Por Hernán Andrés Kruse.-

Quedó registrada en los libros de historia como “La Operación Pindapoy”. Estoy seguro de no equivocarme si afirmo que las nuevas generaciones no tienen la más remota idea de lo que esa expresión significa. “La Operación Pindapoy” fue la presentación en sociedad de los montoneros, la guerrilla peronista que a partir de ese momento asolaría el suelo argentino hasta su extinción en 1979 (la histórica contraofensiva montonera).

El 29 de mayo de 1970 la célula montonera comandada por Norma Ester Arrostito secuestró al teniente general Pedro Eugenio Aramburu. El hecho provocó un tsunami político que se terminó llevando puesto al entonces presidente de facto general Juan Carlos Onganía. El hecho fue conmocionante porque no se trató de un militar más. Se trató, nada más y nada menos, de una de los emblemas de la Revolución Libertadora, del derrocamiento de Juan Perón el 16 de septiembre de 1955. Se trató de quien había ejercido la primera magistratura a partir del golpe cívico-militar hasta la asunción de Frondizi el 1 de mayo de 1958. Aramburu fue el emblema del jacobinismo antiperonista que se tradujo en los fusilamientos de quienes, comandados por el general Valle, intentaron derrocar al gobierno de facto en junio de 1956.

Si el secuestro de Aramburu estremeció al país, mucho más lo estremeció su ejecución el 1 de junio a cargo de Fernando Abal Medina. Fue un golpe letal para el militar que tenía intenciones de quedarse mucho tiempo en la Casa Rosada. Al poco tiempo las Fuerzas Armadas (léase Alejandro Agustín Lanusse) lo eyectaron del poder y lo sustituyeron por el general Roberto Marcelo Levingston. La “Revolución Argentina” había comenzado a desmoronarse sin remedio. “La operación Pindapoy”, además, hizo posible el conocimiento público no sólo de Arrostito sino de los jóvenes que la secundaban, como el mencionado Fernando Abal Medina y quien adquiriría más adelante una notoria popularidad: Mario Eduardo Firmenich.

En su libro “El peronismo armado” Alejandro Guerrero hace una detallada descripción de lo que sucedió ese fatídico día en el domicilio de Aramburu, lugar donde tuvo lugar su secuestro. Guerrero comienza su descripción mencionando a un tractorista y disqueador de apellido Godoy. A comienzos de junio Godoy se acercó casi de madrugada a la tranquera de La Celma, una estancia situada en Timote (partido de López Tejedor, cerca de Pehuajó), a cobrar una deuda. Luego de golpear la palma de sus manos apareció un hombre joven que, a pesar de la baja temperatura, sudaba y, para colmo, estaba con el dorso al descubierto. ¿Qué tendrá que ver, alguien puede preguntarse, este relato con el secuestro de Aramburu? Por una simple y contundente razón: porque ese joven era Mario Eduardo Firmenich, quien estaba cavando la fosa donde los montoneros depositarían el cadáver de Aramburu. Firmenich le dijo a Godoy que regresara en otro momento porque no tenía el dinero. Godoy retornó al anochecer y en esa oportunidad fue recibido por el hijo del propietario del campo, Carlos Ramus, y el cuidador Blas Acebal, quienes le pidieron que esperara unos días para cobrar la deuda.

¿Por qué es importante Acebal en esta historia? Porque tiempo después dos miembros de una comisión paralela que investigaba el secuestro y ejecución de Aramburu, Aldo Molinari y el general Bernardino Labayrú, se dirigieron a Timote para hablar con Acebal, quien les proporcionó una información detallada sobre Firmenich y Ramus. Lo sorprendente es que Acebal jamás fue convocado para que efectuara la declaración relativa a esos datos y, lo que fue más “sorprendente”, es que a fin de año apareció muerto en su cama en medio de un charco de sangre. Para colmo, un médico de Timote, Germán Silva Benítez, expresó que Acebal había fallecido de un edema agudo de pulmón. Sin embargo, quien primero vio el cadáver, un carnicero del lugar, confirmó la presencia de mucha sangre alrededor del occiso. Cabe acotar que nunca hubo una autopsia.

Estos hechos ponen en evidencia los enigmas que comenzaron a flamear a partir de lo que vio y dijo Acebal. Enigmas que jamás fueron resueltos. Pero hay más, mucho más. Uno de los primeros detenidos fue Carlos Alberto Maguid. Su padre había sido funcionario de la Revolución Libertadora y un hombre cercano a Aramburu. Maguid declaró, bajo tortura, que él había conducido el auto que utilizaron para el secuestro y lo había estacionado en la calle Montevideo, frente al colegio Champagnat. Al poco tiempo se supo que Maguid no sólo no tenía registro sino que no sabía conducir autos. Lo que sí pudo comprobarse es que los montoneros que secuestraron a Aramburu gozaron durante 24 horas de cobertura militar y policial. Ello significa que hubo sectores de las fuerzas armadas y de la policía que estaban al tanto del secuestro y nada hicieron por impedirlo. Hay una palabra precisa para denominar semejante actitud: complicidad.

Habían pasado cinco horas del secuestro y tanto la televisión como la radio tenían prohibido difundir la noticia. Por la tarde el general Imaz, quien en ese entonces era el ministro del Interior, no tuvo mejor idea que afirmar que Aramburu estaba simulando su secuestro. Además, dijo que Aramburu tenía protección policial, lo que lejos estaba de la verdad. Aunque cueste creerlo, en aquel entonces el militar de mayor renombre del país vivía en el más absoluto desamparo. Poco después, un estrecho colaborador del ministro del interior, Darío Saráchaga, afirmó que Aramburu había viajado a Montevideo. Otra mentira escandalosa. Cabe destacar que este personaje (Saráchaga) era cercano al jefe de la Policía Federal, general Mario Fonseca, quien tenía como estrecho colaborador a Guillermo Patricio Kelly, enemigo declarado de Aramburu.

Un dato importante. Por estar vigente en ese momento la ley 18.670 las investigaciones criminales no estaban a cargo del juez de instrucción correspondiente sino de la Policía Federal. En consecuencia, la investigación del secuestro de Aramburu estaba en manos de Fonseca y Kelly. Luego de que Fonseca despachara radiogramas confusos y contradictorios, el ministro del Interior emitió el siguiente comunicado: “Respecto del acontecimiento ocurrido en torno a la persona del señor teniente general Pedro Eugenio Aramburu y que es del dominio público, el gobierno de la Revolución Argentina condena enérgicamente episodios de esta naturaleza”. Aunque cueste creerlo, Saráchaga insistía con el viaje de Aramburu a Uruguay.

Lo que Guerrero narra a continuación es escabroso. El sábado 30 Onganía recibió a la esposa de Aramburu. La mujer confió a sus allegados luego de la visita que el presidente de facto le había dicho que lo que acababa de pasarle a su esposo era el resultado de actuar en política. ¿Qué mensaje le quiso dar Onganía a la atribulada esposa de Aramburu? ¿Qué se lo tenía merecido por haber cuestionado duramente a su gobierno en noviembre del año anterior? Mientras tanto, un amigo de Aramburu, el coronel José Montiel Forzano, se acercó a Fonseca para pedirle el desplazamiento de Kelly, lo que fue tajantemente rechazado por el jefe policial. Lo real y concreto es que a partir de “La Operación Pindapoy” el plan político de Onganía quedó hecho añicos. La interna militar había alcanzado su clímax. Había llegado la hora de Alejandro Agustín Lanusse.

Horas después del secuestro los montoneros difundieron el siguiente comunicado: “Al pueblo de la Nación: ante la difusión de falsos comunicados atribuidos a organizaciones armadas proclamando la detención de Pedro Eugenio Aramburu e imponiendo condiciones para su rescate, la Conducción de nuestra Organización se ve en la obligación de efectuar las siguientes declaraciones: 1) El día 29 de mayo a las 9.30 horas nuestro comando Juan José Valle procedió a la detención de Pedro Eugenio Aramburu; 2) Para demostrar la veracidad de esta afirmación daremos los siguientes detalles: a) Pedro Eugenio Aramburu no lleva en su poder ninguna documentación; b) Los efectos personales que lleva encima comprenden: una medalla llavero con la inscripción “El Regimiento 5 de Infantería al Gral. Pedro Eugenio Aramburu-Mayo de 1955”; dos bolígrafos Parker; un calendario plastificado del Banco del Interior; un pañuelo; una traba de corbata de oro y un reloj pulsera automático; c) La detención se produjo en la sala comedor de su domicilio. 3) Por la naturaleza de los cargos que decidieron la detención de Pedro Eugenio Aramburu, a fines de someterlo a juicio revolucionario, resulta totalmente descartada la posibilidad de negociar su libertad con el régimen. ¡Perón o muerte! ¡Viva la patria! Montoneros”.

Se trata de un documento histórico porque es el certificado de nacimiento de la más relevante organización guerrillera del país en el siglo veinte. Luego dieron a conocer otro comunicado para informar al pueblo que Aramburu había sido sometido a un juicio revolucionario, que éste había concluido, que Aramburu había admitido su responsabilidad en varios de los cargos formulados en su contra, como los fusilamientos de junio de 1956, y que, en consecuencia, había sido condenado a “ser pasado por las armas en lugar y fecha a determinar”. Finalmente, en otro comunicado la organización guerrillera informaba al pueblo lo siguiente: “el 1 de junio a las 7 de la mañana fue ejecutado el fusilador Pedro Eugenio Aramburu, culpable de traición a la patria y asesinato de 27 argentinos”. “Que Dios nuestro Señor se apiade de su alma”.

¿Cuál fue la reacción de Perón ante semejante hecho? El 9 de febrero de 1971 los montoneros le enviaron una carta a Perón para conocer su opinión sobre el secuestro y ejecución de Aramburu: “En primer lugar, creemos necesario explicar las serias y coherentes razones que nos motivaron a detener, juzgar y ejecutar a Pedro Eugenio Aramburu (…) Nos preocupan algunas versiones que hemos recogido, según las cuales nosotros, con ese hecho, estropeamos sus planes políticos inmediatos (…) Creemos que no solo para nosotros, sino para el movimiento entero, es necesaria su palabra esclarecedora acerca de esa hipotética contradicción entre sus planes y nuestro accionar”. El 20 de febrero Perón contestó de la siguiente manera: “A los compañeros montoneros en Buenos Aires. Mis queridos compañeros: Por mano y amabilidad del compañero don (…) he recibido vuestras cosas y desde ya agradezco el recuerdo y saludo que retribuyo con mi mayor afecto (…) Comienzo por manifestar mi total acuerdo con la mayoría de los conceptos que esa comunicación contiene como cuestión de fondo. Estoy completamente de acuerdo y encomio todo lo actuado. Nada puede ser más falso que la afirmación de que con ello ustedes estropearon mis planes tácticos, porque nada puede haber en la conducción peronista que pudiera ser interferido por una acción deseada por todos los peronistas. Me hago un deber en manifestarles que si eso ha sido dicho, no puede haber sido sino con mala intención”.

Lo narrado precedentemente aconteció en la Argentina. No se trata, por ende, de una ficción borgeana. El 29 de mayo de 1970 unos jóvenes que no superaban los 25 años, liderados por una mujer un poco mayor, secuestraron a Aramburu en su domicilio. Lo hicieron a cara descubierta, con uniformes militares. Entraron y salieron del domicilio de Aramburu sin ningún tipo de inconveniente. Contaron con apoyo logístico tanto de los militares como de los policías, según lo descripto por Guerrero. ¿Podía ignorar el presidente de facto Onganía lo que sucedería el 29 de mayo? Por supuesto que no. Entonces surge un interrogante tenebroso: ¿por qué no hizo nada por impedir ese macabro hecho?; ¿acaso quería que Aramburu fuera asesinado?; ¿acaso ignoraba la existencia de Arrostito, Firmenich y compañía?; ¿personajes como Imaz, Saráchaga, Fonseca y Kelly hubieran actuado de esa manera de no haber contado con el visto bueno de Onganía? Estas preguntas que nadie respondió ponen dramáticamente en evidencia que hubo una zona liberada que facilitó el accionar de los montoneros, que hubo complicidad al más alto nivel policial, militar y político.

Una mención merece el apoyo de Perón al secuestro y ejecución de Aramburu. En ese momento-comienzos de 1971-qué mejor para los planes de Perón que un hecho de semejante envergadura para demoler al régimen militar. Ello explica su firme apoyo a los montoneros. Dos años más tarde el idilio estallaría en mil pedazos.

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