Por Iván Velázquez.-

A propósito de la desaparición del ARA San Juan y el estado de abandono en que se encuentran las Fuerzas Armadas.

“Nadie fue”. Esta frase, que sirvió de título al bestseller del periodista, escritor y amigo Juan Bautista “Tata” Yofre, sintetiza hoy el contexto que nos dejó la trágica desaparición del submarino ARA San Juan con sus 44 tripulantes. En él podemos encontrar a políticos, uniformados y periodistas intentando navegar -vaya término incómodo- en el medio de la opinión pública con el fin de neutralizar todo efecto negativo que pueda lastimar la imagen del Gobierno.

Cierto es sin embargo que no se le puede atribuir a la administración de Mauricio Macri un problema estructural, que lleva décadas aquejando a la historia de la República Argentina. Este problema tiene nombre y apellido: clase política, que se ha encargado durante los últimos treinta y cuatro años sólo de satisfacer sus propias ambiciones sin importar el precio.

Siempre es la clase política la que, por acción u omisión, “no fue” y pese a ello tiene que ver con todo, puesto que es la política desde donde se construye y se ejerce el poder, y también la que establece los objetivos estratégicos de las Fuerzas Armadas, mediante el Ministerio de Defensa de la Nación, los Jefes de los Estados Mayores de las FFAA y el Estado Mayor Conjunto.

Si bien aquí es donde comienza la cadena de eventos que conllevan a la actual y decadente situación de nuestras Fuerzas Armadas, no sólo los políticos son responsables. También lo es la plana mayor de las Fuerzas Armadas que, ya convertidos en “oficiales políticos”, en lugar de encargarse de lograr el cumplimiento de los objetivos tales como mantener equipamiento y material en condiciones operativas, capacitación y entrenamiento del personal, incremento del presupuesto para adquisiciones de material de última generación que nos permita el ejercicio de nuestra soberanía y la seguridad de nuestros componentes de las FFAA, sólo se limita a congraciarse con los ministros y políticos de turno, que lo único que quieren es perpetuarse en el poder a la vez que reducir el gasto militar o simplemente “hacer caja” mediante la compra de material obsoleto o las famosas “repotenciaciones” a las que nos tienen acostumbrados en sus hipócritas y demagogos discursos que suelen darse anualmente en el Colegio Militar, el Campo Argentino de Polo o en alguna que otra tertulia celebrada en algún regimiento a la que sólo algunos elegidos tienen la suerte de asistir y lograr la oportunidad de codearse con la clase política, su consorte.

Desde los años ’90, nuestras FFAA han sido violenta y sistemáticamente atacadas por todos los frentes. Desde los partidos políticos de todo signo, pasando por organismos que bajo la fachada de centro de Derechos Humanos, o estudios estratégicos o legales y sociales, cuyas finanzas y subsistencia son finamente alimentadas por organizaciones localizadas en el Reino Unido y los Estados Unidos (léase CELS, FLACSO, CEMIDA, ETC), al igual que en el caso de los mapuches de la RAM o de la célebre Greenpeace (Sobran amplias y frondosas carpetas de inteligencia para demostrarlo) hasta el Pacto Menem-Bush, mediante el cual se consolidaría una Argentina con FFAA, profesionales, reducidas, mejor capacitadas y otros epítetos calificativos elogiosos que harían entrar en el nirvana al más escéptico de los Generales, a cambio del fin del programa de misiles CONDOR I y CONDOR II y los desarrollos nucleares.

El objetivo que sin embargo confluyó en esta multisectorial embestida contra nuestras Fuerzas Armadas era uno solo: eliminarlas como “Factor de poder” mediante el proceso de desmalvinización y eliminando el nacionalismo de sus filas, los políticos ante el miedo, igual que el Poder Judicial y los partidos de izquierda, por la ignorancia sustentada en la vieja dicotomía de la Guerra Fría. El resultado está a la vista, todos han vencido… por ahora.

Los políticos, los medios, las “ONG’s”, todos han bregado por algo que hoy usan mutuamente para atacarse como si ellos fueron ajenos a todas las acciones que nos llevaron a este punto en el cual tenemos que lamentar que, porque no tenemos sistemas de armas modernos, aviones, naves de guerra, etc., las vidas de nuestros militares peligren cada vez que suben a un avión, una embarcación o carguen munición obsoleta en el obús durante un ejercicio militar.

La Argentina, al revés del mundo, no ve que las naciones que son potencias tienen sus fuerzas armadas potenciadas, bien preparadas y que la soberanía se ejerce por la vía diplomática y el poder de disuasión, que en nuestro caso no alcanza ni para hacerle frente a la pesca ilegal.

A menos que cambiemos de paradigma y se coloquen a los políticos en su lugar, y los Jefes de las Fuerzas Armadas se le planten a los políticos reclamando por el bienestar de sus respectivos componentes armados y no por el mero beneficio de contar con auto con chofer y las casas de vacaciones en Bariloche, la Argentina es un buque a la deriva con el casco torpedeado que en cualquier momento, va a pique.

Hay que recuperar la iniciativa nacionalista y movilizar las variables que los políticos no controlan, por el bien de la Nación. Ser una potencia militar disuasiva o un territorio ocupado por personas, de eso se trata la elección.

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