Por Luis Américo Illuminati.-

«Los pueblos que no conocen u olvidan su historia están condenados a repetirla”. (Jorge Agustín Nicolás Ruiz de Santayana).

El poderoso secretario de medios de Perón, Raúl Apold, apodado el Goebbels argentino, eje central de «El inventor del peronismo» -tal el título del libro de Silvia Mercado- es uno de los secretos mejor guardados de la historia reciente. La escritora no exagera ni un ápice. Por más que la tilden de gorila, Doña Silvia Mercado ha realizado una minuciosa investigación histórica, objetiva y veraz y cuyos pormenores y conclusiones pueden ser confirmados por testigos de la época y confrontados y testeados en cualquier fuente o documento historiográfico indubitable. Obviamente a los fanáticos y militantes del peronismo «aggiornado» que es el kirchnerismo, su hijo putativo, un seudo movimiento político que le dio suma importancia al relato ficticio y al simulacro. Néstor Kirchner no inventó nada. Se inspiró en dicho personaje. Episodios parecidos a los que se viven en el presente sucedieron entre 1946 y 1955, cuando Perón captó a artistas y directores de cine, compró medios económicamente débiles y expropió el diario «La Prensa» mientras construía su relato: el mito potente del líder popular. El ideólogo y brazo ejecutor de las políticas de comunicación del peronismo original fue Raúl Apold de cuya persona y métodos -refiere la escritora, se sabe por gente del entorno, testaferros, choferes, secretarios y jardineros, algunos de ellos ya fallecidos-. Néstor Kirchner supo más de este personaje de boca de un viejo peronista que, en pleno conflicto con el campo, lo visitó para decirle que el mayor logro de Perón no habían sido las obras públicas o la política social, sino el aparato de propaganda del Estado, motorizado desde la Subsecretaría de Informaciones y Prensa, a cargo del siniestro personaje que fue Raúl Apold, contemporáneo de Perón, quien influyó sobre el general muchísimo más que su esposa Eva Duarte a quien conocería después. Apold y Perón se conocieron al crearse el GOU cuyos miembros o cófrades admiraban y copiaba los métodos populistas de Benito Mussolini, camarilla que gestó el golpe del 4 de junio de 1943 cuyo gobierno le sirvió de plataforma de lanzamiento electoral a Perón. Nadie sabe qué fue de Apold tras el derrocamiento de Perón en setiembre de 1955. Siguió la misma suerte de muchos dirigentes nacionalistas -el descarte, olvido y ostracismo- que ayudaron a alcanzar el poder a Perón en las elecciones de junio de 1946, entre ellos, Cipriano Reyes (1900-2001), importante dirigente sindical de la industria de la carne y político argentino, fundador del Partido Laborista. Reyes desempeñó un papel preponderante en la movilización obrera del 17 de octubre de 1945, perseguido y encarcelado posteriormente por el régimen peronista.

Los hermanos sean unidos…

Desde el punto de vista histórico resulta una burda e infantil quimera ocultar estas cosas y le haría mucho bien al espíritu republicano y democrático de nuestro país no ocultarlas. Para conjurar el mal nada mejor que realizar un saneamiento o sinceramiento de la memoria, de los mitos hipostasiados en vistas a lograr un objetivo fundamental. Un entendimiento y una paz social duradera entre hermanos, como dijo José Hernández por boca del gaucho Martín Fierro: «Los hermanos sean unidos». Basta de la gastada y abusada palabra «compañero». Si bien es conveniente olvidar y perdonar los agravios y superar las eternas antinomias, la verdad y la ética obligan a no tergiversar ni exaltar más de la cuenta un acontecimiento, llevado al endiosamiento o divinización de un personaje, simple mortal y a un movimiento de masas sustituyendo al pueblo como esencia y encarnación del Estado. Si eso ocurre entonces no hay ninguna democracia, hay demagogia y un camino seguro a la atomización y desintegración de la Nación que es la Patria. (cf. «Teoría del Estado», Hermann Heller, 1942, Fondo de Cultura Económica, pág.174 en adelante).

Con Perón sucede lo mismo que con Rosas, Urquiza y Sarmiento. Esgrimir el argumento de decir que «hay que dejar a los muertos descansar en paz», por lo común suele ser un subterfugio o una excusa que no ayuda al esclarecimiento del pasado, sino que cubre como una niebla la vida y obra de personajes históricos que, desde el plano metafísico u ontológico y espiritual, están más allá de todo juicio y vicisitud humana; ya que a sus vidas y a sus hechos -públicos y privados- los abarca el juicio divino.

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