Por Raúl Cuello.-

En un libro imperdible para los economistas argentinos de las últimas generaciones como es “Doctrinas Económicas, Desarrollo e Independencia” editado por Paidós en 1973 y cuyo autor fue el Ingeniero Marcelo Diamand, se precisa que la economía Argentina era profundamente desequilibrada debido a las diferencias productivas relativas entre el sector agropecuario y el sector industrial.

Esta obra exponía con lucidez su particular diagnóstico del atraso argentino, sino que también daba la receta para corregir los desequilibrios emergentes de políticas económicas que se sucedían en la alternancia de gobiernos civiles y militares. Los primeros al privilegiar la oferta creaban las condiciones para dar iniciación a procesos inflacionarios que finalmente producían crisis de balanza de pagos e inevitablemente al cambio de paradigmas. Esto se llevaba puestos a quienes olvidaban los fundamentos del sistema económico, demandantes en primer lugar de equilibrio fiscal y la corrección del atraso cambiario de la etapa anterior.

Esto fue propio de gobiernos civiles seguidos por otros militares, hasta que a partir de 1983, no hubo necesidad de que los actores fueran civiles o uniformados, sólo bastaba que fueran neoliberales o populistas. Desde entonces, el fracaso del Alfonsinismo, se pasa al tiempo del Menemismo que, convertibilidad mediante, lleva al país al endeudamiento externo con estabilidad cambiaria para financiar el déficit de presupuesto. Al sucederlo De la Rúa, sin reservas y con caída abrupta de los términos del intercambio, el país entra en un profundo desorden político y financiero, que culmina con las elecciones que llevan a Néstor Kirchner al poder.

El camino populista se reinicia pero a favor de una economía con alto grado de desocupación de factores productivos incluyendo la mano de obra. Es entonces que se renegocia la deuda externa, al tiempo que suben los precios de la soja mejorando los términos del intercambio. El estímulo a la demanda interna permite la suba del salario real, el crecimiento de la economía, la disminución del desempleo, la estabilidad cambiaria y finalmente a los “dos virtuosos superávits macroeconómicos: el externo y el presupuestario”. Pero esto se agota a partir de 2006 y poco a poco se disminuyen tales superávits hasta que desaparecen ambos como consecuencia de considerar que en economía se puede hacer cualquier cosa “sin evitar sus consecuencias”.

Con el fallecimiento de Néstor Kirchner y la llegada a la Presidencia de su esposa, el populismo se corona nuevamente y justamente cuando el mundo entra en profunda crisis financiera. Pero eso no importó, porque se incorporó al BCRA como instrumento de la arbitrariedad presidencial y así poco a poco se van perdiendo las reservas en medio de discursos que se ufanaban del desendeudamiento externo. Pero mientras se seguía cebando la bomba del gasto público con atraso cambiario, la ciudadanía se mostraba a favor de una política que terminaría en el cuadro de hoy. En efecto, en las presidenciales de 2011, la Presidenta fue ampliamente plebiscitada con un 54% de los votos. Y así repetimos los cuarenta años que dejó inaugurados Celestino Rodrigo con su violento ajuste cambiario y siguieron los militares con un elenco encabezado por el Dr. Martínez de Hoz y seguido en el final durante la guerra por las Malvinas por el Dr. Roberto Alemán.

A fin de año comenzará el nuevo ciclo signado por el fracaso del populismo, pero aún cuando no está claro cómo será el devenir futuro, será el que corresponda a una política liberal moderna (no neoliberal) o por temor al shock que se produzca sus operadores implementarán una política que sea una mezcla de populismo y neoliberalismo por falta de equipos técnicos, por falta de instituciones meritocráticas ó simplemente por temor a reacciones sociales que sobrevengan del reacomodamiento de los precios relativos, la reducción del gasto público y la devaluación cambiaria.

Habrá quien confunda al shock con un ajuste gradual, olvidando que de lo que verdaderamente se trata es de las urgencias que sobrevienen del deterioro significativo de la economía real (falta de infraestructura y débil capacidad competitiva frente al resto del mundo). Es preciso se comprenda que, nuestra situación económica no se arregla emparchando al sistema con endeudamiento nuevo para pagar las obligaciones de este año y así seguir barriendo la basura debajo de la alfombra. Se requiere una cuota de lealtad y patriotismo, dejando ambiciones personales de lado, y preparando los actuales funcionarios el terreno para la próxima administración. Dicho de otra manera, empezar a hacer el trabajo sucio remanente de políticas desprolijas. Algo que está en las antípodas del poblamiento del Estado con personal carente de capacidad mediante la práctica de un verdadero nepotismo.

En cuanto a los candidatos a cargos electivos, es forzoso que expliciten su modelo de país, planteando con valentía cuáles son sus ideas respecto de objetivos e instrumentos. No vaya a ser que se repita la actitud cívica de Carlos Menem, cuando con desparpajo e indisimulable sonrisa dijo: “Si les hubiera dicho lo que iba a hacer no me votaba nadie”. La verdad histórica es que ni él sabía lo que habría de hacer cuando asumió en julio de 1989 y luego en abril de 1991 introdujo la convertibilidad de la mano de Cavallo. Esa expresión fue, primero una muestra de ignorancia y después de cinismo. Lo afirmo porque así me consta.

Espero no volver a pasar por la misma experiencia cívica y menos al silencio que esconde intenciones que la ciudadanía debe conocer al momento de votar.

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