del Evangelio de San Mateo (10, 21). Dijo Jesús: ‘El hermano entregará al hermano para que sea condenado a muerte, y el padre a su hijo’, ‘Los hijos se rebelarán contra sus padres y los hará morir’… Pareciera que Jesús se refería ya al aborto. La generación que hoy mata a sus hijos se arriesga a ser víctimas de la eutanasia cuando los hermanos vivos de los abortados sean grandes» (6).

¡No se entiende para qué la Santa Sede incorpora a la Academia Pontificia de la Vida a un teólogo abortista!

Con cordiales saludos.

________________

1) «El aborto en el derecho penal comparado», por Francisco P. Laplaza, citado por Alberto Rodríguez Varela en «El Derecho a Nacer», Abeledo-Perrot, 1993, p. 17.

2 y 4) «Nacer y morir con dignidad», por Domingo M. Basso O.P. Citado en ibid pp. 17, 26.

3) «En torno al delito de aborto», por Alberto R. Caride. Citado ibid p. 18.

5) Ibid p. 26.

6) «Aborto, Tóxicos y Adolescentes», por Carlos Abel Ray. Ibid p. 54.

Share