Por Guillermo Cherashny.-

Por más que se quiera mostrar que se bajaron los decibeles en el enfrentamiento entre el gobierno y la UIA, en la reunión del lunes, donde se fumó la pipa de la paz y hubo muchas sonrisas para las fotos, el gobierno insistió en que seguirá sin limitar las importaciones y aunque no los acusó a los empresarios de llorones y buscar subsidios y ventajas del Estado, el problema sigue, porque abrir las importaciones con atraso cambiario es suicida, como ya se vio en la historia económica argentina con Martínez de Hoz y en cierta forma en el fin de la convertibilidad.

En cambio, con la maxidevaluación de Duhalde, en los primeros tres años se importó poco y nada y ya en el 2005 se abrió en parte la economía con una paridad cambiaria alta y vinieron grandes marcas de Europa y del exterior y se vendían, pero mucho más las locales, que mejoraron mucho.

Pero una cosa son las empresas textiles y de calzado poco conocidas y otra muy distinta es la entrada de latas de tomate que afectan a Arcor, una de las pocas multinacionales que tiene nuestro país, y en la volteada la ligó también Techint, la otra multinacional local, por el precio de la hojalata. Es decir que el gobierno perdió el sano juicio, porque una cosa es criticar y demoler a medianas empresas afiliadas a la UIA y otra muy distinta es atacar sin piedad a colosos como Paolo Rocca y Fulvio Pagani.

Está claro que el gobierno no ve la luz en el túnel en lo que hace a la economía y entra en la desesperación, que no es buena consejera.

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