Por Carlos Tórtora.-

Las recientes -y extrañas- declaraciones de María Eugenia Vidal afirmando que “ocho años en la gobernación es mucho” sorprendieron a una dirigencia hecha a la idea de que ella ya era número puesto para su reelección. La interpretación más firme de esta frase, que no fue casual, es que Mauricio Macri está pensando seriamente en blindar su candidatura a presidente para evitar cualquier posibilidad de ballotage. Esto es, llegar al 45% de los votos en primera vuelta ante un peronismo dividido pero que, de haber segunda vuelta, podría unirse para derrotar al oficialismo.

El reaseguro que habría encontrado el presidente sería obvio: que Vidal sea su compañera de fórmula y traccione el voto de sectores populares bonaerenses. Para la gobernadora, la magnitud del cambio es obvia: se trata de dejar el segundo cargo en poder por uno que es claramente simbólico. Salvo en casos de profunda crisis institucional, presidir el Senado es una función relativamente relevante en una Cámara donde el poder pasa por los presidentes de los bloques. Pero Vidal no estaría triste en lo más mínimo. Ser vice de un presidente sin reelección la colocaría a las puertas de ser presidente, en tanto que Buenos Aires suele abrumar a sus gobernadores con la densidad de sus problemas.

Candidatos peronistas sobran

Esta nueva perspectiva está encendiendo los ánimos en una dirigencia peronista que no le encontraba atractivo alguno a rivalizar contra Vidal. Pero sin ella, el PRO bonaerense tiene muy pocas figuras y ninguna, empezando por Jorge Macri, Nestor Grindetti o Esteban Bullrich, alcanza una estatura para defender la gobernación. Así es que vuelve el entusiasmo de Martín Insaurralde, el intendente del conurbano con más prensa nacional. Y ni que hablar de Verónica Magario, que cuenta con el mayor aparato territorial.

Para no ser menos, se anotaría también el mediático alcalde de Merlo, Gustavo Menéndez. De repente, al menos en el terreno de las suposiciones, la carrera por la gobernación vuelve a existir.

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