Por Hernán Andrés Kruse.-

Estamos en la semana donde rememoramos un acontecimiento excepcional que marcó el inicio de un largo proceso que culminó el 9 de julio de 1816, cuando un puñado de diputados tuvo el coraje de declarar, en Tucumán, nuestra independencia. ¿Cuáles fueron los antecedentes inmediatos de la gesta de Mayo? El 31 de enero de 1810 tuvo lugar en España un hecho de extrema gravedad: la disolución de la Junta de Sevilla. El efecto inmediato fue la transferencia del poder a un Consejo de Regencia. Había, por ende, una doble acefalía. Por un lado, la del rey de España a raíz de la invasión napoleónica; por el otro, la del órgano que reemplazó al rey cautivo. El 14 de mayo de 1810 los marinos del buque Mistletoe, que fondeaba en el puerto de Montevideo, difundieron la noticia de la disolución de la Junta de Sevilla. La reacción en Buenos Aires fue instantánea. Se constituyó un cabildo abierto que comenzó a sesionar el 22 sobre dos cuestiones fundamentales: a) si la disolución de la Junta de Sevilla implicaba automáticamente la caducidad del virrey Cisneros; b) si efectivamente la autoridad de Cisneros caducaba, debía determinarse si el cabildo de Buenos Aires era el lugar apropiado para que se produjera su abdicación. Doscientas veinticuatro personas votaron ese día y la mayoría estuvo a favor de la cesación de Cisneros en el cargo. Contrariando la voluntad popular, el cabildo designó una Junta presidida por Cisneros. Criollos y oficiales de Patricios resistieron lo decidido por el Cabildo y exigieron la renuncia de los miembros de la Junta. El 25 sesionó una nueva Junta integrada por Saavedra (presidente), Moreno y Paso (secretarios), Belgrano, Azcuénaga, Castelli, Alberti, Matheu y Larrea (vocales). La revolución se había consumado. Quedaba constituido el primer gobierno criollo. Emerge en toda su magnitud la calidad moral e intelectual de aquella clase política. Eran, evidentemente, otros tiempos. Eran tiempos que permitían a próceres como Mariano Moreno y Manuel Belgrano acceder al poder con apoyo popular. Doscientos doce años después sólo queda el recuerdo de aquella clase política. Prueba irrefutable de nuestra decadencia como país. De estar gobernados por Mariano Moreno y Manuel Belgrano pasamos a estarlo, en pleno siglo XXI, por Mauricio Macri y Alberto Fernández. Parafraseando al gran Vinicius de Moraes, nuestra tristeza no tiene fin.

A modo de humilde homenaje a esos próceres paso a transcribir algunos párrafos de un memorable escrito de Mariano Moreno publicado en la Gaceta el 8 de diciembre de 1810, referido a la supresión de los honores del presidente.

Escribió Moreno (*):

1-“En vano publicaría esta Junta principios liberales, que hagan apreciar a los pueblos el inestimable don de su libertad, si permitiese la continuación de aquellos prestigios, que por desgracia de la humanidad inventaron los tiranos, para sofocar los sentimientos de la naturaleza. Privada la multitud de luces necesarias, para dar su verdadero valor a todas las cosas; reducida por la condición de sus tareas a no extender sus meditaciones más allá de sus primeras necesidades; acostumbrada a ver a los magistrados y jefes envueltos en un brillo que deslumbra a los demás, y los separa de su inmediación, confunde los inciensos y homenajes con la autoridad de los que los disfrutan, y jamás se detienen en buscar al jefe por los títulos que lo constituyen, sino por el boato y condecoraciones con que siempre lo ha visto distinguido. De aquí es que el usurpador, el déspota, el asesino de su patria arrastra por una calle pública la veneración y respeto de un gentío inmenso, al paso que carga la execración de los filósofos y las maldiciones de los buenos ciudadanos; y de aquí es que, a presencia de ese aparato exterior, precursor seguro de castigos y de todo género de violencias, tiemblan los hombres oprimidos, y se asustan de sí mismos, si alguna vez el exceso de opresión los había hecho pensar en secreto algún remedio”.

2-“Se avergonzaría la Junta y se consideraría acreedora a la indignación de este generoso pueblo, si desde los primeros momentos de su instalación hubiese desmentido una sola vez los sublimes principios que ha proclamado. Es verdad que, consecuente al acta de su erección, decretó al Presidente, en orden al 28 de mayo, los mismos honores que antes se habían dispensado a los virreyes; pero esto fue un sacrificio transitorio de sus propios sentimientos, que consagró al bien general de este pueblo. La costumbre de ver a los virreyes rodeados de escoltas y condecoraciones habría hecho desmerecer el concepto de la nueva autoridad, si se presentaba desnuda de los mismos realces; quedaba entre nosotros el virrey depuesto; quedaba una audiencia formada por los principios de divinización de los déspotas; y el vulgo, que sólo se conduce por lo que se ve, se resentiría de que sus representantes no gozasen el aparato exterior de que habían disfrutado los tiranos, y se apoderaría de su espíritu la perjudicial impresión de que los jefes populares no revestían el elevado carácter de los que nos venían de España. Esta consideración precisó a la Junta a decretar honores al Presidente, presentando al pueblo la misma pompa del antiguo simulacro, hasta que repetidas lecciones lo dispusiesen a recibir sin riesgo de equivocarse el precioso presente de su libertad”.

3-“La libertad de los pueblos no consiste en palabras, ni debe existir en los papeles solamente. Cualquier déspota puede obligar a sus esclavos a que canten himnos a la libertad; y este cántico maquinal es muy compatible con las cadenas y opresión de los que lo entonan. Si deseamos que los pueblos sean libres, observemos religiosamente el sagrado dogma de la igualdad. ¿Si me considero igual a mis conciudadanos, por qué me he de presentar de un modo que les enseñe que son menos que yo? Mi superioridad sólo existe en acto de ejercer la magistratura que se me ha confiado; en las demás funciones de la sociedad soy un ciudadano, sin derecho a otras consideraciones, que las que merezca por mis virtudes. No son éstos vanos temores de que un gobierno moderado pueda alguna vez prescindir. Por desgracia de la sociedad existen en todas partes hombres venales y bajos, que no teniendo otros recursos para su fortuna que los de la vil adulación, tientan de mil modos a los que mandan, lisonjean todas sus pasiones, y tratan de comprar su favor a costa de los derechos y prerrogativas de los demás. Los hombres de bien no siempre están dispuestos ni en ocasión de sostener una batalla en cada tentativa de los bribones; y así se enfría gradualmente el espíritu público, y se pierde el horror a la tiranía. Permítaseme el justo desahogo de decir a la faz del mundo, que nuestros conciudadanos han depositado provisoriamente su autoridad en nueve hombres, a quienes jamás trastornará la lisonja, y que juran por lo más sagrado que se venera sobre la tierra, no haber dado entrada en sus corazones a un solo pensamiento de ambición o tiranía; pero ya hemos dicho otra vez, que el pueblo no debe contentarse con que seamos justos, sino que debe tratar de que lo seamos forzosamente”.

(*) Mariano Moreno, Escritos selectos, La Torre de Babel, Ed. Perrot, Bs. As., 1962, punto VI.

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