Por Claudio Chaves.-

Al son de marchas guerreras que salían de sus gaitas, los marciales soldados del Regimiento 71 de Escocia avanzaron por la actual calle Defensa rumbo al Fuerte. Sus coloridas y vistosas polleritas fueron, aquel aciago día, el comentario forzoso de un pueblo acostumbrado al poncho pampa y el chiripá. El día era lluvioso y cargado de una humedad que calaba los huesos. William Carr Beresford, jefe de la expedición británica, intimó la capitulación y la capitulación se hizo. Tras cartón reclamó los dineros de la Real Hacienda más el contante y sonante del comercio con Filipinas que en ese momento se hallaba en Buenos Aires a punto de ser enviado a España. Como el Virrey conocía la vocación inglesa por el oro, la plata y la aleación acomodó todo en su carruaje y marchó rumbo a Córdoba. ¡No se lo iban a llevar así no más!

El comercio de Buenos Aires desesperó. Es que el general británico, que tenía un ojo bizco, para el católico pueblo de la ciudad la indubitable marca del demonio, observó el asunto del siguiente modo: ya que los caudales se habían marchado confiscó más de cien barcos de privados exigiendo un resarcimiento o claro… los dineros del Virreinato. Los hombres de negocios no lo dudaron. El asunto se conversó en la casa de Sarratea resolviéndose que una comitiva ablandara el corazón y el bolsillo del Virrey, y que sin más entregara los caudales a los nuevos amos y salvar así sus balandras, sumacas y paquebotes.

¿Entregó todo Sobremonte a los ingleses? No, al menos directamente. Mandó esconder bajo tierra una parte del tesoro. Los ingleses sospecharon la maniobra y siguiendo las huellas dejadas por las carretas cargadas de oro y plata por la pampa, comenzaron a cavar desenterrando lo hallado hasta que se cansaron de palear. La leyenda fue que había más, razón por la cual el Tesoro de Sobremonte encendió la imaginación de cuanto aventurero de vida fácil hubo por estas tierras como en su momento fue la leyenda del Rey Blanco o la Ciudad de los Césares para los conquistadores.

Ya en el siglo XX el Tesoro de Sobremonte continuaba calentando la sesera de algunos pícaros que como Viernes Scardulla, oriundo de Venado Tuerto, dijo, en 1938, haber hallado en la localidad de Pergamino y al mismo tiempo estafado por un tal Monti al que le llevó los cofres para que los vendiera. Detenido Monti por la Policía, resultó ser un estafador chileno, que logró zafar de sus custodios arrojándose al vacío de los pisos superiores del Departamento Central de Policía. Fin.

Me temo que dentro de algunos años y a propósito de las andanzas de José López por Luján arrojando por la noche bolsos cargados de dinero a las profundidades de un convento, los pícaros del futuro recorran abadías, noviciados o monasterios en busca del tesoro de De Vido.

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