Por Luis Américo Illuminati.-

El siguiente texto lo escribí durante un mes de enero hace unos años. El país vivía un panorama desolador. Hoy parece que todo sigue igual, pese a que la suba frenética del dólar se ha detenido y otros índices inflacionarios indican una tregua, una pausa, un impasse. Sin embargo, los precios de todas las cosas siguen subiendo inexplicablemente, aunque los economistas, divididos, conformes y disconformes, críticos, optimistas o pesimistas dan sus diferentes opiniones. Yo por ahora no quiero picharle el globo al presidente Milei, a quien yo he votado para botar la tenebrosa banda kirchnerista. Pues como dije en mi nota anterior (El viejo vicio irradicable del nepotismo): «El pasado 10 de diciembre, estábamos convencidos de que asomaba una incipiente luz al final del túnel que podía volverse aurora». Esperamos, Sr. Presidente, que esa expectativa o esperanza razonable no se vea defraudada. Que las fuerzas del cielo lo acompañen siempre y cuando les sea fiel a las mismas. Nadie tiene asegurado de antemano el Paraíso o el Infierno; quizá todos nos merecemos el Purgatorio. La vida de todos los hombres es un laberinto; no hay excepción para nadie, ni ricos ni pobres; tarde o temprano tendrás que enfrentar al Minotauro. Y tienes una sola alternativa. Luchar y matar al monstruo como Perseo y no perder el hilo de Ariadna (la fe y el apego a los principios) para salir del laberinto victorioso.

He aquí el texto. Una temporada en el Infierno (2019/2023)

La demencia, dicen los expertos en el tema, es la repetición constante de un mismo hecho esperando resultados distintos. Un demente es un sujeto que, de manera monocorde, irracional, irreflexiva, automática, reitera los mismos actos hasta el hartazgo, hasta la náusea. Precisamente, esto es lo que le sucede a la Argentina (los mismos vicios y abusos de siempre). Hay una máxima: «El que te quiere bien y te respeta te dirá cosas que te dolerán». Embarcado en esta dirección, aclaro que, lejos de mí está ofender o herir a mi pueblo, sino que intento despertar a aquellos que tienen «el sueño de los párvulos» (el pavo inductivista de Bertrand Russell). La idiosincrasia argentina -digámoslo sin rodeos ni lisonjas demagógicas- es una mezcla de viveza, superficialidad, ramplonería y mala memoria. La figura o prototipo del argentino, el «homo argentus» presenta dos facetas: la del grosero, vago, fanático y chauvinista y la otra del tilingo, frívolo, trepador y fanfarrón. El homo argentus vocifera, ríe y llora lágrimas de cocodrilo, es ni más ni menos que un payaso sádico y sinvergüenza. Confunde idealismo con ilusionismo barato. Se comporta como el gallo pretencioso que está convencido que el amanecer aparece por su cantar. La Argentina fácilmente podría llamarse Ínsula Barataria, donde Sancho Panza era el gobernador. Hay cosas que me tienen harto, y las tengo que confesar, son las notas de los noticieros de verano que muestran «gente supuestamente alegre y feliz» en las playas de Mar del Plata, Punta del Este y de Brasil. Este espectáculo no tiene nada de malo. Pero son una cortina de humo que tapan otro espectáculo -tristísimo- donde muchísimos argentinos están sumergidos en la desesperación y la pobreza, revolviendo la basura, otros caen muertos en la calle, son víctimas fatales de la inseguridad omnipresente cual picadora de carne, una máquina horrorosa sin control que no perdona a nadie. Ante esta situación cobra relevancia la frase de Jean de la Bruyére (cambiada su nacionalidad por la nuestra). «Ante el triste espectáculo de la miseria general, uno se avergüenza de ser argentino». Leopoldo Marechal lo dice de otra forma, no menos cruda: «La Patria es un dolor que aún no tiene nombre». Invito a leer mi nota «El país de los imbéciles más grandes del mundo» (cliquear dicho título en el buscador de Google).

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