Por Carlos Pissolito.-

Ya no nos puede caber duda alguna que tras las aberraciones del Proceso Militar, pero -especialmente- luego de su derrota en Malvinas, los militares argentinos nos convertimos en la cabeza de turco de todos nuestros males nacionales.

Este calvario lo inició el Pte. Raúl Alfonsín, quien bajo la excusa de remover toda muestra de autoritarismo, iniciaría un camino de erosión de toda autoridad y que hoy vivimos en su máxima plenitud.

Luego, durante, el gobierno del Pte. Carlos Menem, transitamos por un período agridulce. El de no ser agredidos, pero viendo -a la par- como nuestros recursos eran reducidos, continuamente, en función de un dudoso economicismo.

En el medio de ambos las FFAA o, al menos la parte que estaba viva de ellas, se sublevaron contra este derrotero. Para luego pensar revivir con las misiones de paz y con el aprendizaje de las lecciones que nos dejaba una guerra perdida.

Todo pareció andar bien por un tiempo.

Con la presidencia de Néstor Kirchner y, marcadamente, con la continuación de la administración de su esposa Cristina, se cayeron las caretas y los ataques hacia ellas pasaron a ser frontales.

Muchos integrantes de la denominada familia militar votaron a la fórmula del Ingeniero Mauricio Macri con la esperanza que se revertiría esta tendencia.

Hoy, a poco más de dos años de iniciado, podemos afirmar convencidos que nuestros peores temores se han confirmado.

Si el kirchnerato quiso domar a las FFAA mediante una burda politización de sus mandos, fruto de sus complejos de izquierda caviar no combatiente.

Cambiemos las mira con el desdén del nene bien que no las entiende y que por lo tanto no las ama y que las quiere, en consecuencia, reducidas a su mínima expresión.

Para ellos, son solo un gasto innecesario. Una nota discordante de color rojo en una planilla de cálculo.

Pero, el problema de fondo no está en estas sucesivas negaciones de lo militar. Ni siquiera en los graves males desatados por la Dictadura militar.

Está en la estúpida ceguera de que se puede transitar este mundo, ya sea bajo el formato de un populismo autocomplaciente (Alfonsín, Kirchner) o el de una colonia próspera (Menem, Macri) sin la necesidad de contar con FFAA dignas de ese nombre.

Hasta hace poco estos delirios eran creíbles bajo el auspicio canto de sirena de un globalismo que se nos presentaba como inevitable.

Pero, hoy, con los nacionalismos marchando y con el auge de un bandolerismo desatado y cada vez más audaz. Es, francamente, una actitud suicida. Una de la que muy bien podemos llegar a arrepentirnos.

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