Por José Luis Milia.-

Extraño país el nuestro. Alimentados por un complejo de inferioridad profundo vivimos buscando héroes porque no nos conformamos con aquellos que cumplen a sabiendas su trabajo. Necesitamos héroes, prácticamente a diario, aunque a los quince días los olvidemos o, como sucedió en un lejano junio de 1982, nos olvidamos de los verdaderos héroes que habían combatido y perdido la batalla de Malvinas, para creer estúpidamente que once tipos nos iban a devolver el honor nacional pateando una pelota.

Hoy esta necesidad de mostrar algo que nos haga creer superiores ha entronizado como héroes a los cuarenta y cuatro marinos del A.R.A. “San Juan”. Su recuerdo, en la masa que hoy se desgañita cantando su heroísmo y buscando culpables donde no debe, durará menos que una lluvia de verano. Si cualquiera de ellos saliera de su tumba helada y escuchara que lo califican de héroe se reiría a carcajadas. Ellos que sabían bien los riesgos que corrían, que sabían cual era el estado real de su embarcación, contestarían que solo estaban haciendo su trabajo, que llamarlos héroes es una exageración y que si de buscar héroes entre los submarinistas se tratase, solo habría que volver las páginas de la historia hasta 1982 y estos serían la dotación del A.R.A. “San Luis” -treinta y nueve días por debajo de la flota británica sufriendo ataques continuos- o la tripulación del A.R.A. “Santa Fe”, una lata de la Segunda Guerra que, perseguida y atacada por fragatas y helicópteros ingleses, consiguió, pese a esto, llevar municiones y refuerzos a las Georgias.

Y sin embargo, son héroes. A ellos, en su dedicación y trabajo, no los movían las reiteradas fantasías de pistas clandestinas de aterrizaje ni planes Andinias resucitados de apuro. Ellos, con elementos que darían risa a una Armada del cuarto mundo, estaban cuidando el Mar Argentino, lo estaban cuidando de aquellos que, desde los años noventa cuando se vendieron al mejor postor y de manera vil los permisos de pesca, se dedicaron a esquilmar la riqueza ictícola nacional. Riqueza valuada en miles de millones de moneda dura, pero que no nos importa como no nos importa ese mar al que, desde que somos libres, ¿libres?, jamás le prestamos atención.

Y aunque ellos mismos lo negaran al compararse con los que los precedieron, son, sin duda alguna, héroes. Fueron a cuidar, pues era su convicción profunda, ese patrimonio que desconocemos y despreciamos; lo hacían, como otros antes que ellos lo venían haciendo, a cambio de remuneraciones que moverían a risa a cualquiera que tuviera la mitad de sus conocimientos o a cualquiera de los que, a cobijo del frío, del agua y del miedo, siguen sumando héroes; héroes a los que más temprano que tarde, olvidarán.

Al dar su vida por cuidar lo que nos pertenece, la dieron por nosotros y esa no es solo la más grande prueba de amor que un ser humano puede dar (Jn 15:13), es, también, la esencia de un héroe.

Share