Por Diego Estévez (Letra P).-

Alta inflación con estancamiento de la actividad económica: la pesadilla de cualquier gobierno. Macri promete que la presión inflacionaria cederá en el segundo semestre. El escenario no es alentador.

¿Crisis o bonanza? ¿Recesión o estancamiento? ¿Inflación o estanflación? ¿Holdouts o buitres? ¿Ajuste o… ajuste?

El Indec volvió a dar datos oficiales y dijo que la economía argentina creció un 2,1% en 2015, aunque sólo comunicó la suba de la actividad, sin datos de consumo, inversión y oferta y demanda agregada.

Al mismo tiempo, desde el triunfo en el balotaje, allá por noviembre de 2015, el PRO empezó a instalar un escenario de “herencia pesada” que sólo se resolvería con un “ajuste inevitable y doloroso”.

El ajuste está: subas del 300% en tarifas de electricidad, del 500% en gas, de 100% en transporte público (subte, trenes, colectivos y taxis), de más del 100% en productos de la canasta básica alimentaria, más de 20% de inflación acumulada en los últimos cinco meses y más de un 40% proyectada interanual por mediciones de economistas. Y más endeudamiento para pagar el endeudamiento.

El escenario económico de estos poco más de cien primeros días de gobierno del presidente Mauricio Macri: alta inflación, salarios pisados, paritarias frenadas o estancadas, despidos y una sensación generalizada de que el discurso de la esperanza por ahora no alcanza para enderezar la economía.

Las fuerzas opositoras empezaron a encender las alarmas. Por caso, integrantes del equipo económico del Frente Renovador -como el ex titular del BCRA Aldo Pignanelli­, un contendiente light si se quiere en términos políticos, cuestionan duramente a los técnicos PRO Alfonso Prat Gay, Rogelio Frigerio, Federico Sturzenegger y cía. por su gradualismo para atacar la inflación. Otros van más allá y aseguran que no hay un plan de shock para frenarla.

¿Piden más ajuste? Algunos sí. ¿Hay margen? La “sensación térmica” indicaría que no.

Argentina creció en 2015 y, según dice el propio Gobierno, no está creciendo en 2016. Como la inflación sí crece a tasas que duplican las estimadas en igual período de 2015, podría decirse que el país ha entrado en un escenario que acaso sea la peor pesadilla para cualquier economista que tiene que encarar el problema: la estanflación, una combinación de inflación alta y caída de la actividad económica.

Ante los bolsillos contraídos por los tarifazos antes descriptos, a lo que se suma un mercado laboral que no genera empleo (en realidad, lo acrecienta), cada alfil del gobierno macrista se esmera en repetir una fórmula mágica: en la segunda mitad del año la inflación va a bajar.

La pregunta de rigor es: ¿cuánto y a qué costo? ¿Por menor actividad o por una combinación audaz de mejoras en los indicadores económicos neurálgicos para detener la suba de precios, como la contracción del desempleo, menor emisión monetaria y déficit fiscal e inyección de consumo vía mejoras salariales en términos reales?

Difícil es pronosticar cuál será el escenario en mayo, cuando en abril se espera el impacto pleno de los tarifazos. Más difícil aún es pronosticar para diciembre.

Por ahora, el cambio de rumbo es, al menos, errático desde el punto de vista económico. La alta inflación y la inestabilidad del mercado laboral sólo plantean más dudas que certezas.

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