Por Hernán Andrés Kruse.-

Mucho se critica en nuestro país el denominado “periodismo militante”. Todo periodista, santifican unos cuantos, debe ser objetivo, debe limitarse a dar información. Si opina no hace más que profanar el sagrado espíritu del periodismo. Si dice o escribe lo que piensa, el genuino periodismo es reemplazado por el periodismo militante. Éste, entonces, degrada a aquél.

Lo primero que cabe decir respecto a semejante sentencia es que los periodistas son sujetos, no objetos. Al ser sujetos tienen la capacidad de emitir opiniones, de expresar con entera libertad lo que piensan sobre una cuestión determinada. Los periodistas no pueden dejar de opinar porque no pueden dejar de ser personas.

Lo segundo que cabe acotar es que aquellos periodistas que son acusados de hacer periodismo militante se sitúan ideológicamente en el denominado “progresismo”. En cambio, los periodistas que se sitúan ideológicamente en el denominado “conservadorismo” son considerados objetivos, veraces y, sobre todo, independientes. Víctor Hugo Morales sería un claro ejemplo de periodista militante, es decir, de mal periodista, pero Nelson Castro, por ejemplo, sería un ejemplo del buen periodista, es decir, objetivo y confiable.

Cabe, entonces, formularse la siguiente pregunta: ¿si el periodismo militante es tan nocivo, por qué se celebra el día del periodista el 7 de junio, día en que apareció el primer ejemplar de La Gaceta, creada por Mariano Moreno? Porque si hubo en nuestro país un emblema del periodismo militante, fue precisamente el extraordinario Secretario de la Primera Junta. Moreno militó a favor del flamante gobierno patrio y La Gaceta fue, lisa y llanamente, su órgano de prensa. Moreno lejos estuvo de ser un periodista independiente. Todo lo contrario. Ejerció el periodismo en función de los intereses del primer gobierno criollo. ¿Por qué, entonces, nadie se atreve a criticarlo, a afirmar lo que es obvio? ¡Cuánta hipocresía!

Para demostrar hasta qué punto Moreno fue un periodista militante transcribo a continuación el primer artículo que apareció en La Gaceta, titulado “Fundación de La Gaceta de Buenos Aires (7/6/1810).

Escribió Moreno (fuente: Mariano Moreno, Escritos selectos, La Torre de Babel, Perrot, Bs. As., cap. II, 1962).

“Desde el momento en que un juramento solemne hizo responsable a esta Junta del delicado cargo que el pueblo se ha dignado confiarle, ha sido incesante el desvelo de los individuos que la forman, para llenar las esperanzas de sus conciudadanos. Abandonados casi enteramente aquellos negocios a que tenían vinculada su subsistencia, contraídos al servicio del público, con una asiduidad de que se han visto aquí pocos ejemplos, diligentes en proporcionarse todos los medios que puedan asegurarles el acierto; ve la Junta con satisfacción, que la tranquilidad de todos los habitantes, acredita la confianza con que reposan en el celo y vigilancia del nuevo gobierno.

Podría la Junta reposar igualmente en la gratitud con que públicamente se reciben sus tareas; pero la calidad provisoria de su instalación redobla la necesidad de asegurar, por todos los caminos, el concepto debido a la pureza de sus intenciones. La destreza con que un mal contento disfrazase las providencias más juiciosas, las equivocaciones que siembra muchas veces el error, y de que se aprovecha siempre la malicia, el poco conocimiento de las tareas que se consagran a la pública felicidad, han sido en todos los tiempos el instrumento que limando sordamente los estrechos vínculos que ligan el pueblo con sus representantes, produce al fin una disolución, que envuelve toda la comunidad en males irreparables.

Una exacta noticia de los procedimientos de la Junta, una continuada comunicación pública de las medidas que acuerde para consolidar la grande obra que se ha principiado, una sincera y franca manifestación de los estorbos que se oponen al fin de su instalación y de los medios que adopta para allanarlos, son un deber en el gobierno provisorio que ejerce, y un principio para que el pueblo no resfríe en su confianza, o deba culparse a sí mismo si no auxilia con su energía y avisos a quienes nada pretenden, sino sostener con dignidad los derechos del Rey y de la Patria, que se le han confiado. El pueblo tiene derecho a saber de la conducta de sus representantes, y el honor de éstos se interesa en que todos conozcan la execración con que miran aquellas reservas y misterios inventados por el poder para cubrir sus delitos.

¿Por qué se han de ocultar a las provincias sus medidas relativas a solidar su unión, bajo el nuevo sistema? ¿Por qué se les ha de tener ignorantes de las noticias prósperas o adversas que manifiesten el sucesivo estado de la Península? ¿Por qué se ha de envolver la administración de la Junta, en un caos impenetrable a todos los que no tuvieron parte en su formación? Cuando el Congreso general necesite un conocimiento del plan de gobierno que la Junta Provisional ha guardado, no huirán sus vocales de darlo, y su franqueza desterrará toda sospecha de que se hacen necesarias o temen ser conocidos, pero es más digno de su representación, fiar a la opinión pública la defensa de sus procedimientos y que cuanto todos van a tener parte en la decisión de su suerte, nadie ignore aquellos principios políticos que deben reglar su resolución.

Para el logro de tan justos deseos ha resuelto la Junta que salga a luz un nuevo periódico semanal, con el título de “Gaceta de Buenos Aires”, el cual sin tocar los objetos que tan dignamente se desempeñan en el “Semanario del Comercio”, anuncie al público las noticias exteriores e interiores que deban mirarse con algún interés.

En él se manifestarán igualmente las discusiones oficiales de la Junta con los demás jefes y gobiernos, el estado de la Real Hacienda y medidas económicas, para su mejora; y una franca comunicación de los motivos que influyan en sus principales providencias, abrirá la puerta a las advertencias que desee dar cualquiera que pueda contribuir con sus luces a la seguridad del acierto.

La utilidad de los discursos de hombres ilustrados que sostengan y dirijan el patriotismo y fidelidad, que tan heroicamente se ha desplegado, nunca es mayor que cuando el choque de las opiniones pudiera envolver en tinieblas aquellos principios, que los grandes talentos pueden únicamente reducir a su primitiva claridad; y la Junta, a más de incitar ahora generalmente a los sabios de estas provincias, para que escriban sobre tan importantes objetos, los estimulará por otros medios que les descubran la confianza que pone en sus luces y en su celo.

Todos los escritos relativos a este recomendable fin se dirigirán al señor vocal doctor don Manuel Alberti, quien cuidará privativamente de este ramo, agregándose por la secretaría las noticias oficiales, cuya publicación interese. El pueblo recibirá esta medida como una demostración sincera del aprecio que hace la Junta de su confianza; y de que no anima otro espíritu sus providencias que el deseo de asegurar la felicidad de estas provincias”.

Apéndice

La disputa entre periodismo independiente y periodismo militante: apuntes para analizar las tensiones en la ética periodística en la Argentina contemporánea

Micaela Baldoni – QUÓRUM ACADÉMICO – Vol. 9, Nº 2, julio-diciembre 2012, Pp. 213-245 Universidad del Zulia ISSN 1690-7582

La disputa entre “periodismo independiente” y “periodismo militante”

Como se mencionó anteriormente, la disputa entre “periodismo independiente” y “periodismo militante” tiene un carácter abierto en varios sentidos. Se trata de una disputa que discurre en el espacio público y, en ese sentido, involucra a un conjunto heterogéneo de actores: en ella no sólo intervienen periodistas sino también dirigentes políticos, funcionarios públicos, expertos, intelectuales y asociaciones de empresas de medios. Por otra parte, no es posible diferenciar nítidamente dos agrupaciones sociales que se representan a sí mismas bajo una y otra denominación, sino que en torno a estas posturas contrapuestas sobre la práctica periodística los distintos actores asumen posiciones más o menos cercanas a uno de los polos y sólo en ciertos casos algunos devienen voceros o referentes de una postura en particular. En razón de ello, es necesario precisar el recorte analítico que realizaremos en la reconstrucción de la misma. Debido a que nuestro interés se concentra en dar cuenta del modo en que en esta disputa se ponen en cuestión los fundamentos últimos del periodismo como práctica social, nuestro análisis se centrará en las intervenciones e interpretaciones que realizan los propios periodistas sobre su oficio y en las posturas editoriales que mantienen al respecto los medios considerados. El análisis tenderá así, a reconstruir de manera exploratoria los grandes lineamientos en conflicto, identificando los criterios comunes que se definen respectivamente en las posturas contrapuestas, sin que ello suponga desconocer la pluralidad de voces que se manifiestan de un modo más ambiguo o menos radicalizado. Uno de los primeros ejes de la controversia se refiere a la causa de este conflicto periodístico. Algunos periodistas consideran que la disputa es el resultado de la confrontación entre el gobierno nacional y ciertos medios de comunicación, asentada en una lógica política de definición de amigos-enemigos. Según esta postura, sostenida principalmente por los periodistas que defienden el ideal de “independencia”, esta interferencia exógena dividió al espacio periodístico y propició una confrontación con efectos negativos para la autonomía de la profesión. Para otros, al contrario, el debate resulta absolutamente necesario y positivo para el oficio, en tanto permite poner de relieve los condicionamientos a los que se ve sometida la labor periodística, en el contexto de un sistema de medios altamente concentrado.

Este cuestionamiento involucra una ruptura con los ideales profesionales ligados a la figura arquetípica del “periodista independiente”, constituidos a lo largo de los años noventa en el marco de la transformación de la organización mediática (7) , y que el debate sobre la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual habría contribuido a develar. “Es verdad: nunca como ahora circularon libremente tantas ideas diferentes. Pero con un inquietante matiz, para nada menor: desde que el kirchnerismo llegó al poder, en 2003, y, particularmente, desde el conflicto con el campo en 2008, la fuerza que comanda la Argentina se ha abocado cada día, de múltiples maneras y por medio de sus más variados voceros, formales e informales, a desprestigiar al periodismo, hostigar a los medios más importantes, crear crecientes mantos de sospecha en su torno, amedrentar a sus firmas más reconocidas y fomentar el enfrentamiento entre colegas simplemente porque piensan diferente (…) Ya hace rato que expresan su ateísmo en torno a la existencia de la objetividad y su afán por descentrar de manera bastante grosera la postura apartidaria que procuran tener los ‘periodistas profesionales’ en el ejercicio de su actividad, en contraposición con quienes se vienen reivindicando con orgullo como ‘periodistas militantes’” (Sirvén, 2010, noviembre 30. La nueva prensa militante, La Nación). “…lo cierto es que la maquinaria estatal ha logrado crear una lamentable división entre los periodistas, como nunca ocurrió en casi 30 años de democracia argentina (…) Las descalificaciones vienen a veces de periodistas militantes. Algo extraño sucede cuando numerosos periodistas creen que el Estado tiene la razón y que sus colegas merecen ser víctimas de una cacería” (Morales, 2011, octubre 23. Pronósticos de graves riesgos para el periodismo, La Nación). “Todavía queda mucha tela para cortar respecto de las consecuencias de la aprobación de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual (…) porque todo lo sucedido en lo previo ayudó también a desenmascarar, a quitar velos, a poner blanco sobre negro posiciones y argumentos que en otras circunstancias y momentos estuvieron solapados o disueltos en la opacidad.” (Uranga, 2009, octubre 14. Para prestar atención, Página/12).

Más allá de las diferentes causas que puedan imputarle los periodistas a esta disputa, si hay algo que la define es su carácter autorreferencial. No se trata, como pudo darse en otras coyunturas, de posiciones encontradas entre medios y periodistas frente a un conflicto del cual no formaban parte y, por lo tanto, en el que podían mantener, aunque tomaran cartas en el asunto, una posición de distancia y mediación. Como afirma Guillermo Mastrini (2010), a partir del debate en torno a la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, los medios de comunicación pasaron a ocupar una posición singular: su accionar, sus políticas, se convirtieron en objeto de debate. Lo mismo puede decirse para el periodismo: a medida que las posiciones en torno a la relación entre periodismo, política y mercado se polarizaron y se fueron definiendo dos posturas contrapuestas, la práctica periodística misma, sus estilos, sus lógicas, se volvieron el eje de las críticas. En esta disputa, que encuentra manifestaciones explícitas en los diversos formatos y plataformas mediáticas y en la que intervienen actores que se van posicionando desde uno u otro costal, la ética y los valores últimos que definen a la actividad periodística son puestos en cuestión. “Como sea, los valores sobre los que descansaba el periodismo profesional hasta hace poco tiempo, y que parecían tan sólidos como incuestionables, parecen perder peso o volverse discutibles en el discurso público. Un cambio de escenario que, para algunos observadores, se inició en la dinámica virulenta de la guerra con el campo y quedó cristalizado en la ruptura definitiva del Gobierno con el Grupo Clarín, pero al que además contribuyeron luego las tensiones y contradicciones internas de una profesión poco inclinada, tradicionalmente, a poner en cuestión sus valores y sus prácticas” (San Martín, 2011, noviembre 13. Una profesión que, como nunca antes, hoy se discute a sí misma, La Nación).

“‘Independientes’ vs. ‘Militantes’: la más reciente dicotomía, en un cuadrilátero plagado de dialécticas, afecta al oficio periodístico. Oficio siempre listo para generar las antinomias de los otros, en este caso se autoincrimina. Los unos integrados se autodefinen como libres y estigmatizan a los otros como sujetados. Los otros, otrora apocalípticos, invierten la carga. En el fondo del asunto está esa cosa llamada realidad: cómo se accede a ella y cómo se la cuenta” (Samar y García, 2011, julio 27. Ex apocalípticos y nuevos integrados, Página/12). Otra de las singularidades de esta confrontación es que la tensión entre “mercantilización” y “politización” de la actividad periodística, que atraviesa al periodismo a lo largo de su desarrollo moderno, se reactualiza en los términos de la coyuntura. En efecto, en el marco de un debate más amplio sobre la legitimidad de la injerencia del Estado en la regulación del sistema de comunicación nacional, el periodismo se replantea su históricamente tensa relación con el “poder”. Las definiciones contrapuestas entre aquello que se entiende por “poder” serán la piedra de toque de las posiciones enfrentadas. El poder frente al cual el periodismo debe tomar distancia y mantener su independencia será definido principalmente como político, estatal y/o gubernamental por parte de los que predican una defensa acérrima del “periodismo independiente”, y como corporativo-empresarial por aquellos que sostienen que las grandes empresas mediáticas detentan un importante poder fáctico (político) bajo las condiciones actuales del sistema de medios. “En la vulgata liberal el Estado es malo, en consecuencia el oficialismo también lo es (…) En el ámbito de la información y los medios se da uno de sus usos más comunes y grotescos. (…) ‘hay que estar contra el Estado’. Para el periodista progresista que se hace cargo de ese axioma, la única independencia que concibe está en la relación con el Estado y no con los avisadores ni con las empresas conservadoras que les dan trabajo. Minimizan la dependencia que tienen de esos dos factores y, por el contrario, aprovechando este insumo ideológico, acrecientan el cuco coercitivo estatal. Para ellos, el Estado es el único que presiona. Los avisadores y las empresas no. Es la idea ‘vulgo-liberal’ de periodista independiente” (Bruchtein, 2010, noviembre 27. Independientes, Página/12).

“Participamos de un proceso político que terminó de torcer el concepto de ‘periodismo independiente’ hasta convertirlo casi en un oxímoron, porque ese concepto dejó de contener aquello que constituía su aura: se era independiente en torno del Estado. La ‘nueva independencia’ o ‘una nueva independencia’ marca su territorio en torno de poderes fácticos que ya no se identifican automáticamente al poder del Estado. El apego de determinados periodistas a la línea editorial de la empresa a la que pertenecen en un contexto de cruda discusión como el de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual ha invertido el orden” (Rodríguez, Rodríguez, Álvarez y Vitali, 2010, abril 27. Todo blog es político, Página/12). “Soy independiente del poder. En este momento, en el país hay dos poderes. Siempre se creyó que el poder es el gobierno, pero siempre tuve la certeza de que el poder en Argentina es un grupo periodístico como Clarín al que por fin se le está cayendo la máscara de la libertad de prensa con la que se protegió durante estos años” (Respighi, 2010, agosto 26. Entrevista a Víctor Hugo Morales. Sin dudas, todo es opinión, Página/12). Con base en estas diferentes definiciones del “poder” en la coyuntura actual, de las que se derivan, por ende, contrapuestas concepciones sobre lo que se entiende por “independencia periodística”, se sostendrán entre unos y otros las acusaciones cruzadas de connivencia con el poder político de turno, por una parte, y con los intereses corporativos de las empresas de medios, por el otro. “El analista político (Joaquín Morales Solá) explicó que la relación entre la prensa y el poder ha sido, es y será conflictiva. ‘Cuando no lo sea, el periodismo habrá desaparecido y habrá dejado de ser tal’, dijo, y agregó: ‘Tenemos que tener la certeza de que nunca nos vamos a llevar bien con el poder y de que, por lo tanto, las opciones son la connivencia del periodismo con el poder político o la intolerancia y la persecución, que los periodistas en este país estamos acostumbrados a soportar’ (…). Nelson Castro destacó que el periodismo ve con preocupación la vulnerabilidad de algunos medios que, por dinero, apoyan a uno u otro gobierno. ‘Sabemos que mucha gente ha querido ejercer el periodismo como plataforma. Cuando se trabaja bien es imposible ser connivente con el poder…’” (Premat, 2006, mayo 8. Periodismo y poder, una relación conflictiva, La Nación). “Sandra Russo, panelista del programa 6,7,8 (…) niega que a los periodistas militantes les digan lo que tienen que decir. ‘Jamás digo algo por conveniencia partidaria y mucho menos, una mentira que es lo que leo todos los días en muchos medios profesionales. Eso no es periodismo sino una herramienta más de operación política’, afirma. ‘Creo que las corporaciones mediáticas con intereses económicos que no son los periodísticos son una amenaza para la democracia y los periodistas saben que muchas de las notas que hacen están orientadas a preservar los negocios de esas corporaciones’, define” (Pikielny, 2011, noviembre 13. Periodistas vs. Periodistas, La Nación).

En ambos casos, no obstante, los actores realizan una clasificación de los periodistas que les permite apuntalar la dirección de la crítica. Una primera distinción se establece, desde los dos costales, entre aquellos que están convencidos de la posición que toman en la disputa y aquellos que aprovechando la polarización tratan de escalar y acceder a mejores posiciones profesionales tomando las posturas que les resulten más convenientes. En los casos más virulentos esta acusación define a estos últimos como “mercenarios”. En estos casos, la disputa se presenta bajo la forma de la denuncia o del escándalo. Es decir, la crítica se asienta en el hecho de que estos periodistas, a diferencia de los que están convencidos de su causa, encubren sus intereses particulares tras una presunta defensa del bien común. Bajo estas denuncias radicales, lo que se cuestiona es la calidad misma de periodistas de estos actores cuyas pruebas no se vinculan, según sus opositores, con principios morales sino con intereses espurios y particulares y que, por tanto, escapan al orden de la justicia. “Creen que emulan a Rodolfo Walsh y apenas les alcanza para ser una imitación, de mala calidad, de Bernardo Neustadt (…) La maquinaria está conformada por medios públicos, empresarios ‘amigos’, hombres y mujeres de prensa oficialistas de corazón y los conversos, que nunca faltan, sólo por amor al dinero y al pluriempleo bien remunerado. Estos son los más fáciles de detectar porque exhiben, por lo general, un fanatismo afectado y superficial, además de mostrarse decididamente coléricos con quienes se aparten medio centímetro del catecismo oficial. Son exégetas renegados de Bernie porque aseguran aborrecerlo, aunque paradójicamente lo han superado con creces como orgullosos hiperoficialistas…” (Sirvén, 2011, junio 7. Neustadt y Walsh, con ecos en el presente, La Nación). “Y enfatiza (Sandra Russo): ‘Este es un momento incómodo para todos. Algunos periodistas de los grandes medios, dicen que somos mercenarios y esbirros y esto lleva a estas reacciones. Creo que hay que despersonalizar y lo que valen son las ideas. No creo que todos los que trabajen en Clarín participen de los mecanismos jodidos de Clarín, lo mismo en La Nación y Perfil’” (Pikielny, 2011, noviembre 13. Periodistas vs. Periodistas, La Nación). “Sostiene el kirchnerismo que el ‘periodismo militante’ es verdaderamente virtuoso –al revés del periodismo convencional o profesional– porque defiende ideas sin tapujos. De acuerdo con esta visión, no hay periodistas que no se dediquen a imponer sus ideas (…) Semejante reinterpretación de la faena periodística, que busca presentar el saber profesional, la búsqueda de la verdad y la utopía de la objetividad como meras hipocresías, parte del presupuesto, entonces, de que toda práctica del periodismo conlleva militancia, sólo que unos la blanquean y otros -los tramposos- la contrabandean (o, peor aún, a veces ni siquiera saben que ellos mismos son mercenarios)” (Mendelevich, 2011, julio 27. Periodismo de Estado, La Nación).

No obstante, la disputa encuentra expresiones menos radicalizadas, en las que no necesariamente se niega el carácter de periodista al objeto de crítica sino que la crítica se concentra en la forma en que éste concibe los fundamentos de la actividad periodística y, en este sentido, la acusación se mantiene en el orden de la justicia. Ahora bien ¿en qué principios de bien común se sostienen las distintas posturas? Como afirma Thévenot (2001) cada gramática, o principio de magnitud, constituye la base para la crítica de los otros. Siguiendo este argumento, la cuestión se traduciría en intentar dar cuenta de la gramática desde la cual estas posiciones enfrentadas elaboran sus críticas hacia la otra. La concepción del periodismo como representante público de las “audiencias” y, por ende, de la ciudadanía, parece sentar las bases desde la que el “periodismo independiente” es presentado como un pilar fundamental del sistema democrático y republicano. La prensa independiente, concebida como profesional y apartidaria, funcionaría desde este esquema como contrapeso de los poderes públicos siempre tendientes, según esta posición, a concentrar su poder por medio de la constitución de un discurso único. La legitimidad del “periodismo independiente” se asienta así, en su papel de mediador entre la ciudadanía –la gente– y sus dirigentes políticos, ante los cuales la prensa opera también como contralor. Desde esta postura, que considera casi como sinónimos libertad de expresión y libertad de prensa, cualquier intervención estatal que afecte a las leyes de mercado sobre las que se asientan los medios de comunicación de gestión privada, acarrearía un riesgo autoritario. Así, aquello que podría ser concebido como una defensa corporativa y, en ese sentido, regida por intereses privados, es engrandecida como una causa colectiva en la que lo que se pone en juego parecerían ser los cimientos del carácter democrático del sistema político de la nación.

Desde este esquema, tanto las líneas editoriales de Clarín y La Nación como los periodistas que coinciden con estos criterios presentarán sus pruebas de justicia y sus críticas frente a lo que consideran como el avance de un periodismo “oficialista” y “acrítico”, sostenido económicamente por el gobierno. “Hemos dicho muchas veces desde esta columna editorial –y lo seguiremos diciendo– que sin un periodismo independiente, comprometido con la misión de informar con rigor y veracidad y de opinar sin cortapisas ni limitaciones, ninguna nación puede avanzar hacia la consolidación de sus instituciones libres y democráticas (…) Esta fue, históricamente, la misión del periodismo independiente: una misión que completaba el sistema republicano, en la medida en que venía a darles a los hombres de a pie –a la gente común– la posibilidad de examinar y evaluar, con libertad y espíritu crítico, la marcha de las actividades políticas e institucionales y a impulsar, así, la renovación permanente y auténtica de las estructuras del sistema democrático (…) Quien observe con atención el escenario político de las distintas naciones advertirá que ese diagnóstico es infalible: donde no existe un periodismo independiente, muy pronto sienta sus reales una opresiva dictadura” (“La misión del periodismo”, 2008, febrero 17. La Nación). “En este episodio quedan cristalizados algunos de los principales rasgos de la política oficial, consistente en la utilización de la confrontación política y la violencia verbal, al servicio de una estrategia de limitación de instituciones que tienen la función de equilibrar el juego de poderes en el sistema republicano y de contribuir a la calidad de la democracia” (“Agresiones a las instituciones de la República”, 2010, octubre 3. Clarín). “‘Hace tiempo, pero especialmente durante el último año, el Gobierno profundizó sus agresiones contra la prensa y ha montado una enorme red de medios propios de propaganda, pseudoperiodísticos, que tienen como principal función cuestionar y desacreditar al periodismo independiente (…) Los diarios no mueren por decisión de los gobiernos sino por decisión de los lectores’, señaló Roa (editor adjunto de Clarín). ‘Será la gente entonces la que tendrá la última palabra y nuestra capacidad para expresar los intereses de los lectores’” (“Los gobiernos no matan a los diarios”, 2011, marzo 11. Clarín). Desde esta gramática aquello que se define como “periodismo militante” contradice los valores defendidos. Según los periodistas que sostienen esta postura, todo posicionamiento ideológico en el periodismo erosiona su capacidad de realizar su función esencial: ejercer la crítica al gobierno.

En este sentido, un reconocido periodista político afirma en su columna dominical: “Ejercer la crítica es el deber del periodismo independiente frente a cualquier gobierno, de la índole que sea, porque el llamado ‘cuarto poder’ no es en rigor un ‘poder’ en el mismo plano que el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial, sino un contrapoder cuya misión es prevenir y contrarrestar los excesos del Gobierno, tan comunes en una ‘democracia autoritaria’ como todavía es la nuestra, para concretar esa república equilibrada a la que debe tender nuestra república imperfecta en salvaguardia de la libertad de los ciudadanos, hoy amenazada por el Leviatán estatal. Para ilustrar esta distinción basta con advertir cómo se comportan los pretendidos ‘periodistas’ del oficialismo, que han escogido sin rubor el rol de la militancia progubernamental para ser no ya periodistas, sino propagandistas al servicio del Leviatán” (Grondona, 2011, abril 3. Hugo y Cristina: el enemigo de mi enemigo es mi amigo, La Nación). Estas pruebas de justicia así como los principios en que se asientan son cuestionados por aquel sector del periodismo que recoge las acusaciones vertidas contra el periodismo tildado de “oficialista” o “militante”. En una primera instancia, se advierte una respuesta defensiva que no asume para sí la denominación que le es adjudicada críticamente y que establece una clara diferencia entre “militancia” y “compromiso”. “Lanata agregó: ‘Estoy en contra del periodismo militante. No uso la profesión para trasladar una visión’. El periodista disertó en el programa A Dos Voces, junto con Florencia Saintout, decana de la facultad de Periodismo de Universidad Nacional de La Plata, y el filósofo Tomás Abraham. (…) Por su parte, Saintout remarcó la importancia de que se sepa ‘cuál es el lugar desde que habla un periodista’. ‘Desde qué medios se está hablando, qué lugar ocupan en ese juego de intereses. Esta idea del periodismo militante no dice muchas cuestiones, me gusta más la idea del compromiso. Esta idea de asociación entre periodista y compromiso, analizó Saintout” (“Lanata: ‘Estoy en contra del periodismo militante’”, 2011, octubre 13. La Nación). Asimismo, frente a la carga peyorativa que comporta el término “militante” en el ambiente periodístico, algunos periodistas invierten la carga de la prueba resaltando la “militancia” encubierta que, según ellos, ejercen los periodistas que defienden los intereses de las empresas de medios en las que trabajan. “Podrá ser o parecer obvio, pero no está de más remarcarlo. La bestialidad de esta campaña mediática es inversamente proporcional al vacío del terreno opositor. (…) ¿Y qué pasa? ¿No habría que decir ‘el enemigo’? Puede ser. No es políticamente correcto, por lo pronto. Pero cuidado, porque en la vereda de enfrente no tienen prurito alguno para designar a sus adversarios como cultores del ‘periodismo militante’. La obra simbólica que intentan establecer es asimilar ‘militante’ a ‘subversivo’, finalmente. Y nunca faltará el tonto capaz de pensar que sus operaciones de prensa no son militantes. Que son ascetas” (Aliverti, 2011, junio 13. La Campaña. Página/12). “El periodismo militante que se practica en los principales medios de la CABA (en referencia a los multimedios de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires) no debería eximir de las mejores prácticas profesionales, a riesgo de convertirse en licencia para afirmar cualquier disparate, sin preocuparse por estudiar el contexto y verificar los datos…” (Verbitsky, 2011, mayo 29. Gracias, Jorge. Página/12).

Pero como señalamos anteriormente la respuesta a la crítica no sólo es defensiva sino que también involucra el cuestionamiento de los supuestos sobre los que se asienta la concepción de la profesión del periodismo autodenominado “independiente”. Un primer señalamiento se orienta a los condicionamientos que afectan a la pretendida “independencia”. Según el arco de periodistas “comprometidos”, los intereses corporativos de las empresas de medios, sobre todo de aquellas que ocupan un lugar predominante en el mercado, se expresan en sus líneas editoriales condicionando la libertad de expresión de los periodistas que trabajan en ellas; esta situación se ve agravada en un escenario de conflicto entre empresas de medios y gobierno que, según ellos, ha puesto al descubierto los intereses políticos de estas corporaciones. “Una tercera cuestión es esa del periodismo ‘independiente’. ¿Independiente de qué? Uno no puede ser independiente de su ideología, para arrancar con una obviedad escandalosa. ¿Y de qué independencia puede hablar un periodista en una correlación de fuerzas como ésta, frente a la que en muchas oportunidades no sólo no sabe cuál movida comercial de su patrón afecta con un artículo o comentario equis sino que incluso desconoce quién es su patrón mismo, frente al aquelarre de compras y fusiones corporativas? ¿Cuál independencia es ésa que hace que los periodistas deban vivir de los auspicios que tienen que procurarse por sí mismos? Y en los muy La disputa entre periodismo independiente y periodismo militante 233 pocos casos en que no es así, ¿acaso se puede ser ‘independiente’ de los intereses políticos y económicos de la patronal contratante? Se podrá ser concordante, de manera total o parcial, pero jamás independiente. Uno es libre, eso sí, en la más favorable de las hipótesis, para establecer cómo regula las presiones. Cuándo acelera, cómo retrocede, qué callarse para poder decir qué, decirlo dónde” (Aliverti, 2004, junio 7. En el Día del Periodista, Página/12).

Además de dirigir la atención a estos condicionamientos, la crítica al “periodismo independiente” se concentra en los criterios de “objetividad” y de “imparcialidad” con los que fundamentan su práctica. Esta crítica, que cuestiona estos ideales, sostiene que la actividad periodística siempre realiza, en la construcción de la noticia, un recorte de la realidad guiado por las convicciones y la subjetividad del periodista o, en relación con lo anterior, por la línea editorial del medio en que éste se desempeña. Este cuestionamiento afirma que, en última instancia, toda producción periodística está atravesada por la tradicional tensión entre información y opinión. La resolución de esta tensión se encuentra, para los partidarios de esta postura, en hacer explícita la posición desde la que el periodista parte, de modo que el lector o la audiencia puedan evaluarla críticamente. De esta manera, sostienen, el periodista puede legítimamente asumir una posición política en su labor siempre y cuando manifieste explícitamente cuáles son sus principios. Frente a los criterios de “objetividad” e “imparcialidad” se opone así, el criterio de “transparencia” como reaseguro de la “honestidad intelectual” en tanto valor compartido con sus colegas. ¿Qué diferencia hay con la obviedad de para quién tuercen sus informaciones y opiniones Clarín y La Nación, por caso? Es cierto: semántica, ninguna. Pero ética, sí. Quizá se trate de otro estilo de cinismo. Sin embargo, el periodista interpreta que hay un mínimo respeto por ciertos códigos elementales del ejercicio de la profesión, que consisten en dejar cristalino el sitio desde el que se dice tal o cual cosa. No aparecer arrastrados, en una palabra. Si tomamos nota de esas firmas y esas voces y esas caras que por aquí, abordado el punto de la ley de medios audiovisuales y amparados en la defensa de la libertad de expresión, insisten en hablar de la necesidad de un ‘periodismo independiente’, hay una distancia marcada con quienes no se permiten usar ese artilugio, esa falacia, esa hipocresía” (Aliverti, 2009, octubre 5. Sincerarse, Página/12). “Si algo quedó decididamente claro es que los periodistas (todos y todas, sin exclusión) somos actores políticos. Y que no dejamos de serlo porque nos proclamemos más ‘objetivos’ o más ‘independientes’. Seleccionamos desde nuestra mirada, hacemos recortes según nuestros criterios, incluimos u omitimos de acuerdo con nuestro parecer o al criterio editorial de las empresas para las que trabajamos (…) En vista de lo anterior lo importante es que quienes ejercemos la profesión periodística dejemos transparentar con la mayor claridad nuestras posiciones. Es la manera de quitarles opacidad a nuestras prácticas y es también un modo de darles libertad a las audiencias. Porque tan importante es lo que se dice como quién lo dice. (…) La veracidad tiene que ver con la calidad ética. La objetividad es un imposible, porque supondría anular la subjetividad” (Uranga, 2009, octubre 14. Para prestar atención, Página/12). “El cronista no cree en un periodismo aséptico, desprendido de valoraciones, creencias, valores e ideología. La honestidad profesional consiste en exponerlos, antes que solaparlos, sin renegar de la información corroborable. Cada cual piensa, y por ende edita, como le parece” (Wainfeld, 2010, octubre 3. Hay vida en la región, Página/12).

Esta postura concibe a la práctica periodística como atravesada y emparentada con los clivajes sociales y políticos. En este sentido, puede deducirse, que la gramática que sustenta su posición se asienta más sobre la lógica de la “voluntad popular” democrática que sobre la idea de representación de las “audiencias”. El periodismo no es, según esta concepción, un representante del público sino un actor plural que interviene, junto a otros actores, en la arena pública y, por tanto, participa en la producción social de sentido. Así, su función principal no es tanto la de operar como contrapeso del poder político sino la de asegurar que la pluralidad de voces existentes en la sociedad puedan encontrar expresión en el espacio público a través de los medios de comunicación. El periodismo no se encuentra sobre o por fuera de la sociedad sino imbricado en ella, de modo tal que es posible afirmar que funciona como una caja de resonancia de las disputas políticas y sociales que en ella se libran. Un sistema de medios profundamente concentrado y privatizado resulta, según esta postura, incongruente con el desarrollo de una democracia plural y participativa, en la cual la libertad de expresión debe concebirse como un derecho que incluye la libertad de prensa pero que no se limita a ella. Por ello, la intervención del Estado en el sistema de medios mediante la ley citada se concibe como una herramienta que permitiría romper con la hegemonía comercial que rige la organización mediática actual, dando lugar a otras lógicas de organización más plurales y equitativas. “El periodismo es una parte esencial de ese debate y, por eso, la regla no es la del contrapeso, sino la de la diversidad. En consecuencia, el ámbito de la información no puede convertirse en una corporación que homogeneice y unifique el discurso en función de sus intereses sectoriales. Ni en contra ni a favor del gobierno. Y de la misma manera no puede haber monopolio a favor o en contra. Porque la esencia del periodismo no es el contrapeso, sino el debate, la confrontación de ideas y propuestas, de miradas, concepciones y proyectos. Y el periodismo independiente es una falsedad que no puede existir porque es una de las actividades que más interactúan con los otros factores que intervienen en la realidad y sobre todo con los políticos porque, además, el periodismo es otro actor que tiene su propio peso político. La independencia surge como horizonte, como tensión, en una realidad donde juegan factores de poder que inciden todo el tiempo sobre su desempeño” (Bruchtein, 2010, noviembre 27. Independientes, Página/12).

No obstante, según aquellos que enarbolan la bandera del “periodismo independiente”, la asunción de una posición política y/o ideológica en la labor periodística produce un atraso en el desarrollo moderno de la profesión. Sus argumentos se centran en que si bien el periodismo nace como una actividad ligada al ámbito político, su prolífico desarrollo a lo largo del siglo XX le ha permitido ganarse para sí una autonomía respecto del poder gubernamental, asentada en los valores profesionales de distanciamiento, que asegura el mantenimiento de uno de los pilares del régimen democrático: la libertad de expresión. En las expresiones más radicales de estas críticas se considera que en realidad el “periodismo militante” en Argentina es un periodismo oficialista que no hace periodismo sino propaganda política y que el tipo de operaciones mediáticas que éste realiza conlleva riesgos autoritarios. Esta postura también se asienta en la crítica a las modalidades de financiamiento de los medios estatales y de aquellos, que según éstos, son claramente afines al gobierno. Se señala que éstos carecen de audiencia y que su sostenimiento se basa en partidas directas del Estado hacia los medios públicos y en contribuciones monetarias discrecionales a los medios afines mediante publicidad oficial. “(Magdalena Ruíz Guiñazú): ‘Tampoco acepto esa idea del periodismo militante: el periodismo tiene que ser información y opinión, pero no propaganda. Y la militancia es propaganda. El antagonismo no sirve para nada. Llevar el antagonismo como bandera en el periodismo quita tiempo para el debate de ideas’” (Petti, 2011, septiembre 5. Magdalena, una marca registrada, La Nación) “El editor general de Clarín (Ricardo Kirchbaum) cuestionó al ‘periodismo militante’ no porque sea criticable en sí mismo, sino porque en el caso argentino se financia con dinero de los ciudadanos, estén o no a favor del proyecto político oficial. Dijo que un ejército de periodistas ‘militantes políticos participan de campañas contra periodistas críticos o contra la oposición al gobierno’. Destacó que el Gobierno creó ‘con dinero oficial un conglomerado de medios tanto públicos como privados’” (“La libertad es poder informar sin represalias ni hostigamientos’, 2011, mayo 29. Clarín). “Sin el Estado, sin el sostén económico del Estado –ya sea de modo directo en Télam, Canal 7, Radio Nacional o en los medios privados subsidiados por la publicidad oficial–, el denominado periodismo militante no asoma hoy por ninguna parte. El periodismo militante es estatal y paraestatal o no es. Luego, el asunto no pasa por ninguna cruzada militante, sino por el Estado, por su poder omnímodo y sus recursos infinitos. (…) como el terrorismo de Estado, el periodismo de Estado se origina en la tentación de utilizar el poder público para pasar por encima de las leyes preexistentes y de los jueces con el pretexto de que el enemigo que acecha es diabólico y que debe ser vencido para que todos sobrevivamos y abracemos nuestro merecido destino de grandeza” (Mendelevich, 2011, julio 27. Periodismo de Estado, La Nación).

Expuestas a grandes líneas las posiciones en disputa, es posible retomar la hipótesis vertida a lo largo del análisis, referida a que los argumentos presentados en la confrontación entre “periodismo independiente” y “periodismo militante” involucran gramáticas contrapuestas en las La disputa entre periodismo independiente y periodismo militante 237 que el sentido de la actividad periodística se asienta en órdenes de valores diferenciales, especialmente, en lo que refiere a su relación con la política y el mercado. Mientras en el caso del “periodismo independiente” las pruebas de justicia de los periodistas se asientan en un principio de representación de las “audiencias”, en el que la independencia es definida en relación con el poder gubernamental y el papel del periodismo es el de ser su contralor, una especie de fiscal de la política; en el caso de los críticos de esta concepción, sus pruebas se asientan en un principio anclado en la lógica de la “voluntad popular”, en el que la independencia debe involucrar también distancia frente a los intereses sectoriales y corporativos de las empresas de medios y desde el cual el papel del periodismo es el de permitir que se expresen la pluralidad de posiciones y de voces presentes en la sociedad. Por lo tanto, esta disputa se muestra como la expresión de un desacuerdo sobre los “principios superiores” que definen a un “buen periodista” que impide, por tanto, definir las magnitudes relativas entre los actores involucrados. La inexistencia de tal compromiso permite comprender las constantes impugnaciones que se producen cuando un periodista intenta dar prueba de su magnitud ante la opinión pública y engrandecer su causa como causa colectiva. Para cerrar el análisis, cabe referir un eje clave de la disputa que atañe directamente al ejercicio de la profesión periodística. En efecto, el periodismo no sólo mantiene una tensión constante con el mercado y con la política, sino también con el objeto de su oficio: “la realidad”. La relación de la práctica periodística con la “verdad” y la “veracidad”, con la corroboración de los datos y las fuentes –a partir de los cuales los periodistas construyen la información, o bien sobre cuya base sustentan su opinión– será debatida en este escenario. En el marco de acusaciones cruzadas de manipulación informativa y de falta de profesionalidad en la construcción de la noticia, la deontología profesional vuelve a ser puesta sobre la mesa de discusión. En este caso, las voces de los periodistas notables cobrarán protagonismo, en particular a partir de debates directos entre unos y otros.

Desde la visión del autodenominado periodismo “independiente” y/o “profesional”, el “periodismo militante” manipula la información por su sesgo ideológico. El compromiso político que este tipo de periodismo asume supone, según esta postura, privilegiar aquellas noticias que tienden a apoyar su “causa” y, por tanto, obviar aquellas que no lo hacen. En este sentido, el “periodismo militante” tendería a tergiversar la realidad, o bien a mostrar sólo alguna de sus caras; mientras que, por el contrario, el “periodismo profesional”, desprendido de sus valoraciones ideológicas, tendería a reflejar la realidad tal cual es, mostrando sus contradicciones. Desde el otro costal, la crítica se concentra en dar pruebas de que el llamado “periodismo independiente” también asume una posición política que, en la coyuntura actual, supone una férrea oposición al gobierno, concordante con las líneas editoriales sostenidas por las grandes corporaciones mediáticas. La manipulación informativa que realiza este tipo de periodismo se reflejaría, según esta visión, en el sobredimensionamiento e incluso en la “invención” de ciertas informaciones tendientes a erosionar la legitimidad gubernamental y en el escaso tratamiento brindado a las noticias que, por el contrario, tenderían a fortalecerla. En este sentido, el “periodismo independiente” no reflejaría la realidad sino que intentaría producirla según sus propios intereses, amparándose en un artificial sentido de la “objetividad” periodística. “¿Cuál sería la diferencia entre un ‘periodista militante’ y un ‘periodista profesional’? El primero antepone su ideología a la información, a la que interpreta a través de aquélla. Cualquier noticia debe servir, antes que nada, a la ‘causa’. Lo demás se descarta o minimiza. Esto sucede, hasta las últimas consecuencias, en los regímenes totalitarios donde se publica exclusivamente aquello que es útil al gobierno y se silencia por completo a los que no se disciplinan verticalmente al ‘pensamiento único’ (…) El ‘periodista profesional’, aunque tenga ideología, de todos modos tratará de dejarla a un lado y procurará abordar la noticia sin preconceptos, tratando de mostrar sus múltiples matices y contradicciones” (Sirvén 2010, noviembre 30. La nueva prensa militante, La Nación). “Eso colmó el límite de la tolerancia para las corporaciones mediáticas –para una de ellas, esencialmente (…) Por cierto, nadie les pide que dejen de situarse como antagonistas. Hace muy bien que no haya una prensa de discurso único. Y tampoco tienen por qué renunciar a sus convicciones… si acaso fue honestidad intelectual el motivo de su enfurecimiento contra el oficialismo. (…) Lo que exige la ética es que no inventen, nada más. Pero es difícil que el chancho chifle. En lo estructural, porque los medios de comunicación dominantes, aquí y en todo el mundo, responden hace tiempo a una lógica que, antes que reflejar realidad, intenta producirla. (…) Las organizaciones mediáticas, por presión de su propio peso como abarcadoras de otros varios negocios anexados al periodismo, operan construcción de sentido (…) De esto estamos hablando. No de cuestionar el derecho a ejercer una oposición legítima, bien que sí de no pararse en un pedestal abstracto de periodismo independiente. Incluso es justificable que militen por ese brío conceptual. Pero no es eso. Estamos hablando no ya de que meten los goles con la mano. Lo hacen cuatro metros en orsay, tras moler a patadas todo rasgo de verdad para después quejarse de que hay un clima de crispación” (Aliverti, 2011, agosto 29. Andanzas mediáticas, Página/12).

Por último, se encuentra la cuestión de la “veracidad” y la corroboración de los datos en la producción de noticias que realizan los periodistas. Sobre este aspecto las críticas entre unos y otros, parten del establecimiento de una diferencia entre “verdadero” y “falso” o “pseudo” periodismo. El verdadero periodismo o el “periodismo de excelencia”, como lo denomina uno de los periodistas citados, basa la producción de noticias en los “hechos” y, por ende, una de sus tareas centrales es corroborar los datos y validar las fuentes con las que produce información y/o opinión. Por el contrario, el falso periodismo produce pseudoinformaciones, obviando el correspondiente aporte de datos, movido por intereses extraperiodísticos. Para unos, una posición independiente frente al poder gubernamental de turno tendería a facilitar el buen ejercicio del periodismo; mientras que para otros, la legítima toma de posición política (oficialista u opositora) no debería afectar al fundamento del trabajo periodístico: el respeto por los datos. “Es comprensible, y hasta justificable, que muchos periodistas de la nueva era k se sientan identificados por las políticas implementadas desde 2003. No es vergonzoso que lo declaren, que lo exhiban y que lo reflejen en su tarea cotidiana. Sin embargo, lo que seguirá diferenciando al periodismo de excelencia contra el periodismo chanta, o militante, o de propaganda, es el respeto por los datos. La validez de la información” (Majul, 2012, febrero 16. El “nuevo periodismo” en la era K, La Nación). “Durante un debate sobre periodismo y poder político, Jorge Lanata criticó con dureza la estrategia comunicacional del gobierno nacional, fustigó contra la ley de medios y cuestionó el programa de Fútbol para Todos. ‘Una cosa son los hechos y otra las posiciones. La prensa kirchnerista ignora los hechos’, deslizó el periodista, en declaraciones al canal de cable TN. (…) Enseguida, Lanata agregó: ‘Estoy en contra del periodismo militante. No uso la profesión para trasladar una visión’” (Lanata: “Estoy en contra del periodismo militante”, 2011, octubre 13. La Nación). ¿Cómo se acierta a descubrir la frontera entre apoyar a este Gobierno en su rumbo general y que eso no se transforme en el riesgo de perder capacidad de pensamiento crítico? La pregunta está muy lejos de relacionarse con falaces pretensiones de independencia o neutralidad periodística. Siempre debió estar claro que no existe nada de eso, con excepción del rigor en el aporte de datos. Si éstos son fundamentados podrá cuestionarse al servicio de cuál postura se los brinda, pero nunca que se obró mediante engaño o displicencia respecto del fondo de una cuestión” (Aliverti, 2011, octubre 3. El cerco opositor, Página/12).

Esta disputa, encontró expresión en enfrentamientos abiertos entre figuras notables de la profesión como, por ejemplo, en el entredicho entre Jorge Lanata y Horacio Verbitsky, suscitado en septiembre de 2011. En este caso, dos periodistas políticos con larga trayectoria en los medios se acusaron mutuamente de falta de profesionalismo en el tratamiento de las noticias tras acusaciones de connivencia con el poder político de turno y con intereses corporativos, respectivamente. A lo largo del mismo, estos periodistas dieron prueba de sí mismos y, en ese sentido, intentaron sostener la magnitud que les es cuestionada utilizando como dispositivo no sólo la estrategia argumental sino adhiriendo a ella el aporte de datos como prueba de su valor en tanto que periodistas. “En un reportaje en una radio, en el que también habló de mí, Lanata rechazó el denominado ‘periodismo militante’ y dijo que ‘a la propaganda se la contrarresta con información’. Estoy tan de acuerdo, que vengo haciéndolo desde antes de que él naciera. Cualquier posición política es respetable, pero ninguna exime de la deontología profesional. En eso consistía la columna que él quiso desdeñar, con el chisporroteo de la televisión o las tablas, donde se siente vivo. Sospecho que lo hizo sin demasiada convicción, sólo porque el motor más auténtico de su personalidad es la disputa, cualquiera sea el tema, el escenario y el interlocutor. Ojalá viva los años necesarios para aprender a distinguir lo esencial de lo accesorio” (Verbitsky, 2011, septiembre 18. Gracias, Jorge, Página/12). Para cerrar, cabe resaltar la singularidad que asume la disputa en torno a la deontología profesional en los últimos aspectos reseñados. Mientras que sobre la relación que debe mantener el periodismo con la política y con el mercado, se encuentran dos posturas claramente opuestas y ancladas en supuestos también diferenciados; en la discusión sobre el terreno más básico de la práctica periodística, la producción de noticias y su relación con la “realidad” y la “verdad”, los criterios que definen al periodismo parecen coincidir. En este caso, la discusión no se concentra en los supuestos últimos de la deontología profesional sino en las condiciones necesarias para que el periodismo pueda efectivamente ejercerse con base en aquellas premisas. Esta parece ser así, la base común que permite a unos y otros entablar el debate.

Sobre la conformación de este ideario profesional durante los años ochenta y noventa en la Argentina, ver Baldoni (2010) y Vommaro (2008).

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