Por Guillermo Cherashny.-

Desde que Guzmán firmó el acuerdo con el FMI, estaba claro que aumentar la tasa de interés por encima de la inflación era echar más leña al fuego, lo mismo que aumentar el ritmo de la devaluación era inflacionario, al mismo tiempo que emitir moneda para financiar el déficit. Y pese a estas condiciones, Massa, como Presidente de la Cámara de Diputados, obtuvo los consensos para aprobarlo. La otra opción era una drástica reducción del gasto público y devaluación brusca, pero para el Frente de Todos esta última alternativa era imposible. Entonces Guzmán atrasó el tipo de cambio y mantuvo tasas de interés bajas y emitía por encima de la inflación, aunque desde el kirchnerismo lo acusaban de ajustador, cuando era en realidad un malgastador. Así se disparó el dólar y llegamos a julio del 22, cuando Massa debió asumir de urgencia el ministerio de economía. Su viceministro de economía Rubinstein, un mes antes de asumir, escribió un paper con una devaluación del 40%, acuerdos de precios y salarios y aumentos de tarifas. Pero, como dijimos antes, no había margen político, porque los gremios no querían ver perder poder de compra.

Massa aumentó la tasa de interés, dejó de financiar al tesoro y redujo el gasto público y hasta diciembre la inflación bajó al 5% mensual. Pero en enero del 2023, la sequía -una de las más importantes de la historia- destruyó la recaudación impositiva. Entonces se dispararon los precios y el dólar y se superó el 7% mensual, lo que da la razón a los que dijeron que el acuerdo con el FMI es inflacionario; pero se podría decir que sin acuerdo sería hiperinflacionario.

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