Por Carlos Leyba.-

Primero fue la eliminación de las retenciones (soja aparte) y luego chau al cepo. El nivel de tipo de cambio quedó dónde lo puso el mercado cambiario. Hasta aquí ha sido un éxito. ¿Por qué?

Es que en lugar de disparar hacia arriba como señalaba la campaña del miedo, el dólar se ajustó hacia abajo. Y lo hizo en torno al “contado con liquidación” y sin que el BCRA pierda reservas. No se escapó, el BCRA no tuvo que disparar y además cosechó. Bien por Alfonso de Prat Gay.

Nadie medianamente informado podía sostener que el nivel del tipo de cambio previo al fin del cepo, mantenido a las patadas por Axel Kicillof y su estudiantina porteña, podía tener algún fundamento. Como tampoco lo tenía el cepo que utilizaron para administrar las reservas. Las despilfarraron vendiéndolas contra un peso “revaluado” que hacía “ricos” en los países desarrollados a los pasajeros de clase turista local; y que internamente generaba el plus salarial negro a los que accedían al “purecito”.

Jolgorio público K, silenciado por el periodismo militante y denunciado por el opositor, que felizmente terminó.

Pero, lamentablemente, otros jolgorios K han quedado en pie. El primer ruido llega a nuestros oídos por la presión de los petroleros para incrementar los combustibles al ritmo de la devaluación. Devaluación sobre la que más adelante volveremos.

El mercado petrolero es un jolgorio. Tenemos un festival en el “barril de petróleo”. Como todos sabemos un barril en el mercado internacional cotiza, más o menos, 40 dólares. Se produce, se explora y se vende a ese precio en el mundo. No en la Argentina. A los petroleros locales le pagamos, más o menos, unos 40 dólares por barril de subsidio adicional. Producir un barril en la Argentina rinde en dólares el doble que en el resto del mundo.

El consenso mundial de los expertos en el mundo sostiene que es improbable que el petróleo vuelva a costar, por ejemplo, 80 dólares en las próximas décadas.

Este subsidio insólito y a favor de las corporaciones multinacionales, es obra de Axel Kicillof -el ministro más querido por los petroleros-, pero ha merecido la continuidad garantizada por el secretario de energía de Mauricio Macri.

Jolgorio petrolero que representa una transferencia de ingresos del orden de los 4 mil millones de dólares al año a favor de unas pocas empresas.

Teníamos los dólares más baratos del mundo (para pocos) Jolgorio de tipo 1. Se acabó. Pero conservamos K ó M los combustibles más caros del mundo, Jolgorio de tipo 2 para disfrute de pocos y castigo de muchos.

¿Cuánto cuesta extraer un barril de petróleo en la Argentina? ¿El Estado nacional, responsable de la política de hidrocarburos, los estados provinciales titulares del dominio, gracias a la dupla Menem-Kirchner, llevan la contabilidad de cuánto cuesta la extracción del petróleo que cuando está abajo es de la provincia y cuando está afuera es de los petroleros? Deberían llevar la cuenta, medir lo que sacan, certificar lo que tienen como reservas, pero lamentablemente el Estado ha desertado de esas tareas que las ha privatizado a pesar de que se trata de “concesiones” de una propiedad pública. Lo poco que sabemos, siguiendo estimaciones de organismos internacionales, es que el barril nativo tendría un costo que no supera los 25 dólares. ¿Y entonces?

El argumento kirchnerista que me expuso ayer un ex secretario de programación económica de CFK, es que ese subsidio es necesario para mantener en pie las producciones petroleras, las regalías provinciales y la paz social. Esa es la melodía que acompaña a los corazones tiernos cuando flaquea la razón.

Nada de eso justifica esta gigantesca transferencia de ingresos a favor de empresas privadas (básicamente extranjeras) cuando por la magnitud de los recursos involucrados, los costos infringidos al aparato productivo y logístico, es más que obvio que, con lo que se reparte, podrían -si fuera necesario- solventar de manera directa regalías y compensaciones salariales. Es un jolgorio en continuado. El precio del barril difícilmente vuelva, en los próximos 20 años, a los niveles de 80 dólares por barril.

Este es un escándalo kirchnerista que se convertirá en un escándalo macrista. Que durará muchos años. Y que cuenta y contará con el silencio de la prensa interesada en olvidar los problemas de los grandes clientes. Juan José Aranguren, el responsable actual de la política energética, seguirá la línea Kicillof y mantendrá el subsidio hasta que los precios internacionales converjan con el precio que hoy reciben nuestras petroleras. Por décadas el precio no llegará a 80 dólares y lo seguiremos pagando. Los extremos se tocan cuando se trata de jolgorio. ¿Quién iba a imaginar que Axel y Aranguren tendrían tamaña coincidencia?

Otro jolgorio que continuará, aunque aplacado es el del dólar futuro con oferente Banco Central. Un episodio para la picaresca criolla que consistió en que la autoridad pública vendió billetes premiados. Todos los candidatos sostenían que sacarían el cepo y por lo tanto que el dólar cotizaría, en el tiempo, como cotizaba el dólar futuro en el exterior. Dato que todos los operadores conocían.

El jolgorio K consistió en regalar a fecha fija cifras descabelladas a los “inocentes compradores de la plaza financiera” por la vía de vender futuros a un precio ridículo. Por esta decisión el directorio del BCRA está acusado penalmente por los dirigentes de Cambiemos. Pero -más allá de algunos ajustes que han reducido la dimensión de la escandalosa transferencia- el gobierno macrista mantendrá el jolgorio achicado, es cierto, pero jolgorio igual. La razón es la “dureza” de los concesionarios (otra vez).

Un banquero es un concesionario que está a tiro de resolución del BCRA y es una pena que un gobierno que viene con espíritu moralizante se amedrente ante la presión de los banqueros y financistas que alegan riesgos y derechos, que no son ni lo uno ni lo otro. Había disponibles muchas herramientas para evitar esta descomunal transferencia de ingresos que, ciertamente, la generó el kirchnerismo y que la deberá pagar la sociedad por conformidad expresa de la administración Macri.

Ambas transferencias, una en continuado y otra de una sola vez, hay que juzgarlas en función de los costos que se le habrán de erogar a la mayoría de la sociedad y en particular a los más desprotegidos, como consecuencia del aumento del dólar a los exportadores (devaluación más quita de retenciones) y a los importadores (devaluación).

Todas esas medidas tienen impacto sobre las condiciones de vida de la inmensa mayoría. Y no es lo mismo aceptar los costos inevitables cuando, al mismo tiempo, se realizan transferencias, injustificadas y evitables, a favor de los que más tienen. Que los elegidos sean banqueros y petroleros es sinceramente escandaloso.

Lo doblemente escandaloso es que fueron los ministros kirchneristas los que lo pusieron en marcha y que son los macristas los que, hasta ahora, no han sido capaces de revertilo.

Sobre todo, porque los actuales funcionarios han tenido otros reflejos positivos. Por ejemplo, en marzo de 2014 Kicillof devalúo 40 por ciento, los bancos por cada dólar que tenían se llevaron plin caja la diferencia sin mover un dedo. Cada dólar que tenían se incremento un 40 por ciento. Escandaloso. Felizmente en esta oportunidad la devaluación, derivada del levantamiento del cepo, no les generó beneficios porque las tenencias fueron reducidas previamente a cero por el BCRA.

Una paradoja. Los “muchachos progres” al devaluar les pasaron a los bancos miles de millones de pesos y los “muchachos de la derecha” no se los pasaron.

Mantener los escándalos K favorables a los grupos concentrados hace cojear al programa y en ese sentido aparece rengo.

Pero la renguera estructural aparece más comprometida. Previo al levantamiento del cepo y la devaluación derivada, eliminaron las retenciones lo que implica para los exportadores un incremento del precio que reciben por sus ventas igual al porcentaje de retención previa lo que se agrega a la modificación del tipo nominal de cambio.

La señal de mercado es que la rentabilidad de las actividades exportadoras con poco valor agregado ha crecido extraordinariamente respecto de los valores previos. Cuando más primaria la producción, cuanto menos componente importado contenga, cuanto menos larga la cadena de producción y de valor agregado integrada, más alta la rentabilidad respecto de la situación anterior.

El sistema de precios relativos, derivado de estas decisiones conjuntas, respecto del anterior implica un conjunto de señales que orientan la inversión hacia el sector primario.

Es decir, reducen la rentabilidad relativa de las actividades con cadenas de producción largas y de mucho valor agregado. Las actividades primarias (agro, minería, etc.) reciben un impulso y las actividades secundarias (industria), dependiendo del nivel de las restricciones al comercio internacional, reciben un impacto relativo negativo.

La economía nacional es una de dos velocidades. Por un lado el agro, que es el sector agrario más eficiente, competitivo y productivo del planeta; y por el otro un sector industrial que, con excepciones, dista de tener el mismo nivel de eficiencia y competitividad que el agro. Es un dato producto de muchas causas que no viene a cuento inventariar.

Nuestra dotación de factores nos hace naturalmente primarios. La prueba es que es el sector primario ha pagado, durante la etapa kirchnerista, el descomunal déficit comercial externo del sector industrial.

El problema central de nuestra dotación de factores es que la explotación de los recursos naturales, por abundantes que sean, será en el corto, mediano y largo plazo, incapaz de generar el pleno empleo. El pleno empleo productivo. Si la condición central del programa Macri es la pobreza cero, a nadie se le escapa que ese programa empieza en el pleno empleo y en el pleno empleo productivo.

El pleno empleo productivo significa el pleno empleo con mas capital por persona ocupada. El sector primario con mas capital, que es imprescindible, desplaza mano de obra. En términos de bienes transables -para sostener el crecimiento- la vía para lograr pleno empleo productivo, con mas capital, es la industrialización.

Basta recordar que el producto industrial por habitante hoy es igual al que teníamos en 1974 para identificar la magnitud de nuestro atraso industrial relativo. La mora en la inversión bruta en relación al nivel global del producto; y además el sesgo “inmobiliario” de la inversión de los últimos años están detrás de ese retraso.

La “buena noticia”, respecto a lo que resta hacer, es que tenemos poca industria y poco capital reproductivo. Y por lo tanto estamos llenos de oportunidades. Siempre que las atraigamos.

Por otro lado, tenemos una tasa de desocupación inmensa y lo peor, fuera de la consideración pública. Miramos otro canal. Desde 2003 a 2015 el empleo público creció, en promedio de todas las jurisdicciones, más del 70 por ciento. Eran 2 millones y ahora son casi 4 millones de empleados públicos. Como no mejoró ni la seguridad, ni la salud, ni la justicia, ni la educación, no hay argumentos para justificar la productividad de esos empleos públicos. La escasa oferta de bienes públicos sigue siendo un problema estructural que se agrava por la dimensión que ha alcanzado el personal público. En realidad, subsidios carísimos al desempleo. Hay muchas, pero muchas ciudades, en las que el principal empleador es el municipio. Hay ministerios en los que si todos los empleados fueran a trabajar al mismo tiempo no habría lugares de trabajo para ellos.

Pero a esas realidades del sector público hay que sumar que el 40 por ciento del empleo está en “negro”. Es decir, empleos de baja productividad y de altísimo costo social a futuro. Y a eso hay que sumarle la tasa franca de desempleo que bien medida supera el 10 por ciento.

Las señales de precios derivadas de la, llamemos, política cambiaria tienen un claro sesgo hacia el sector primario y por lo tanto no son señales para el empleo productivo urbano y carecen de vigor para desarrollar la mejora del balance comercial industrial.

Es que la economía argentina de dos velocidades necesita de un tipo de cambio para la industria, para el desarrollo de la misma y de la política de empleo y de combate a la pobreza; y otro para el campo que puede competir con un tipo de cambio efectivo menor que el de la industria. Poco importa cómo se componga esa diferenciación de los tipos de cambio. Pero sin diferenciación no hay atracción para la inversión industrial.

Ese es el fundamento de desarrollo de las retenciones y esa es la condición que las retenciones satisfacen para el desarrollo de la economía nacional.

El rengo se lo ve cuando camina. El programa, hasta ahora, pasó por eliminar retenciones, liberar el mercado cambiario y logró el equilibrio en ese mercado. Pero el aparato productivo sigue en estrés. Es decir, riesgo de grave déficit comercial externo industrial y todas las fichas a que la cuenta la pague el campo. Todo bien. Pero ese programa rengo no puede correr para vencer la pobreza con trabajo productivo.

La pobreza corre rápido, está demostrado; sin programa integrador de la industria, el programa está rengo y correrá despacio, está demostrado.

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