Por José Luis Milia.-

«En una sociedad donde no hay algo por lo que valga la pena morir, tampoco hay nada por lo que valga la pena vivir». Benedicto XVI.

Fue en 1989 y sucedió en un verano en que la República se ahogaba en un proyecto político manejado por un grupo de hombres minúsculos que después de poner a la Nación dada vuelta, como toda autocrítica dijeron que el desastre que ocasionaron se debía a que no supieron, porque eran ignorantes, no pudieron, porque eran débiles o simplemente porque no quisieron, en su soberbia, tomar medidas que el sentido común imponía y la politiquería negaba.

Este fue el marco en que se dio el combate de La Tablada, pero también es menester no olvidar que a ese día de enero de 1989 ya se llevaban- gracias a la incompetencia o a compromisos espurios que algunos de estos hombres arrastraban- casi seis años de negar el sentido heroico de Malvinas, de ningunear a las FF. AA. de la Nación y aprovechando los resortes de los que disponía el estado construir un relato falaz de la historia reciente que les permitiera perseguir a aquellos que habían combatido a la guerrilla castrista. Para hacer eso, habían comenzado con la infiltración en las escuelas, el Himno a ritmo de rock, la ayuda “pilatesca” de la Iglesia que aprendía a lavarse las manos pese a los curas tercermundistas y como colofón tener un fraile con metralleta en el copamiento del cuartel y, por supuesto el silencio cobarde de todos los que avergonzados por haber preferido en los trágicos momentos de la guerra antisubversiva la Bandera de Belgrano por sobre un trapo rojo aceptaban mansamente el lavado de cerebro que años después les haría cerrar los ojos frente a las injusticias cometidas contra aquellos que nos salvaron de un destino de lacayos.

Bastante se ha escrito sobre el Combate de La Tablada. Ya es tierra de historiadores, pero también de aparatos de propaganda siempre prestos a la mentira que lleve agua a su molino y, aunque sobre desconfianza cuando tratamos de saber por que los servicios de inteligencia no detectaron las actividades de un psicópata político como era Gorriarán Merlo o el por que de las “charlas” que el MTP mantenía con hombres del gobierno o las causas del infame indulto que un gobierno del mismo partido que detentaba el poder cuando la batalla otorgó, años después, a los guerrilleros sobrevivientes; lo que nos ocupa hoy es algo más profundo y tiene que ver con la frase del epígrafe, los hombres que allí cayeron nos devolvieron, con su muerte en combate, la certidumbre de que vale la pena vivir por esta tierra.

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