Por Luis Américo Illuminati.-

«El periodismo moderno tiene miedo constante de esta explicación moral tan simple. Calificará la acción con cualquier adjetivo, loca, bestial, vulgar, absurda, todo menos calificarla de inmoral». (G.K. Chesterton).

Los procedimientos legales para sancionar a un inútil o a un viejo sátrapa encaramado en el poder del Estado como una garrapata es «una doctrina similar a la del reino de los liliputienses, que estaban en guerra contra sus vecinos porque no estaban de acuerdo sobre la técnica de cascar un huevo hervido. Y el pueblo de pequeños hombrecillos apoyaba a muerte esta opinión que impuso el padre muerto del orgulloso emperador» (frase del suscripto).

¿Quién puede tolerar que no se combata la corrupción, la anomia y decadencia que caracteriza a esta sociedad aturdida, vapuleada, amedrentada, soterrada, viviendo y respirando una atmósfera nauseabunda bajo la tierra? Una sociedad engañada, estafada, y robada desde hace casi 80 años por el peronismo, un dolmen, un tótem, un moai que nos ha llevado a este estado cavernario, laberíntico, manicomial. De su vientre nació un putrefacto hijo, el kirchnerismo, todos sátrapas, ladrones, esbirros millonarios. Decía Enrique Avogadro en su nota «Made in Usa«, refiriéndose puntualmente a los kirchneristas: «…ahora se disfrazaron de generosos reyes magos sólo para hacer pagar al Gobierno un enorme costo político».

La Usurpaduría no es Procuraduría

La Usurpaduría -concepto nuevo que inauguramos con esta nota- es la tergiversación e infidelidad en los cargos y puestos públicos de gente designada vía electiva que hacen todo lo contrario a la buena fe del mandato otorgado. Una suerte de infidelidad y traición al Mandante soberano que es el votante. «El pueblo no gobierna ni delibera sino a través de sus representantes». Flor de verso. Los constituyentes de 1853 más que unos utópicos fueron unos idealistas. Para lograr la paz interior hubo tres batallas: Caseros, Cepeda y Pavón. De nada sirvieron. La grieta o escisión permanece. Hoy las batallas culturales se deciden en la televisión tontaina y a lo caníbal en las redes, en una competencia donde triunfa el más vacío y narcisista. Caso de mercenarios como Gustavo Sylvestre, Víctor Hugo Morales, Jorge Rial, Roberto Navarro y Pablo Duggan o de las «divas» de los almuerzos con buen vino, postre y temas refritos. La garrulería, la habladuría y el parloteo absurdo, el psitacismo que refleja síntomas de estolidez, es un fácil camino o puente a la locura. Veamos un caso paradigmático. Al que ocupa un cargo del Estado se le llama mandatario. Pero ocurre que la comunidad -la porción sana de la misma, no los vagos, aprovechados y vividores de un sistema perverso, agotado, periclitado- que son los Mandantes, han contraído o firmado, por así decirlo, un mandato leonino que los lesiona y perjudica, ya que se le permite amplias libertades y facultades al sujeto que ocupa el cargo, incurriendo fácilmente en tremendos abusos, acciones que no traen el condigno castigo por desentenderse del objeto y finalidad del contrato o mandato cuyos fines era «procurar» el bien común, la consolidación de la paz, la tranquilidad y la felicidad de todos los miembros de la sociedad (es una forma esencial de procuraduría). De tales deberes y obligaciones el sujeto -no cabe llamarlo representante si se representa a sí mismo o responde a intereses sectoriales espurios- si el sujeto elegido en las urnas o designado por el gobierno de turno se sustrae de los mismos e incumple dicho mandato. A partir de ese desvío, el sujeto usurpa el cargo. Entonces la «procuraduría» que compele éticamente a procurar lo justo y bueno se transforma en «Usurpaduría -como una suerte de auto proveeduría- es decir, en lugar de una fiel procuraduría a favor del mandante, hacen lo opuesto, bregan por los intereses de la casta y sus asociados. Lo que hacen es, de hecho, una usurpación de las funciones de tales cargos. Una democracia justa debería prever a estas alturas los mecanismos jurídicos necesarios para que el Juicio Político contra un sujeto corrupto no sea una ridícula entelequia, una atribución del Congreso o Poder Legislativo para la promoción y apertura del mismo para juzgamiento y destitución del sujeto infiel a la Constitución y al pueblo, que es o el marido engañado o el marido consentidor. Cualquier ciudadano debería tener el derecho de promover el Juicio Político bajo la responsabilidad legal que exige la buena fe y la verdad para evitar maniobras malintencionadas. Un juicio político que sea rápido, justo y objetivo ante un órgano extrapoder que no dependa de ninguno de los tres poderes, que siempre le encuentran la vuelta -subterfugios legales- para salvar a cualquiera de sus miembros o socios de la casta. Como dijo el P. Leonardo Castellani: «Si el obispo no usa bien su cátedra y sus atribuciones para cumplir su misión, no los merece de ningún modo y los usurpa entonces; y la Iglesia debería retirárselos prudentemente antes que sigan haciendo daño y prevaricando, por lo menos para salvar sus almas; y en casos extremos, el pueblo fiel, los feligreses (que es también parte de la Iglesia) debería deponerlos que como lo hacían en la primitiva Iglesia; de lo que ha quedado un rastro en el Derecho Canónico, el «odium plebis» (Carta al Nuncio Apostólico en la Argentina, reproducida en «Canciones de Militis», pág. 346, Ediciones Dictio, 1973). Del mismo modo, «mutatis mutandis», esa facultad implícita que tenían aquellos fieles, y que el papa estaba obligado a respetar, debe equiparársela con el poder de veto, censura, repudio o como se le quiera llamar a la rescisión del contrato político celebrado entre los mandantes y los mandatarios infieles.

Para que esto se haga realidad, los ciudadanos indignados que desean que estos malos funcionarios -diablos candidatos a santos- sean expulsados por la misma sociedad que los eligió, hay que desandar el largo camino de las claudicaciones morales. El primer paso ya lo explicamos en nuestra nota anterior «La Argentina en ruinas II«. Por ahora no existe plenamente el poder comunicacional que se necesita para extirpar de raíz la corrupción del Estado, de tal modo que la comunidad entera despierte y escuche a tales ciudadanos (a quienes la prensa ignora) los apoye en pos de la efectivización de ese juicio. San Gregorio Magno -papa y doctor de la Iglesia- enseñaba que hay cuatro maneras de comunicar las cosas: “aut mala male, aut bona bene, aut mala bene, aut bona male”. Mala male, ocurre cuando el mal (mala) se presenta sin ser condenado, o cuando incluso es aprobado, y esto es ciertamente mala comunicación (male). Bona bene, ocurre cuando las cosas buenas (bona) se comunican de la manera correcta (bene), es decir, aprobándolas e incitando al bien. Mala bene, significa que también se pueden comunicar cosas malas en sí mismas (mala), siempre que se haga desaprobándolas, y esto es bueno (bene). Por último, también existe la bona male, y esto ocurre cuando el contenido de la comunicación es bueno en sí mismo (bona), pero se presenta de forma que se le da una mala imagen, ridiculizándolo o devaluándolo, y esto es malo (male). De modo que urge que el periodismo argentino tiene que cambiar de paradigma si aspira a salir de la caverna oscura de Platón y del laberinto del Minotauro en que se encuentra nuestro país.

Basta de panelistas narcisistas y ramplones. La circunspección debe ocupar el lugar de la estulticia y la banalidad. Hay que optar por la comunicación «bona bene». Una deontología de la comunicación en estos tiempos de hipercomunicación neurótica, consumista y alienante. Un maremagnum de noticias que causan la saturación del individuo que ya no sabe qué es lo bueno y qué lo malo. La mala comunicación se produce de varias maneras, como cuando el hombre, sobre todo el comunicador, el periodista es eficaz al hablar, pero no tiene profundidad de pensamiento, o tiene un pensamiento banal, el «se dice», «se habla» como le llama Heidegger al mero parloteo sin veracidad ni fundamento alguno: el «uno impersonal», esto es, repetir la noticia o dato de la ficticia realidad que suministran los medios hegemónicos, noticias preelaboradas como la prepizza para consumo masivo. Lo superficial y perogrullesco es noticia. Todo lo banal y circunstancial es más relevante que las cosas trascendentes, lo superfluo pasa por esencial y viceversa. Todo lo anecdótico, frívolo y trivial -para no hablar de lo morboso- merecen más atención que los hechos perdurables, aquellos que de verdad cuentan en la historia de los pueblos. En el caótico presente que estamos viviendo: «selva selvaggia» (bosque salvaje), en una coyuntura descoyuntada, la Ética a rajatabla hoy es más necesaria que nunca. Una ética que salga de la rutina y vaya contracorriente, tal vez así es como podrá encontrar la salida del túnel, dejando atrás el relativismo moral. Gente que no escriba ni hable a medias tintas ni frivolice la noticia del momento.

Conclusión

Lamentablemente las noticias no traducen la verdad completa sino que vienen preparadas previamente como la prepizza; la masa tiene colorantes e ingredientes que desconocemos.

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