Por Carlos Tonelli.-

Días pasados el Profesor Alberto Buela, internado con neumonía pero mejorando, me honraba con un análisis de nuestra realidad utilizando un concepto central -la mentalidad bolchevique- del que desprende y resalta dos de sus características principales, el igualitarismo y el pobrismo.

Él percibe en una buena parte de la gente que nos gobierna, una mentalidad bolchevique, que se contagia, con su “pobrismo” entendido como una cierta exaltación de la circunstancia de la pobreza, del subsidio eterno sin ningún objetivo de erradicar la pobreza, y su “Igualitarismo” en tanto esa justa aspiración de igualdad entre los hombres, esa igualdad ontológica, da paso a una supresión de la alteridad, de las diferencias, de lo distinto. Buela encuentra un buen ejemplo en el establecimiento de esta cuarentena boba (el adjetivo es mío), que no distingue poblaciones en riesgo, que no pone su énfasis en aislar enfermos y círculos de contacto, sino que nos encierra a todos por igual y que está terminando de destruir nuestra economía.

No se puede (a riesgo de descontextualizar) analizar esta coyuntura sin observar que la alianza electoral “Cambiemos”, que se autopercibía y autoproclamaba como instancia superadora de 70 años de políticas y políticos vetustos y equivocados debió haber intentado construir un capitalismo con reglas sólidas, como en los países que ellos denominaban serios, los países centrales. Para ello, y si el Perokirchnerismo pretendía representar al proletariado caído y abandonado por el sistema, Cambiemos se debió apoyar en la burguesía local como base de sustentación, junto con la oligarquía de la Pampa Húmeda.

Y su fracaso económico fue estrepitoso.

Hay que remontarse mucho en la historia argentina para encontrar a las tres jurisdicciones centrales del país (Nación, Provincia de Buenos Aires y la Capital Federal) alineadas como lo estuvieron entre 2016 y 2019, y encima con el mayor auxilio económico de la historia por parte del FMI. Y el desastre permitió comprobar que se necesita mucho más que buenos gerentes para liderar un país.

Recesión y devaluación más alta inflación, llevaron a que los socios de la burguesía local vieran pulverizarse sus balances y ganancias, la sociedad sufriera enormes embates de una economía desquiciada y finalmente, esa alianza perdiera las elecciones presidenciales.

Y creo que este estrepitoso fracaso se debió no sólo a no haber distinguido entre dos verbos, “gerenciar” y “gobernar”, sino y fundamentalmente al marco teórico que guía en Nuestra América a estas élites, a esa forma de mirar la realidad que, brevitatis causae voy a denominar aquí como “la dependencia”.

Nuestras élites ilustradas han mantenido a rajatabla una dinámica “centro-periferia” con el poder económico mundial occidental anglo-norteamericano, en donde desde hace 100 años quedamos condenados al papel de proveedores de materias primas. Nuestra burguesía, debido a la forma que se desarrolló (primero representantes de la metrópolis española y contrabandistas, y luego corrientes inmigratorias principalmente europeas masivas que llegaban con la idea de “hacerse la América” y que seguían añorando el mundo perdido) es la primera interesada en el mantenimiento de las relaciones de dependencia con los países así denominados “centrales”.

Ni la industrialización por sustitución de importaciones, ni la promoción de industrias exportadoras, y mucho menos las estrategias de apertura de libre mercado, permitieron a nuestro país, y por qué no a Nuestra América, romper con esa dependencia.

Tomando un concepto del economista André Gunder Frank, Macri quedó atrapado en una “lumpemburguesía”, es decir, tipos de clase media y alta, profesionales, pequeños industriales, etc., que poseen una mentalidad lumpen (carentes de conciencia de clase y que para su subsistencia y prosperidad desarrollan actividades siempre en los márgenes de la legalidad) que sólo cumplen roles de intermediación vendiendo lo que la naturaleza del país da.

Esa supuesta élite en el poder se dedica a vender los recursos naturales y los bienes a los países centrales. Como bien señala Frank, en tanto el bienestar de estas élites locales depende cada vez más de la explotación de esos recursos y de la transferencia de esas ganancias a esos mismos países centrales, apoyados en un sistema financiero diseñado justamente para conseguir esos objetivos, y siempre con la mirada puesta “allá”, o directamente mirando desde allá como decía Jauretche, la espiral es cada vez más lamentable.

La alianza Cambiemos, que había recibido un país fundido, no pudo cambiar el rumbo; aparece claro hoy (con el diario del lunes) que nunca hubiese podido: no estaba en su genética.

La alianza electoral ganadora el año pasado, otra nueva expresión del Perokirchnerismo, se hizo cargo de un problema que ellos mismos, en su versión anterior con 15 años de gobierno profundizaron y acentuaron, que lleva 100 años de marchas y contramarchas y que nos ha otorgado el raro honor de contarnos entre los únicos países del mundo que en términos relativos retrocedieron en forma sostenida durante el último siglo.

Tenían al asumir, apenas hace 6 meses, dos desafíos claros: atender urgentemente la cuestión social y reencauzar la economía.

Y se desató la pandemia.

Y con la pandemia enseñoreándose por el planeta, el Frente de Todos fue cada vez menos de todos, volviéndose más sectario, profundizando y ensanchando la triste grieta, desconociendo que quien ganó la contienda electoral no posee la suma del poder público, sino el 47% del electorado, y que hay otra mitad del país que votó por otra cosa.

Argentina tiene cuestiones centrales que resolver: en su esencia, esta matriz de dependencia que quedó anotada más arriba.

Tenemos que resolver qué queremos de nuestro sector agro-industrial-exportador, tenemos que resolver en qué país queremos vivir. No alcanza con declaraciones humanitarias: todos los argentinos de bien queremos reducir estos niveles de pobreza escandalosos, todos queremos erradicar la narco-criminalidad, todos queremos gritar ni una menos. Pero a esa realidad mejor, hay que construirla. Y ahí aparecen nuevamente las desavenencias irreconciliables.

En un mundo con un gran desorden multipolar, en donde los países a pesar de estar cada vez más interrelacionados se cierran sobre sí mismos en una vuelta al nacionalismo, donde las tecnologías de la información están reinventando constantemente la economía, y en donde la búsqueda de la riqueza desprendida de toda atadura ética humana se pasea rampante, nuestra Argentina anda sin rumbo. Cambiemos nos hizo creer que tenía un rumbo y defraudó a sus votantes y el actual gobierno no ha enunciado para adónde va, pero su gestualidad asusta y desanima al menos a la mitad de la población.

Tenemos que salir de este pobrismo. Tenemos que salir de esta noción errada de igualdad estúpida. Tenemos que discutir las formas de romper nuestra dependencia, pero sin reeditar aquella mentalidad bolchevique que causó millones de muertos y 70 años de penurias económicas a la gran Rusia. Tenemos que poder aprender de la historia. La guerra híbrida en la que se embarcó el gobierno de nuestra querida Venezuela, bajo el ropaje de la dignidad, la ha conducido al desastre: ya no hablamos del desabastecimiento de papel higiénico, sino que somos testigos azorados de la llegada de barcos iraníes cargados de combustible a los puertos del país de Nuestra América más rico en reservas hidrocarburíferas. ¿De qué independencia y soberanía nos habla Maduro?

Esas políticas no han sido exitosas, no les han servido a sus respectivos pueblos. Esas políticas hicieron sufrir a los rusos, hicieron sufrir a los países del Este europeo, hacen sufrir a los venezolanos.

Argentina se encuentra ante un abismo. Quienes todavía podemos invertir, quienes amamos a nuestra Patria, no sabemos para adónde va. Nuestra dirigencia (de todo nivel, política, empresaria, judicial, etc.) ha caranchado sistemáticamente durante 100 años robándose y repartiéndose los despojos de nuestra Patria, sin definir un destino, aunque siempre con palabras grandilocuentes.

Nunca hay buen viento para quien no sabe a dónde va.

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