Por Luis Américo Illuminati.-

«Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más. Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido. Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios. Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron». (Apoc. 21:4).

La palabra griega apokálypsis es el substantivo derivado del verbo apokalypto, compuesto de la preposición apo (que expresa la idea de apartar, de alejar alguna cosa) y de la raíz verbal kalvpto (cubrir, esconder); así pues, etimológicamente, significa «acción de apartar algo que cubre o esconde», es decir, «descubrir». La palabra apocalipsis ha tenido miles de usos en el lenguaje vulgar con referencia a conflictos, guerras, o a una catástrofe final, según Michel de Nostradamus o la Profecía de San Malaquías sobre los Papas, según la cual Francisco es el último papa de la Iglesia. El Padre Leonardo Castellani (1899-1981), escribió un libro titulado: «Cristo: ¿vuelve o no vuelve?», donde hace un minucioso análisis de las profecías y llega a la conclusión que las figuras del Apocalipsis en su conjunto no es una alegoría mitológica, sino que las mismas ensamblan perfectamente con el resto de las profecías de la Biblia. Umberto Eco habla de una división de dos categorías humanas: los apocalípticos y los integrados. Dentro de la postura apocalíptica sitúa tanto a corrientes de la derecha como Dwight Mac Donald) como a críticos de izquierda (Escuela de Fráncfort). Los integrados son aquellos que hacen una defensa de la cultura de masas, como como Marshall McLuhan. Incluye a los intelectuales que no pertenecen a una definida religión u organización, pero se consideran miembros de la humanidad, aprenden mediante los mismos símbolos y son el principio unificador.

Síntomas de una decadencia irreversible

El «último hombre» de Nietzsche -como dice el coreano Byung-Chul Han- es de una actualidad asombrosa. El hombre posmoderno es un hedonista total y su nihilismo enervante lo lleva a su autodestrucción a pasos acelerados. ¿Qué es el amor? ¿Qué es la creación? ¿Qué es la libertad? ¿Qué son las estrellas? -pregunta el último hombre y parpadea. Al final, la vida, larga y sana pero aburrida, le resultará insoportable. Por eso consume drogas, que lo llevarán a la muerte. Un poco de veneno de vez en cuando para tener sueños agradables. La crisis de hoy -dice el citado autor- remite a la disincronía -atomización y dispersión temporal- que conduce a diversas alteraciones temporales y a la parestesia. El tiempo carece de un ritmo ordenador. De ahí que pierda el compás. Shakespeare en un pasaje de Hamlet (acto I, escena 5) definió este fenómeno: «The time is out joint» (el tiempo se ha desarticulado). La disincronía hace que el tiempo ande a los tumbos, sin rumbo alguno, con pérdida del sentido, de la identidad del sujeto y del sabor que brinda la vida contemplativa.

La muerte es el mensaje del consumo de la droga, del reinado del nihilismo y del hastío de la vida moderna. Es la tragedia del mundo actual, un mundo en ruinas. La locura está de moda y como una locomotora a toda marcha y sin frenos dicta su ley como canto de sirena a sus adoradores. Falleció el cantante británico Liam Payne, tenía 31 años, ex miembro de «One Directión» tras caer de un tercer piso en un hotel de Palermo, había asistido al show de Niall Horan. Trágico final luego de consumir droga y alcohol. La policía había sido alertada por personal del hotel que estaba destrozando la habitación. Cuando sus fans se enteraron lloraron y prendieron velas. Payne estaba denunciado por su ex novia por violencia de género. Una víctima de sí mismo, lo tenía todo, menos la paz y la serenidad que brinda la reconciliación con Dios. El nihilismo de las jóvenes generaciones es el signo trágico que marca esta época, la más convulsionada de la historia de la humanidad.

La IA y sus efectos perversos

En la disincronía -dice Byung-Chul Han- cada instante es igual al otro y no existe ni un ritmo ni un rumbo que dé sentido y significación a la vida. El tiempo se escapa porque nada concluye, el individuo se difumina. El vacío temporal coincide y se fusiona con el vacío existencial y entonces las virtudes son reemplazadas por los vicios, tal como en el Tango «Cambalache». Los valores morales son cancelados y la osadía, la desfachatez y la incuria son las puertas habilitadas del subsuelo de los hijos y nietos de las generaciones que en los 70 tiraron por la borda códigos de convivencia y valores esenciales. Un panorama distópico plantea Gilles Lipovetsky en su libro «La era del vacío». Simultáneamente -expresa este autor- a la revolución informática, las sociedades posmodernas atraviesan una suerte de “revolución psicótica». La terapia «psi» genera una figura de narcisismo que persigue la liberación del yo, para posibilitar una autonomía tendiente a renunciar al amor. De este modo ese narcisismo permite el abandono de la esfera pública y la adaptación funcional al aislamiento social. Para que el desierto social resulte viable, el yo debe volverse una preocupación obsesiva. Al igual que el espacio público se vacía emocionalmente por exceso de informaciones, de reclamos y animaciones, el yo pierde sus referencias, su unidad, por exceso de atención: el yo se vuelve algo impreciso. A la disolución del yo es lo que apunta la nueva ética permisiva y hedonista donde la voluntad desaparece. El narcisismo representa una liberación de la influencia del Otro y funciona fundamentalmente como agente de proceso de personalización. El yo se convierta en un espacio “flotante”, sin fijación ni referencia, una disponibilidad pura, adaptada a la aceleración de las combinaciones, a la fluidez de los sistemas. El narcisismo hace posible la asimilación de los modelos de comportamientos dando nacimiento a una formación permanente que genera un impulso hacia la igualdad o similitud masiva, en detrimento de las particularidades o singularidades que diferencian a un ser humano de otro.

Visión discepoliana del mundo y de la Argentina

«Que el mundo fue y será una porquería, ya lo sé. Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor, ignorante, sabio o chorro, pretencioso o estafador. Todo es igual, nada es mejor. Lo mismo un burro que un gran profesor. No hay aplazaos, qué va a haber, ni escalafón. Los inmorales nos han igualado. Si uno vive en la impostura Y otro afana en su ambición, da lo mismo que sea cura, colchonero, rey de bastos, caradura o polizón».

El tango «Cambalache» que compuso Enrique Santos Discépolo en la década del 30, suscita una pregunta (insoslayable) con cuatro opciones esenciales, a saber: 1) ¿La letra describe el espíritu de la época que vivió Discépolo? 2) ¿Es una sentencia o aforismo universal? 3) ¿Es una profecía como la de San Juan en la isla de Patmos, el Apocalipsis? 4) ¿Describió (o definió) una situación caracterológica permanente de la Argentina?

En la película «Gladiador» con Russell Crowe y Joaquín Phoenix hay un pasaje muy significativo que resumiría la culpa de individuos que como padres fracasaron rotundamente. «Tus defectos como hijo son mis fracasos como padre” (Marco Aurelio a su hijo Cómodo momentos antes que éste lo asesinara). Tal frase es el oscuro y continuado paradigma de los primeros 24 años del Siglo XXI. Parecería que el mundo llegó a una fase o etapa terminal. En ningún lugar reina el orden y la cordura. La perversión moral que describe el catálogo discepoliano ha sido ampliamente superada. Recientemente un adolescente de 15 años vendió fotos de sus compañeras de colegio desnudas, creadas con inteligencia artificial (IA), en San Martín, Buenos Aires, y se estima que hay al menos 22 estudiantes afectadas por la modificación de las imágenes. Tras revelarse el caso, se realizó un allanamiento en su vivienda. A través de la IA, modificó las fotos que sus compañeras subían a las redes sociales, las desnudó mediante el uso de la tecnología y luego las vendió de manera privada. De acuerdo a las primeras informaciones, el adolescente al comienzo las subía a una plataforma de manera gratuita, hasta que tiempo después empezó a venderlas a $25 mil. Frente a este escenario, la Policía realizó un allanamiento en su domicilio y allí secuestraron computadoras y su celular, que serán analizados para determinar cómo efectuaba la maniobra delictiva. El adolescente había creado un grupo en dicha plataforma llamada «Colegialas», donde publicaba las imágenes editadas. Y se estima que tenía cerca de ocho mil participantes. En la provincia de Córdoba, un alumno del Colegio Manuel Belgrano -establecimiento dependiente de la UNC- de 18 años de edad -principal responsable de este aberrante hecho- le fue allanado su domicilio y se encuentra imputado de un grave delito de violencia de género que podría no ser excarcelable. Preventivamente ya lo habían anunciado varios expertos del peligro que podría significar la IA como detonante de un fenómeno perverso muy difícil de controlar. Aventuran o pronostican esos mismos expertos que este dispositivo podría convertirse en un instrumento catalizador del Apocalipsis, del cual algunos capítulos ya se cumplieron (1ra. y 2da. Guerra Mundial) y otros se están cumpliendo (Guerra de Rusia contra Ucrania y Guerra de Medio Oriente de Israel contra Irán y demás países árabes).

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