Por Carlos Pissolito.-

Cuentan que durante la crisis de los misiles en Cuba, en una exposición de inteligencia, el presidente de los EEUU, John F. Kennedy interrumpió a su expositor, aparentemente cansado de escuchar loas sobre las capacidades militares soviéticas. Preguntándole: «Pero, ¿los rusos son serios?

Creo que lo mismo nos podríamos preguntar nosotros respectos de las recientes medidas adoptadas por el Poder Ejecutivo Nacional en relación a su proclamada lucha contra el narcotráfico, especialmente con su declaración de emergencia en el área de seguridad.

No es que no estemos, ab initio, de acuerdo. Obviamente que lo estamos. Pero reiteramos, tal como lo sostuvimos en un artículo anterior: «¡Una vez más! (https://www.informadorpublico.com/opinion/una-vez-mas): No vemos una estrategia diseñada al efecto. Y las últimas medidas parecen confirmarlo.

Ya hemos sostenido que la Estrategia es: «una ciencia interactiva, que se orienta siempre por el otro, precisamente, por quien pasa a llamarse “el enemigo”. Nada valen, en este sentido, sólo las teorizaciones. Lo importante son las reacciones propias a las acciones de nuestros enemigos. En este particular terreno, gana quien se anticipa, adoptando mejores y más oportunas decisiones que quien tiene enfrente.»

Dada la naturaleza compleja del «enemigo», vale decir del problema que plantea el narcotráfico. Pues amenaza, al propio basamento esencial del Estado, cual es el monopolio del uso legitimo de la fuerza. Y través de ella su capacidad de garantizar el estado de derecho; a la par mantener la lealtad de sus ciudadanos hacia ese mismo Estado y que ella no migre hacia el narco.

Debemos comenzar diciendo que toda respuesta a un conflicto es siempre integral, pues afecta a los tres aspectos principales sobre los que todo conflicto gira; a saber, el físico, el psicológico y el moral. Con el moral como el más importante de ellos, el físico como el de menor relieve y el psicológico entre ambos. Veamos a estos factores uno a uno.

El factor físico, es uno que está conformado por las fuerzas que intervienen en la lucha. En este caso nos interesa analizar a la propias, aunque también habría que incluir a la de nuestros oponentes. Pero lo dejamos para otra oportunidad.

Hay que comenzar diciendo respecto de las propias que su estado, desde el punto de vista de su equipamiento como el de su adiestramiento, es muy pobre, por no decir paupérrimo. Algo que, hoy, no necesita ser demostrado.

Por ejemplo, en el caso concreto de la mal llamada «ley de derribo», nuestra Fuerza Aérea -que es quien debería encargarse de esta tarea- carece de los medios de combate para poder hacer con eficiencia, trazabilidad y responsabilidad las tareas de detectar, identificar y -eventualmente- derribar a una aeronave considerada hostil.

El factor psicológico es el que tiene que ver con los sentimientos, especialmente con los de la población. Que es quien debe acompañar y apoyar las difíciles decisiones que se deberán ir tomado. Así como aceptar los costos a pagar.

Ello exige librar una batalla en lo cultural deslegitimando a quienes justifican al narcotráfico con sus opiniones, sus canciones y sus películas. Pues, si bien a la poesía que destruye no se le puede oponer la censura, sí se la puede y se la debe contrarrestar con la poesía que construye. Informando y educando a la población sobre los peligros que entraña, por un lado, el narcotráfico; y por el otro, el consumo personal de drogas peligrosas.

Nos queda para el último, el factor moral y que como tal es el más importante de todos, pues está relacionado con la justificación de la lucha. Vale decir con las razones últimas que verifican nuestras decisiones desde el punto de vista moral. Y que no pueden estar basadas en otros principios que no sean la prosecución de bien común de los argentinos. Lo que implica, en términos breves y prácticos, cortar con la corrupción que une a la política y a otras actividades sociales con el financiamiento que les proporciona el narcotráfico.

Para que esto no sea una simple abstracción teórica, los tres factores enunciados, el moral, el mental y el físico deben ser plasmados en políticas, directivas y medidas concretas que vayan especificando el fin último de restablecer un ambiente estable y seguro en todo el territorio nacional y para todos los argentinos.

Siendo lo primero en la intención lo postrero en la ejecución, será necesario disponer de un plan, al menos esquemático. Este plan deberá integrar a los tres factores mencionados en los tres niveles de conducción: el político, el operacional y el táctico.

Para empezar, desde lo político se debe enunciar la firme voluntad política de combatir el flagelo del narcotráfico. Tal como ya lo ha manifestado el propio presidente en su discurso inaugural. Eso estuvo muy bien, pero con ello no alcanza. Es necesario que todo la clase dirigente, o al menos un número determinante de ella, se exprese en forma similar. Pues, no son los gobiernos los que enfrentan y, eventualmente, ganan o pierden los conflictos armados, sino la Nación entera. Ergo, el disponer del mayor consenso político es la primera condición para lograr la victoria.

Luego, viene el problema operacional o los de la implementación. Que es el aspecto más difícil de expresar, pues en este nivel se deben materializar los efectos políticos deseados en una gran cantidad de acciones concretas. Las que quedan a cargo de los distintos ministerios y demás dependencias de Estado y de la sociedad civil.

En este sentido, para empezar, hace falta un marco legal acorde con los fines operacionales perseguidos. Pues, la actual legislación (Leyes de Defensa, de Seguridad Interior y de Inteligencia) está pensada en función de otro tipo de conflicto. Los de tipo convencional de Estado contra otro Estado. Y este es, precisamente, uno no convencional, pues es de carácter intraestatal con aspectos transnacionales.

En el marco del ejemplo ya señalado, el de la «ley de derribo». Podemos afirmar que no se le puede legalmente ordenar, hoy, a un piloto de nuestra Fuerza Aérea que derribe un avión, por más hostil que se lo declare. Pues la legislación vigente solo prevé el uso de medios de combate de las Fuerzas Armadas bajo la vigencia del estado de sitio, el que debe haber sido ratificado, previamente, por la Asamblea Legislativa.

Ergo hay que derogar a esta legislación pensada para otra época y sancionar una nueva que se adapte a este conflicto. No hacerlo, no solo sería desaprovechar costosas lecciones aprendidas en conflictos del pasado. Es, de paso, comprarse un problema a futuro; pues esa misma experiencia indica que cuando la emergencia pase y, aun habiendo derrotado físicamente a nuestros adversarios, comenzarán a aparecer los cuestionamientos morales a esa lucha.

Como hemos dicho el campo de lo operacional es extenso y complejo. Baste para ilustrarlo aquí la necesidad, por ejemplo, de contar con una excelente inteligencia criminal y con una buena cooperación regional; así como agencias especiales que puedan lidiar con el lavado de activos y la coordinación de los esfuerzos de todas la fuerzas y organismos afectados. Sin olvidar la necesidad de contar con organismos destinados a la recuperación física y mental de los adictos.

Finalmente, desde lo táctico, hay que buscar reocupar los espacios físicos actualmente en manos del crimen organizado. Esto solo se logra con la presencia permanente y efectiva de fuerzas propias. No vale aquello de entrar y salir o dar golpes espectaculares. La experiencia indica que hay que estar y quedarse de tal modo de infundir tranquilidad a la población.

Podríamos seguir, pero que baste con lo enunciado. Sólo a modo de conclusión, podemos expresar que el objetivo final de toda estrategia es la victoria y que, para ella, no se ha encontrado, aún, un buen sustituto.

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