Por Hernán Andrés Kruse.-

En el capítulo XV de su magna obra “La acción humana”, Ludwig von Mises, emblema de la Escuela Austríaca de Economía, toca el tema de la economía de mercado.

Escribió Mises: “La economía de mercado es un sistema social de división del trabajo basado en la propiedad privada de los medios de producción. Dentro de tal orden… todo el mundo satisface las necesidades de los demás al atender las suyas propias. Bajo dicho sistema, todo actor se pone al servicio de sus conciudadanos” (…) “El hombre es, al tiempo, medio y fin; fin último para sí mismo y medio en cuanto coadyuva con los demás para que puedan alcanzar sus personales objetivos” (…).

“El mercado impulsa las diversas actividades de las gentes por aquellos cauces que mejor permiten satisfacer las necesidades de los demás. La mecánica del mercado funciona sin necesidad de compulsión ni coerción. El estado, es decir, el aparato social de fuerza y coacción, no interfiere en su mecánica, ni interviene en aquellas actividades de los ciudadanos que el propio mercado encauza. El imperio estatal se ejerce sobre las gentes únicamente para prevenir actuaciones que perjudiquen o puedan perturbar el funcionamiento del mercado” (…) “El estado crea y mantiene así un ambiente social que permite a la economía de mercado pacíficamente operar. Aquel slogan marxista que nos habla de la “anarquía de la producción capitalista” retrata muy certeramente esta organización de la sociedad, en cuanto se trata de un sistema que ningún dictador gobierna, donde no hay jerarca económico alguno que a cada uno señale su tarea, constriñéndole a cumplirle. Todo el mundo es libre; nadie está sometido a déspota de ningún género; las gentes intégranse, por voluntad propia, en tal sistema de cooperación. El mercado los guía, mostrándoles cómo mejor podrán alcanzar su propio bienestar y el de los demás. Todo lo dirige el mercado, única institución que ordena el sistema en su conjunto, dotándolo de razón y sentido”.

“El mercado no es ni un lugar, ni una cosa, ni una asociación. El mercado es un proceso puesto en marcha por las actuaciones diversas de los múltiples individuos que bajo un régimen de división del trabajo cooperan” (…) “La disposición del mercado queda, cada momento, reflejada en la estructura de los precios, es decir, en el conjunto de tipos de cambio que genera la mutua actuación de todos aquellos que desean comprar o vender” (…) “El proceso mercantil no es más que la resultante de específicas actuaciones humanas” (…) “El proceso del mercado hace sean mutuamente cooperativas las acciones de los diversos miembros de la sociedad. Los precios del mercado ilustran a los productores acerca de qué, cómo y cuánto debe ser producido. El mercado es el punto donde convergen las actuaciones de las gentes y, al mismo tiempo, el centro donde se originan” (…).

“La economía de mercado o capitalismo, como también se le suele llamar, y la economía socialista son términos antitéticos. No es posible, ni siquiera cabe imaginar, una combinación de ambos órdenes. No es posible estructurar una economía mixta, un sistema en parte capitalista y en parte socialista. La producción o la dirige el mercado o es ordenada por los mandatos de un órgano dictatorial, ya sea unipersonal o colegiado. En modo alguno constituye sistema intermedio, combinatorio del socialismo y el capitalismo, el que, en una sociedad, basada en la propiedad privada de los medios de producción, algunos de éstos sean administrados o poseídos por entes públicos, es decir, por el gobierno o alguno de sus órganos. El que el estado o los municipios posean y administren determinadas explotaciones no empaña los rasgos típicos de la economía de mercado. Dichas empresas, poseídas y dirigidas por el poder público, hállanse sometidas, igual que las privadas, a la soberanía del mercado” (…) “Hállanse sometidas a las leyes del mercado y, por tanto, a la voluntad de los consumidores, que pueden libremente acudir a ellas o rechazarlas. Han de esforzarse por conseguir beneficios o, al menos, por evitar pérdidas. La administración podrá compensar sus quebrantos con fondos estatales. Sin embargo, ello no implica ni suprimir ni paliar la supremacía del mercado; los efectos de tal supremacía, simplemente, son desviados hacia otro sector. Porque los fondos que cubrirán tales pérdidas han de ser recaudados por medio de impuestos, y las consecuencias que dicha imposición fiscal provocará en el mercado y en la estructura económica son siempre aquéllas previstas por la ley del mercado” (…).

“Desde el punto de vista praxeológico o económico, no cabe denominar socialista institución alguna que, de uno u otro modo, se relacione con el mercado. El socialismo, tal como sus teóricos lo conciben y definen, presupone la ausencia de todo mercado para los factores de producción y el dejar de cotizarse precios por estos últimos. El “socializar” las industrias, tiendas y explotaciones agrícolas privadas-es decir, el transferir la propiedad de las mismas de los particulares al estado-es indudablemente un modo de implantar, poco a poco, el socialismo. Estamos ante etapas sucesivas en el camino que conduce al socialismo. Sin embargo, el socialismo todavía no ha sido alcanzado” (…) “Porque el cálculo económico monetario constituye, en verdad, la base intelectual de la economía de mercado. Aquellos objetivos que la acción persigue, bajo cualquier régimen de división del trabajo, devienen inalcanzables en cuanto se prescinde del cálculo económico. La economía de mercado calcula mediante los precios monetarios. El que resultara posible calcular predeterminó su aparición y, aún hoy, condiciona su funcionamiento. La economía de mercado existe, única y exclusivamente, porque puede recurrir al cálculo”.

LA SOBERANÍA DE LOS CONSUMIDORES

Sobre este tema, de capital importancia para el liberalismo económico, escribió Mises: “Corresponde a los empresarios, en la sociedad de mercado, el gobierno de todos los asuntos económicos. Ordenan personalmente la producción. Son los pilotos que dirigen el navío. A primera vista, podría parecernos que son ellos los supremos árbitros” (…) “Hállanse sometidos incondicionalmente a las órdenes del capitán del barco, el consumidor. No deciden por sí los empresarios, ni los terratenientes, ni los capitalistas qué bienes deban ser producidos. Dicha función corresponde, de modo exclusivo, a los consumidores. Cuando el hombre de negocios no sigue, dócil y sumiso, las directrices que, mediante los precios del mercado, el público le marca, sufre pérdidas patrimoniales, se arruina, siendo, finalmente, relevado de aquella eminente posición que, al timón de la nave, ocupaba. Otras personas, más respetuosas con los mandatos de los consumidores, serán puestas en su lugar”.

“Los consumidores acuden a aquellos comercios que, a mejor precio, les ofrecen las cosas que más desean. Mediante comprar y abstenerse de hacerlo, ellos solos determinan quiénes han de poseer y administrar las plantas fabriles y las explotaciones agrícolas. Enriquecen a los pobres y empobrecen a los ricos” (…) “Son como jerarcas egoístas e implacables, caprichosos y volubles, difíciles de contentar. Sólo su personal satisfacción les preocupa” (…) “Abandonan a sus tradicionales proveedores en cuanto alguien les ofrece cosas mejores o más baratas” (…) “En efecto, los productores de bienes de consumo, los comerciantes, las empresas de servicios públicos y los profesionales adquieren los bienes que necesitan para atender sus respectivos cometidos sólo de aquellos proveedores que los ofrecen en mejores condiciones. Porque si dejaran de comprar en el mercado más barato y no ordenaran convenientemente sus actividades transformadoras para dejar atendidas, del modo mejor y más barato posible, las exigencias de los consumidores, veríanse suplantados en sus funciones por otras personas” (…) “Los empresarios, los capitalistas y los explotadores del agro, en cambio, están como maniatados; en todas sus actividades vense constreñidos a acatar los mandatos del público comprador” (…).

“Sólo ateniéndose rigurosamente a los deseos de los consumidores cábeles a los capitalistas, a los empresarios y a los terratenientes conservar e incrementar su riqueza. No pueden incurrir en gasto alguno que los consumidores no estén dispuestos a reembolsarles pagando un precio mayor por la mercancía de que se trate” (…) “Son, en fin de cuentas, los consumidores quienes determinan no sólo los precios de los bienes de consumo, sino también los precios de todos los factores de producción” (…) “Son los consumidores, no los empresarios, quienes, en definitiva, pagan a cada trabajador su salario, lo mismo a la famosa estrella cinematográfica, que a la mísera fregona” (…) “Por eso se ha podido decir que el mercado constituye una democracia, en la cual cada centavo da derecho a un voto. Más exacto sería decir que, mediante las constituciones democráticas, se aspira a conceder a los ciudadanos, en la esfera política, aquella misma supremacía que, como consumidores, el mercado les confiere” (…) “En las democracias, sólo los votos depositados a favor del candidato triunfante gozan de efectiva transcendencia política. Los votos minoritarios carecen de influjo. En el mercado, por el contrario, voto alguno resulta vano. Cada céntimo gastado tiene capacidad específica para influir el proceso productivo” (…).

“Dentro de una economía pura de mercado sólo se enriquece quien sabe atender mejor los deseos de los consumidores. Y, para conservar su fortuna, el rico no tiene más remedio que perseverar abnegadamente en el servicio de estos últimos. De ahí que los empresarios y quienes poseen los medios materiales de producción puedan ser considerados como unos meros mandatarios o representantes de los consumidores, cuyos poderes a diario son objeto de revocación o confirmación. Sólo hay en la economía de mercado una excepción a esa total sumisión de quienes poseen con respecto de los consumidores. Los precios de monopolio efectivamente implican violentar y desconocer las apetencias de estos últimos”.

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