Por Jorge Augusto Cardoso.-

Decía Winston Churchill: “Cuanto más atrás hurguemos en la historia, más adelante seremos capaces de ver”.

El seis de septiembre se cumplieron noventa y cuatro años del golpe cívico militar que derrocó a Yrigoyen. Paradójicamente éste había sido el instigador de otros que obraron como fundamentos del que lo sacó de la presidencia. Veamos:

A fines del siglo XIX, en nuestro país, en ciertos líderes entre los que se encontraban Alem, Yrigoyen, del Valle y Mitre, había nacido la idea de que las revoluciones constituían parte de las opciones adecuadas para imponerse en las contiendas cívicas, por eso se convirtieron en adoctrinadores de Oficiales del Ejército y no midieron las consecuencias y el daño que iban a causar a la disciplina militar y fundamentalmente, al orden institucional cuyos fatídicos efectos perdurarían por varias décadas.

La propaganda que fueron infiltrando en las filas del ejército tuvo su eco en el famoso “mitin del Jardín Florida”, del 01 Sept de 1889 al que concurrieron Cadetes del Colegio Militar que, junto a estudiantes universitarios allí reunidos, crearon la Unión Cívica de la Juventud, luego devenida en Unión Cívica Radical. Se inició de este modo el nefasto proceso de involucrar a los Oficiales de las Fuerzas Armadas en la política.

Cientos de Oficiales, impulsados por Alem e Yrigoyen, conspiraron en las revoluciones de 1890, 1903 y 1905 para derrocar al gobierno constituido que, si bien fracasaron en el campo táctico, pues no lograron hacerse del poder, triunfaron en lo ideológico, convenciendo a generaciones de civiles y militares que los golpes de estado eran medios válidos para las luchas cívicas.

En 1905, en la proclama de la revolución de ese año (encabezada por D. Hipólito Yrigoyen), podía leerse: “el militar es un ciudadano que tiene el deber de ejercitar el supremo recurso de la protesta armada.” Los Capitanes que se sublevaron ese año en el Colegio Militar, habían sido aquellos que fueron Cadetes en el 89.

Yrigoyen, sintiéndose comprometido con los militares que lo habían seguido y que habían sufrido la consecuencia de sus actos con bajas, retiros y exoneraciones, se propuso repararlos.

En su primera presidencia, arreciaban los decretos de ascensos, promociones y asimilaciones. De este modo se “reparaba” a quienes se habían levantado en armas contra las instituciones de la República o a quienes habían sido habilidosos haciendo antesalas en despachos oficiales.

El desagravio no sólo llegó a los revolucionarios de baja o retiro sino también a los fallecidos; mandó modificar la pensión de sus deudos. Entre los fallecidos estaba el Coronel Martín Yrigoyen, su hermano.

En ley impulsada por Yrigoyen pero sancionada en el período de Alvear, se declaraba “servicios a la patria” los prestados por los Oficiales y Tropa en los movimientos revolucionarios de 1890, 1903 y 1905. (Ley Nº 11.268).

Las numerosas intervenciones militares a las provincias que realizó Yrigoyen, la connivencia de la política con la función militar, fue deteriorando la disciplina y la capacidad específica de las Fuerzas Armadas, motivo por el que comenzó a crecer, en su seno, disconformidad con lo que estaba ocurriendo. Algunos se organizaron en logias y, aliados con grupos de civiles, finalmente se complotaron y contribuyeron al triunfo de la revolución de 1930 y posteriormente la de 1943.

Estas acciones revolucionarias se fueron sucediendo a lo largo del siglo XX favorecidas, por un lado, por el desapego de la población en general a las normas republicanas y por la creencia internalizada en la ciudadanía de que los golpes de estado eran válidos para cambiar los rumbos políticos. La revolución de 1955 fue propiciada por radicales y socialistas entre otras agrupaciones.

Así, “La Protesta Armada” continuó presentándose en diferentes oportunidades con el apoyo de una gran parte de la población civil y sus organizaciones políticas que, en la asonada de marzo del 76, le aportaron a la flamante conducción del proceso 502 intendencias, (310 la UCR y 192 el PJ), y una gran cantidad de embajadores y ministros.

El perdedor de todos estos episodios ha sido la República y de los actores (civiles y militares que los protagonizaron), los únicos que están siendo castigados son los militares. Ellos escucharon el pedido de intervención política de los líderes de la oposición y el clamor de un pueblo que pedía a gritos terminar con el terrorismo armado del ejército revolucionario del pueblo y montoneros.

Los militares no han sido los únicos culpables de las distintas interrupciones de los procesos democráticos. La sociedad, y en particular la sociedad política han sido corresponsables.

No es justo achacarles sólo a ellos todos los males. No es justo presentar en el banquillo de los acusados con criterios y leyes concebidas en la paz a quienes emplearon el instrumento militar en una guerra. Las leyes de la guerra difieren a las de la paz.

No vamos a construir una mejor sociedad si lo único que estamos buscando es expiar nuestras culpas juzgando a militares, verdaderos chivos expiatorios de una Argentina que teme asumirse en su verdadera y dolorosa dimensión: violenta, con desmemoria selectiva, revanchista, oportunista y anti-ética.

Saquemos enseñanzas del pasado. Procuremos evitar mayores males en el futuro como consecuencia de las acciones que se toman en el presente. Sirva como enseñanza esas decisiones que, tomadas allá en 1890, gravitaron negativamente en la escena política de la Argentina durante poco más de medio siglo.

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