Por Alberto Buela.-

“Extraños a la naturaleza e intrigas del mercado, los negocios y la política. No utilizan la misma medida que el hombre común para valorar” (Platón, Teeteto 174 a y Aristóteles, Política 1259 a) los filósofos hacen el papel de papanatas cuando se meten en política.

El último gran ejemplo fue Heidegger cuando se metió de rector en Friburgo y duró de abril de 1933 a febrero de 1934. Diez meses donde no puedo hacer nada, solo oponerse a algunas medidas desorbitadas que le venían del Reich.

Sin embargo los grandes filósofos siempre han mostrado su vocación por influir sobre los políticos u hombres con poder: Platón sobre los tiranos de Siracusa, Dionisio el viejo y Dionisio el joven; Aristóteles sobre Alejandro Magno; Ambrosio sobre Teodosio; de Aquino sobre Alejandro IV; Descartes sobre Cristina de Suecia; Hegel sobre Guillermo II; Vasconcelos sobre Madero; Heidegger sobre Hitler; Wagner de Reyna sobre Belaúnde, etc.

Es que un buen filósofo pretende que sus ideas se lleven a la práctica o que coincidan con prácticas que se están realizando o que se realizaron.

¿Será por ello que hemos insistido tanto en que los filósofos se vuelquen a estudiar la metapolítica como disciplina de las grandes categorías que condicionan la acción política? Pues en este aspecto sí, se hacen necesarios.

Tarea interesantísima esa de transformar las categorías del pensamiento único y políticamente correcto por categorías genuinas y adecuadas al genius loci (clima, suelo y paisaje) de su medio.

En el caso de Nuestra América no podemos cometer el garrafal error que cometió la autodenominada filosofía latinoamericana de la liberación que pretendió pensar desde la nada, desde un inicio ob ovo, o la versión marxista desde Marx. Sino que tenemos que escuchar la opinión de Heidegger que en el reportaje a la revista Der Spiegel afirma: “Para una transformación del pensamiento necesitamos apoyarnos en la tradición europea y reapropiárnosla. El pensamiento sólo se transforma por un pensamiento que tenga su mismo origen y determinación”.

Y para ello debemos hacer un esfuerzo doble, conocer la filosofía europea y darle una interpretación americana, lo que supone pensar desde un presocratismo americano, como reiteradamente lo recordara de Anquín, en estos días homenajeado por Diego Chiaramoni.

El eximio escritor Abel Posse cuenta que cuando entrevistó a Heidegger en 1973, tres años antes de su muerte, le preguntó ¿qué aconsejaría a los filósofos argentinos? Que estudien los presocráticos, lo que sigue está contaminado.

Pero ¿qué es este presocratismo que se nos reclama? Para el colombiano Eduardo Caballero Calderón “Europa nos ofrece historia y Suramérica paisaje”. Nosotros, sobre todo los suramericanos estamos más cerca de la naturaleza, estamos pegados a la naturaleza, somos copartícipes con la naturaleza.

Para Heidegger es la recuperación del sentido del ser siguiendo la proposición de Parménides “to gar autou noein kai einai=lo mismo es pensar y ser”. Para de Anquín “El Ser visto desde América, es el Ser singular en su discontinuidad fantasmagórica”. Es pensar la realidad como naci-ente, desde su singularidad individual.

El filósofo cordobés insistió mucho sobre este tema pero fue mal comprendido, sobre todo por aquellos que estuvieron en el origen de la filosofía de la liberación en su versión popular (la versión marxista es un remedo europeo), que se preguntaron por nuestra identidad.

Es que el pensar sobre la singularidad del ente captado por la originaria comprensión de la simple aprensión es la tarea principalísima del filósofo americano, y en esto se parece al presocrático.

Y termina afirmando: “Quien filosofe genuinamente como americano no tiene otra salida que el pensamiento elemental dirigido al Ser objetivo-existencial.”

Bueno, pero esto no es otra cosa que una petitio principii metafísica, falta todavía conocer las exigencias para hacer genuinamente filosofía desde América. Y para responder a esta pregunta nos viene bien dirigirnos de nuevo al reportaje a Heidegger: “Si no estoy mal orientado, sé, por la experiencia e historia humanas, que todo lo esencial y grande sólo ha podido surgir cuando el hombre tenía una patria y estaba arraigado en una tradición.”

Es que para filosofar en forma genuina uno debe hacerlo a partir del ethos de su comunidad, de su pueblo. Es la tradición nacional, en nuestro caso Iberoamericana, la que le da el sentido de nuestro filosofar. Así, los valores patrios, en nuestro caso, de Patria Grande hispanoamericana son la matriz desde donde intentamos hacer filosofía.

En Nuestra América un filósofo desarraigado es una nada de filósofo. Es un gana pan de la filosofía. Es un turista filosófico que viaja perorando verdades que no son.

Y acá hay que tener en claro que nosotros constituimos una ecúmene con rasgos propios dentro del conjunto de ecúmenes que conforman la pluralidad del mundo.

Sabiendo esto partimos de la preferencia de nosotros mismos y no prefiriendo la de los otros como una mala copia, sin perder de vista nuestra pretensión de universalidad. Esto es, que todo aquel se sitúe en nuestro lugar pueda afirmar lo mismo.

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