Por Hernán Andrés Kruse.-

El 20 de junio se conmemora el fallecimiento de uno de nuestros máximos próceres: Manuel Belgrano. Héroe de las guerras de la independencia y figura estelar del gobierno de mayo, pronunció aquella trágica frase momentos antes de morir-“¡Ay Patria mía!”-que ponía en evidencia la dramática situación por la que estaban atravesando las Provincias Unidas del Río de La Plata.

Mucho tiempo después tuvo lugar el mismo día de la partida del prócer un hecho que marcó a fuego a la Argentina contemporánea y que, de manera intencionada, es ignorado. Hago referencia a la masacre de Ezeiza, acaecida el 20 de junio de 1973, día en que se produjo el retorno definitivo al país del general Perón. Los bosques de Ezeiza y el palco montado por la derecha peronista para celebrar tan magno acontecimiento para el justicialismo, se transformaron en un dantesco escenario de muerte y destrucción. La fuerza de choque del peronismo histórico y la juventud peronista tomaron la trágica decisión de dirimir sus diferencias a balazos, provocando una guerra que ocasionó un número indeterminado de muertos, heridos y desparecidos. Después del secuestro y ejecución del general Aramburu en mayo de 1970, la masacre de Ezeiza fue el hecho político más grave de la década del setenta hasta ese momento.

¿Por qué la clase política prefiere que las nuevas generaciones no sepan qué fue lo que sucedió ese día en Ezeiza y cuáles fueron las razones de semejante tragedia? Me parece que la clase política no quiere que el pueblo tenga conciencia del protagonismo del mismísimo Perón en ese período nefasto que costó la vida a miles de argentinos y cuyas heridas, también de manera intencional, aún no han cicatrizado.

Lo primero que hay que tener en cuenta para tratar de entender la matanza de Ezeiza es la connivencia de Perón con la guerrilla peronista durante su exilio madrileño. El general era un cuadro político conservador y popular, bastante próximo al fascismo italiano. Aborrecía, por ende, al marxismo. Pero también era un maquiavélico formidable, un pragmático sin igual capaz de valerse de cualquier medio para obtener lo que se proponía. En los años de su exilio en Puerta de Hierro, sólo pensaba en su retorno a la Argentina para ser otra vez presidente. Para ello era fundamental que el régimen antiperonista que gobernaba la Argentina se desmoronara como un castillo de naipes. Necesitaba horadar sus bases de legitimación, poner en evidencia su incapacidad para garantizar la paz social. Las denominadas “formaciones especiales”, surgidas con posterioridad a los fusilamientos de José León Suárez en 1956, se encargaron de ejecutar la tarea de esmerilamiento del régimen antiperonista. Con el apoyo expreso de Perón, la guerrilla peronista comenzó a asolar el territorio nacional con atentados de diverso calibre que causaron zozobra en la población e inquietud en las más altas esferas del poder.

En su excelente libro “El peronismo armado”, Alejandro Guerrero transcribe párrafos de dos cartas que datan de 1965, una escrita desde las cárceles de Villa Devoto y Caseros por miembros del “peronismo revolucionario”, y la otra por el propio Perón, en respuesta a la anterior. Escribieron los guerrilleros presos: “A los que sostienen que Perón no impulsa al Movimiento hacia una forma de organización más elevada que la existente, nos permitiremos responderles con documentos que Perón emite a menudo. En infinidad de esos documentos, nuestro conductor fija la línea de una sólida alianza con los Movimientos de Liberación Nacional, que integran en conjunto el Tercer Mundo, de los que el peronismo es uno de sus precursores. En ellos no nos habla de reformistas al estilo Frei, Leoni, Figueres, sino de Mao Tsé-Tung, Fidel Castro o Nasser. Creemos que ahí está claramente explicitado el camino que deberemos recorrer para liberarnos”.

Los guerrilleros creían en Perón, en su ferviente postura tercermundista, antiimperialista. En ese entonces no se percataban de que estaban siendo utilizados por un titiritero admirable, sin escrúpulos, impiadoso. En su respuesta Perón escribió lo siguiente: “No buscamos de ninguna manera sustituir (en el gobierno) a un hombre por otro, sino un sistema por otro sistema. No buscamos el triunfo de un hombre o de otro, sino el triunfo de una clase mayoritaria (…): la clase trabajadora. Y porque buscamos el poder para esa clase mayoritaria, es que debemos prevenirnos contra el posible espíritu revolucionario de la burguesía. Para la burguesía, la toma del poder significa el fin de su revolución. Para el proletariado-la clase trabajadora toda del país-la toma del poder es el principio de esta revolución que anhelamos para el cambio de las viejas y caducas estructuras demoliberales (…) Es imposible la coexistencia pacífica entre las clases oprimidas y opresoras. Nos hemos planteado la tarea fundamental de triunfar sobre los explotadores, aun si ellos están infiltrados en nuestro propio movimiento político. La Patria espera de todos ustedes una postura seria, firme y sin claudicación. Un abrazo, Juan Perón”.

En la intimidad de su hogar de Puerta de Hierro, Perón seguramente celebró con champagne el secuestro y posterior asesinato del general Aramburu ya que implicó, para el antiperonismo en el poder, el comienzo de su inevitable declive. La insólita decisión del último presidente de facto, el general Lanusse, de impedir la candidatura presidencial de Perón en las elecciones del 11 de marzo de 1973, no hizo más que agrandar el mito de Perón. La asunción de Cámpora el 25 de mayo de ese año hizo creer a la guerrilla peronista que el paraíso socialista estaba a la vuelta de la esquina y que Perón no les había fallado. Pero el General les falló de una manera impiadosa.

Todo estaba preparado para que el retorno definitivo de Perón al país fuera una fiesta gigantesca, inolvidable. Nunca antes se había congregado tanta gente en un escenario abierto. Lamentablemente, muy pronto la izquierda y la derecha del peronismo decidieron dirimir sus discrepancias mediante la violencia armada. Fue tal el caos que imperaba en Ezeiza que el avión que transportaba desde Madrid a Perón se vio obligado a aterrizar en Morón. El saldo de la matanza fue terrible. Nunca se dieron las cifras exactas de los muertos y heridos. Se habló incluso de desaparecidos. Al día siguiente Perón se dirigió a los argentinos. Habló de la imperiosa necesidad de garantizar la paz social e hizo especial mención de quienes pretendían infiltrarse en el movimiento. En julio el General tomó la decisión final: renegó de la izquierda peronista y se recostó sobre las espaldas de la derecha peronista. Los montoneros se sintieron traicionados. Jamás le perdonaron a Perón semejante afrenta. Dos días después del histórico triunfo de Perón (casi el 62% del electorado lo votó el 23 de septiembre), un comando montonero asesinó a José Ignacio Rucci, líder de la CGT y mano derecha del General. Perón lo consideró, con razón, una declaración de guerra. A partir de entonces la Argentina se transformó en un gigantesco campo de batalla. Había estallado una guerra civil no declarada formalmente que enlutó al pueblo. Implicó, además, el comienzo del terrorismo de estado que alcanzó carácter sistémico con posterioridad al 24 de marzo de 1976.

Apéndice

José Pablo Feinmann: Peronismo. Filosofía política de una obstinación argentina

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LOS SUJETOS POLITICOS DIFERENCIADOS QUE ESPERABAN A PERON

¿Cuántos sujetos políticos diferenciados esperan a Perón el 20 de junio de 1973? ¿Qué proyecto político anima a cada uno? ¿Qué clase de lucha se disponen a dar? ¿Qué creen que hará Perón? Entramos en una de las coyunturas históricas más sobredeterminadas, más complejas que podamos imaginar. ¿Cómo no hacer de ella una herramienta de escenificación teórica? Nada más deliberado que la recurrencia a la palabra escenificación. Vamos a analizar “Ezeiza” como una ópera coral. No porque tenga un coro. Sino por un uso más común que se le da al término coral: las voces que se pronuncian son muchas. Se habla desde muchas partes. Todas las voces están situadas en una ideología, son violentas o no, llevan armas o no, han ido con diferentes propósitos, y todas expresan la praxis de un grupo consolidado o la de una gigantesca multitud que se ha puesto de acuerdo en una sola cosa: ir a recibir al líder ausente, a presenciar el acontecimiento imposible, el que muchos ya no esperaban ver antes de morirse. Si hay un coro, es éste. Pero no es un coro que posea el conocimiento de la trama y le añada sus reflexiones, sus comentarios, sus temores. No, es un coro pasivo. El que fue a una fiesta que creyó suya y no lo era. El que no se propuso nada. Sólo ir, sólo darle contenido a un evento alegre, multitudinario, hondamente popular. El que sufrió el impacto brutal de los hechos, el que vio su sueño hecho pesadilla en un tiempo mínimo y atronador (las ambulancias, los tiros, los gritos, la gente que huía). El que se fue solo, sin saber nada, masticando conjeturas en el aire, cabizbajo, con el peso de la noche inminente encima, abrumándolo. Si hubo una víctima fue el coro, la multitud, la masa, los que no sólo no llevaron armas, tampoco fueron a copar un acto sino a darle un contenido, el de su presencia, su alegría y su –ahora– patética esperanza. Pocas veces, tal vez nunca, la sencilla (pero también compleja, porque cuesta edificar la esperanza, creer en algo, entregarse) fe de una masa innumerable fue tan burlada, tan traicionada, tan dejada de lado, tan desdeñada (se desdeña lo que se desestima, lo que se torna indiferente, lo que se menosprecia: ¿alguien pensó en los millones de seres que solamente habían ido a una fiesta, a buscar a Perón y nada más, apenas eso?) como la masa que el 20 de junio caminó por la autopista hacia el palco, en un día de sol, el último del otoño de 1973, el último de muchas cosas. ¿Qué llevó a cerca de 3.000.000 de seres humanos hacia el puente 12, en busca de un general destituido, de un anciano, de un hombre ya gravemente enfermo al que, sin embargo, se consideraba un titán capaz de solucionar todos los problemas de la patria?

Todos estuvimos ahí. A lo largo de los años no es frecuente encontrar a alguien que no haya ido. Al contrario, todos, por un motivo u otro, fueron a Ezeiza. Protagonizaron la marcha sobre Ezeiza. No es fácil de explicar. Sin embargo, es posible decir por qué fue cada grupo. La Juventud Peronista: Se consideraba la protagonista de la jornada. La que la había hecho posible. La Plaza del 25 la había exaltado. Su presencia masiva en la campaña electoral le daba derechos. Los mártires, la sangre derramada era su mayor argumento. ¿Quién puso más muertos que nosotros para traer a Perón? ¿Cuál es, por si fuera poco, el fenómeno de masas más importante y original de la Argentina de este tiempo? Nosotros, los jóvenes peronistas y nuestras organizaciones guerrilleras. Somos los herederos del peronismo combatiente. Pedimos el socialismo porque está en el espíritu de los tiempos. La historia no marcha al acaso. Al azar. Tiene un sentido. Y el sentido de la historia de nuestro tiempo es su marcha incontenible al socialismo. ¡Si Perón hubiera tenido esta juventud en el ‘55 no caía! Nosotros sí que hubiéramos dado la vida por él. Perón es la maldición de la Argentina gorila y oligárquica. Nadie los molestó como él. Esa tarea incompleta la completaremos ahora, con él en la patria. Marcharemos hacia Ezeiza con todo nuestro poder movilizador. Apenas si llevaremos armas. No las necesitamos. Tenemos a las masas. Vamos a copar el acto con las masas. Mírenlos: son camiones de Salta, de Jujuy, de Catamarca. Llegan, se detienen, bajan todos los morochos y despliegan sus banderas y las banderas dicen: FAR y Montoneros. Y esto era así. Y era impresionante. La capacidad de organización de los Montoneros y la espontánea adhesión de las masas lograban impresionar. Era mediodía, el sol estallaba en sus pieles oscuras y, sin duda, hermosas, autóctonas, las pieles del interior postergado, del interior que barrieron a sangre y fuego Mitre y sus lugartenientes después de Pavón. Con los torsos desnudos, sudados, se tiraban de los camiones y desplegaban sus banderas. Y todas, todas ellas decían Montoneros, decían FAR, decían Poder Popular, Socialismo Nacional como quiere el general, Trelew, ni olvido ni perdón, la sangre derramada no será negociada, Abal Medina/ el nombre de tu hermano/ es fusil en la Argentina. ¡Los pibes de Jujuy bajaban con esas consignas! Llegaron a ser –si no 3.000.000, para los que se asustan con las cifras abultadas y empiezan a negociar como si buscaran disminuir los hechos con eso– no menos de 2.500.000 personas.

A ver, ¿qué eran? ¿Todos boludos que no sabían que Perón era un turro y un nazi? Ni se preguntaban qué era en sí Perón. Cada cual tenía al suyo y esperaba al suyo. La clase media: Estaban felices. Los pibes y las chicas. Hay que tener en cuenta que muchos eran militantes. Porque nunca fue más digna la clase media. Más generosa. Menos economicista. Nunca se jugó tanto. Pero también estaban los padres. Mi suegro –que había sido antiperonista– se volvió hacia Perón con entusiasmo. ¿Qué esperaba? Que mejorara la economía. Que se fueran los militares. El país estaba harto de los militares. López Aufranc se lo dijo a los suyos: “Señores, casi todo el país votó contra nosotros”. Y los hinchas de fútbol. Ya todos los cánticos se hacían con la marcha peronista. Y los billaristas de los bares. Los porteños esos de los dedos amarillos por el pucho, de los dientes averiados, del bigote, del pelo ralo, que se quedaban hasta la madrugada en los 36 Billares o en Federico Lacroze y Alvarez Thomas. Al lado del cine Argos. Y los lustrabotas. Y los canillitas. Y las putas. Y los putos. Y los actores, y las actrices. Y hasta las modelos. Y hasta muchos canas. Mecánicos de electricidad del automóvil de la calle Warnes. Gallegos del Hotel Castelar. Los que comían en El Tropezón, en ese “Restorán Tropezón/ El de la eterna rutina/ Pucherito de gallina/ Con viejo vino Carlón” que cantaba Goyeneche. A mí no me gustaba el pucherito de gallina, pero quedarse en El Tropezón hasta las cinco de la mañana y hablar toda la noche con una mina o con un amigo o con una mina amiga y compañera o con un veterano, con un tanguero, era una gloria. A las cinco alguien se animaba a cantar. Ya entonces yo padecía el sonoro revire de saber cantar y cantaba: “La copa del alcohol hasta el final/ Y en el final tu niebla/ ¡Bodegón!/ Monótono y fatal/ Me envuelve el acordeón/ En un vapor de tango que hace mal”. Troilo, señores. Troilo y vino y días que eran como la sala de espera de la plenitud, de los deseos que se te cumplen. Cuando gritaba (porque lo gritaba) “¡Bodegón!”, uno que otro mozo, inusualmente me decía: “Más bajo, pibe. Es tarde”, y yo le hacía caso y si tenía en la mesa a una compañera, ella, en un susurro, decía gloriosamente: “Hoy vas a entrar en mi pasado/ en el pasado de mi vida”, y yo pensaba, un poco boludamente pensaba un país que hizo el tango, ¿cómo no va a poder hacer la revolución? Y los cineastas. Y las pendejas que se volvían locas por los temas de Francis Smith: “Zapatos rotos, zapatos rotos/ Con esa facha, ¿a dónde vas?”, “Movete, chiquita, movete/ Subite a mi ritmo feroz/ No ves que estoy hecho un demonio/ Nadie me para esta vez”.

Seguro, pendejo, nadie nos para esta vez. Por algo te salió esa línea. Porque somos imparables. Porque nadie, esta vez, nadie pero nadie nos para. Y las pibas de Filosofía y Letras, que podían hablar horas de la dialéctica histórica, del movimiento inmanente y necesario de la dialéctica hegelianomarxista hacia el socialismo, o ser también hippies y escuchar a Joan Baez. Y eran tal como lo decía la canción de ese Francis Smith, que después se le pasó la inspireta y no escribió una sola más para el recuerdo: “Estudia de noche/ duerme de día/ dice que estudia/ filosofía/ Qué voy a hacer si ella es así/ Con una hippie yo me metí”. Y concluía: “Yo en mi casa/ y ella en el bar”. Y los pequeños y medianos empresarios. Los rusos queridos del Once. ¡Desbordaba judíos la Jotapé, con sus narices curvas, sus pecas escarlatas, sus culos gordos y su infernal habilidad dialéctica! Y desbordaba rusitas ardientes, minas que tomaban siempre la delantera, que conocían los mejores hoteles para echarse un polvito en una noche de alegría, que te llevaban, te traían, el que diga que alguna vez se cogió a una judía miente, es un fanfarrón, un mentiroso irredento, nadie se cogía a una judía, las judías te cogían sin apelación posible, te violaban casi, ¡cuánto ardor en esas minas! Miren, no sé si los judíos son el pueblo elegido de Dios, pero a las judías las eligió Eros, las instruyó Dioniso y el Marqués de Sade les hizo leer el Ars Erotica del sensualismo oriental. Y parejitas jóvenes con sus párvulos felices, que tenían el privilegio de empezar la vida mirando eso, la alegría de un pueblo. “Sirvientas”, gallegas laburadoras que se limpiaban 9 pisos de escaleras. Porteros. Niños de papá, que querían amargar al viejo y mezclarse con la plebe. Toda esa clase media fue a Ezeiza. ¿Qué esperaban? Qué sé yo. Ya veremos esto y lo veremos a fondo. Entre tanto, un amigo mío inventó la consigna que les correspondía: No rompan las pelotas queremos pagar en cuotas Las clases altas: los capitales supranacionales, las grandes empresas radicadas en el país, la oligarquía terrateniente, la elite de la Sociedad Rural: Esta gente hacía alarde de una serenidad, de una elegante paciencia y de una sabia mirada ante el desarrollo de los hechos. Es como si todos se hubieran dicho: “Observemos y esperemos.

Es necesario que Perón liquide a su ala dura. Sobre todo a su ala armada. A eso que él llamó Formaciones Especiales. Después, con los pibes que los siguen, seguramente sabrá qué hacer. Si se maneja bien en menos de tres meses los tendrá pintando canteros o en el norte, en la zafra. Lo importante es que no les dé puestos en el Gobierno como hizo Cámpora. Y para esto –desde luego– tiene que tumbarlo a ese dentista que se nos ha vuelto revolucionario. A la vejez viruela, Camporita. Sos un burócrata obsecuente. No te ilusiones. Lo que tenés dentro de la cabeza no te da para más. No bien venga Perón te echará a patadas. A vos y a todos los pibes jacobinos de los que te rodeaste. La consigna es buena: ‘Cámpora al Gobierno/ Perón al Poder’. Ya tuviste el Gobierno, tío. Ahora andate. Como sea, si Perón cree apoderarse del Poder, que ni lo sueñe. Tendría que hacer una revolución e ignoramos si sabrá debidamente sobre lo excepcionalmente preparados que nos encontramos para esas contingencias. No creemos que lo sepa. O tal vez sí. Ese enano, ese Rasputín maléfico que tiene a su lado, es uno de nuestros grandes aliados. Está bastante loco pero siempre se necesita un loco. Sobre todo si la primera etapa de un proceso de agresión es extrema y sanguinaria. Después uno se saca de encima a estos tipos. Cierto, lo sabemos: los alemanes no pudieron sacudirse a Hitler. Pero este brujo umbandista, este mínimo esclavo, será materia fácil en nuestras manos. América latina está controlada. Castro ya no convence a nadie: ni a las guerrillas sudamericanas. Velasco Alvarado fracasó. A Salvador Allende lo echamos en un par de meses. Su suerte está sellada. Ahí deberemos hacer una masacre. Ser extremadamente duros. Fue muy lejos ese marxista pacífico y democrático. Debió sosegarse. Plantear una socialdemocracia abierta al Occidente cristiano. Pero no hay caso: prometen, suman extremistas, tienen que cumplirles, se hunden más y más en la subversión que el marxismo anima en nuestros territorios y, por fin, se tornan muy peligrosos y hay que extirparlos. Las extirpaciones no son ni pueden ser amables. Son dolorosas y actúan a fondo, limpiando todo. Habrá mucha sangre en Chile. La CIA no ve la hora de arrojarse sobre esa tierra de comunistas y guerrilleros. Medio fundamental de acción operativa: la tortura. La tortura quiebra al militante y extrae la información necesaria con más velocidad que cualquier otro método. La velocidad es esencial. Mientras, por razones humanitarias, nos demoramos en tener piedad por un prisionero, el contacto de éste tiene tiempo para colocar la bomba que se llevará cien o cuatrocientas vidas. Vidas de honestos ciudadanos chilenos. ¿Qué nos importa el sufrimiento del que posee la información? Debemos ver que más allá de sus gritos de dolor y sus pedidos de clemencia está la salvación de cientos de chilenos honestos, que servirán al país en lugar de destruirlo u ofrecerlo a la codicia indetenible del marxismo internacional. Esta guerra que libramos no es ‘fría’. Aquí, en Chile, en Argentina, es ‘caliente’. El combate es aquí. La negociación se da entre los dos grandes bloques, pero el combate es sucio y tiene por lugar la periferia”.

EL ESTILO DE VIDA ARGENTINO

Las corporaciones multinacionales no pueden operar en países entorpecidos por ideologías anticapitalistas, ideologías de odio. Los landlords están acostumbrados a la mansedumbre de sus obreros y hasta al buen trato que mantienen con ellos. Que no se metan entre ellos los traficantes de ideologías disolventes. No usamos palabras en vano, no usamos “clishés”, aunque nuestros “inteligentes” enemigos así lo crean y se burlen de nosotros. Cuando decimos “disolventes” decimos que, para un infiltrado comunista, es tarea primordial quebrar esa relación de confianza y camaradería entre el obrero rural y el patrón terrateniente. Eso es así desde el inicio de los tiempos. Es, si se quiere, lo que llamamos “el estilo de vida argentino”. Para un comunista, para un polaco, o un judío, o un ruso ignorante de las costumbres nacionales, lesionar la amistad entre el patrón y el obrero rural ha de parecerle fácil. Tonterías. Ya lo intentaron los primeros anarquistas. Nuestros hombres de poder (y atención a esto, señores “revolucionarios”) supieron entreverarse mejor con el pueblo que ustedes, que lo ignoran todo de él. Hay, como les dijimos, un “estilo de vida argentino” y les vamos a contar cómo nuestros grandes hombres lo fueron construyendo. No, como dicen desagradablemente ustedes “desde las bases”, no desde una absurda relación de igualdad que el mismo peón no toleraría, sino desde la posición jerárquica que sólo el patronazgo da. Miguel Angel Cárcano escribió uno de los libros basamentales de nuestra identidad nacional: El estilo de vida argentino. Relata que veraneaba en la estancia La Granja, una de las más hermosas de la sierra de Ascochinga, bajo la amable tutela de su padre. “El general Roca le visitó una mañana. Montado en un zaino, alerta y buen marchador, de larga cola y crines negras (…). Aperado como paisano, vestía traje de campo, amplias bombachas de brin blancas, botas, el saco holgado, un pañuelo de seda en el cuello y panamá de alas anchas. Era un hombre vigoroso, la mirada inquisidora, la frente alta, los labios carnosos entre su bigote y la barba blanca, prolijamente cuidada. Revelaba en todos sus detalles esmero en el vestir, pulcritud en su traje y en sus manos, que aparecieron finas y blancas cuando se quitó los guantes (…). No podía convencerme de que la persona que tenía delante de mis ojos era la misma que había enfrentado al Chacho, conquistado el desierto y librado la gran batalla del ‘80 (…). Veía al ex presidente sin ninguno de los atributos del gobernante, humanizada su figura histórica, la expresión acogedora y despreocupada, sin trincheras de defensa, ni armas para el ataque, veía al general Roca como un buen vecino serrano, como un tranquilo hombre de campo preocupado por las faenas rurales. Cuanto más lo miraba, más hallaba en el tono de su voz seguridad, reposo y autoridad que sólo poseen las personalidades que mucho han vivido y mucho han realizado” (Miguel Angel Cárcano, El estilo de vida argentino: En Paz, Mansilla, Figueroa Alcorta y Sáenz Peña, Editorial Universitaria de Buenos Aires, Buenos Aires, 1969, pp. 79/81. Cursivas mías.

El texto de Cárcano –ante todo: por ser de él, un tipo importante del ‘80– es muy valioso. Revela la “intimidad” que se permitían los grandes hombres de la oligarquía con quienes no lo eran. Roca, sin duda, luego hablaría con los peones rurales y sabría todo lo relativo a sus tareas. Y hasta tomaría mate con ellos y compartiría secretos. Hasta acaso les contara cómo su glorioso Ejército ejecutaba a los “salvajes” en la gran conquista que había protagonizado, salvando a la patria de los sanguinarios malones y permitiendo extender su territorio en nombre de la civilización. Los paisanos gozarían de semejante relato. No querían a los indios. Lectores del Martín Fierro sabían que “Es tenaz en su barbarie;/ no esperen verlo cambiar:/ el deseo de mejorar/ en su rudeza no cabe:/ el bárbaro sólo sabe/ emborracharse y peliar” [La Vuelta, 565]. “Deben creerle a Martín Fierro:/ he visto en ese destierro/ a un salvaje que se irrita/ degollar a una chinita/ y tirársela a los perros” [Ibid., 985]. Y sólo uno más: “Es para él como juguete/ escupir un crucifijo;/ pienso que Dios los maldijo/ y ansina el ñudo desato;/ el indio, el cerdo, y el gato, redaman sangre del hijo” [Ibid., 735]. Por lo que sé no se ha trabajado mucho el tema. Pero en La Vuelta, de principios de 1879, que coincide con la expedición de la masacre roquista, el odio que Hernández descarga sobre el indio [no existente en La Ida, de 1872] es difícil de comunicar, de narrar, de explicar. A veces sofoca. Pero Hernández es un gran constructor de la Argentina triunfante: en 1872, La Ida, le recrimina a Buenos Aires su pésima política con los gauchos, mano de obra barata y calificada; en 1879, La Vuelta, los gauchos son aceptados por la oligarquía agraria de la pampa bonaerense y la campaña entrerriana: el ataque se vuelca hacia los indios. Por fin, Lugones, en El payador, hace de Martín Fierro el gaucho bondadoso, generoso, abierto, la figura de la argentinidad para mostrarle a la chusma ultramarina, a los inmigrantes ácratas, que este país tiene linaje, tiene una simbología patria: el gaucho, algo que ninguno de estos peligrosos anarquistas que llegan de ultramar será jamás.) Estos, que se sentían los dueños del país, que odiaban al peronismo pues los había agredido como nadie, esperaban a Perón también muy atentos. Atentos, sobre todo, a eso que Sánchez de Bustamante había llamado el peligroso “núcleo marxista”. Que preocupaba no sólo a los militares sino “a los propios hombres de orden de ese partido”. Pues bien, “estos hombres de orden” harían la tarea que se les reclamaba. Y al frente de estos hombres (“los de orden”) se pondría Perón.

EL DISCURSO DE PERON DEL 21 DE JUNIO DE 1973

Nuestra narración no es lineal. No queremos que el discurso de Perón del 21 de junio de 1973 –el del día siguiente de Ezeiza– sea conocido después de la narración de los hechos. Nos proponemos ofrecerlo ahora. Ya, sin más. De este modo, ante las cosas que ocurran ustedes ya sabrán lo que dirá Perón y ya podrán ir estableciendo un paralelismo que habrá de golpearlos entre la perplejidad, o la bronca, o la aceptación o el descubrimiento de la complejidad de los hechos, sobre todo si esa complejidad se alimenta por la complejidad del célebre (decisivo) discurso de Perón. Que es el que seguidamente citamos:

”Deseo comenzar estas palabras con un saludo muy afectuoso al pueblo argentino, que ayer desgraciadamente no pude hacerlo en forma personal por las circunstancias conocidas. Llego desde el otro extremo del mundo con el corazón abierto a una sensibilidad patriótica que sólo la larga ausencia y la distancia pueden avivar hasta su punto más álgido. ”Por eso al hablarles a los argentinos lo hago con el alma a flor de labios y deseo también de que me escuchen con el mismo estado de ánimo. ”Llego casi desencarnado. Nada puede perturbar mi espíritu porque retorno sin rencores ni pasiones, como no sea la que animó toda mi vida: servir lealmente a la patria, y sólo pido a los argentinos que tengan fe en el gobierno justicialista porque ése ha de ser el punto de partida para la larga marcha que iniciamos. ”Tal vez la iniciación de nuestra acción pueda parecer indecisa o imprecisa. Pero hay que tener en cuenta las circunstancias en las que la iniciamos. La situación de país es de tal gravedad que nadie puede pensar en una reconstrucción en la que no deba participar y colaborar. Este problema, como ya lo he dicho muchas veces, o lo arreglamos entre todos los argentinos o no lo arregla nadie. Por eso deseo hacer un llamado a todos al fin y al cabo hermanos, para que comencemos a ponernos de acuerdo. ”Una deuda externa que pasa los seis mil millones de dólares y un déficit cercano a los tres billones de pesos acumulados en estos años no han de cubrirse en meses sino en años. Nadie ha de ser unilateralmente perjudicado, pero tampoco ninguno ha de pretender medrar con el perjuicio o la desgracia ajena. No son estos días para enriquecerse desaprensivamente, sino para reconstruir la riqueza común, realizando una comunidad donde cada uno tenga la posibilidad de realizarse. ”El Movimiento Justicialista, unido a todas las fuerzas políticas, sociales, económicas y militares que quieran acompañarlo en su cruzada de Reconstrucción y Liberación del país, jugará su destino dentro de la escala de valores establecida: primero, la Patria; después, el Movimiento, y luego, los hombres, en un gran movimiento nacional y popular que pueda respaldarlo.

”Tenemos una revolución que realizar, pero para que ella sea válida ha de ser una reconstrucción pacífica y sin que cueste la vida de un solo argentino. No estamos en condiciones de seguir destruyendo frente a un destino preñado de acechanzas y peligros. Es preciso volver a lo que fue en su hora el apotegma de nuestra creación: de casa al trabajo y del trabajo a casa, porque sólo el trabajo podrá redimirnos de los desatinos pasados. Ordenemos primero nuestras cabezas y nuestros espíritus. ”Reorganicemos el país y dentro de él al Estado, que preconcebidamente se ha pretendido destruir, y que debemos aspirar a que sea lo mejor que tengamos para corresponder a un pueblo que ha demostrado ser maravilloso. Para ello elijamos los mejores hombres, provengan de donde provinieren. Acopiemos la mayor cantidad de materia gris, todos juzgados por sus genuinos valores en plenitud y no por subalternos intereses políticos, influencias personales o bastardas concupiscencias. Cada argentino ha de recibir una misión en el esfuerzo de conjunto. Esa misión será sagrada para cada uno y su importancia estará más que nada en su cumplimiento. “En situaciones como las que vivimos todos pueden tener influencia decisiva y, así como los cargos honran al ciudadano, éste también debe ennoblecer a los cargos.” Si en las Fuerzas Armadas de la República cada ciudadano, de general a soldado, está dispuesto a morir en la defensa de la soberanía nacional como del orden constitucional establecido, tarde o temprano han de integrarse al pueblo, que ha de esperarlas con los brazos abiertos como se espera a un hermano que retorna al hogar solidario de los argentinos. ”Necesitamos la paz constructiva, sin la cual podemos sucumbir como Nación. Que cada argentino sepa defender esa paz salvadora por todos los medios, y si alguno pretendiera alterarla con cualquier pretexto, que se le opongan millones de pechos y se alcen millones de brazos para sustentarlas por los medios que sean precisos. Sólo así podremos cumplir nuestro destino. ”Hay que volver al orden legal y constitucional como única garantía de libertad y justicia. En la función pública no ha de haber cotos cerrados de ninguna clase, y el que acepte la responsabilidad ha de exigir la autoridad que necesita para defenderla dignamente. Cuando el deber está de por medio los hombres no cuentan, sino en la medida en que sirven mejor a ese deber. La responsabilidad no puede ser patrimonio de los amanuenses. “Cada argentino, piense como piense, y sienta como sienta, tiene el inalienable derecho de vivir en seguridad y pacíficamente.” El gobierno tiene la insoslayable obligación de asegurarlo. Quien altere este principio de la convivencia, sea de un lado o de otro, será el enemigo común que debemos combatir sin tregua, porque no ha de poderse hacer ni en la anarquía que la debilidad provoca o la lucha que la intolerancia desata.

“Conozco perfectamente lo que está ocurriendo en el país. Los que creen lo contrario se equivocan. Estamos viviendo las consecuencias de una posguerra civil que aunque desarrollada embozadamente no por eso ha dejado de existir, a lo que se suman las perversas intenciones de los factores ocultos que desde las sombras trabajan sin cesar tras designios no por inconfesables menos reales. Nadie puede pretender que todo esto cese de la noche a la mañana. Pero todos tenemos el deber ineludible de enfrentar activamente a esos enemigos si no queremos perecer en el infortunio de nuestra desaprensión e incapacidad culposa. “Pero el Movimiento Peronista, que tiene una trayectoria y una tradición, no permanecerá inactivo frente a tales intentos, y nadie podrá cambiarlos a espaldas del pueblo, que las ha afirmado en fechas muy recientes y ante la ciudadanía que comprende también cuál es el camino que mejor conviene a la Nación Argentina. Cada uno será lo que deba ser o no será nada. Así como antes llamamos a nuestros compatriotas en la Hora del Pueblo, el Frente Cívico de Liberación y el Frente Justicialista de Liberación para que mancomunados nuestros ideales y nuestros esfuerzos pudiéramos pujar por una Argentina mejor, el justicialismo, que no ha sido nunca ni sectario ni excluyente, llama hoy a todos los argentinos, sin distinción de banderías, para que todos solidariamente nos pongamos en la perentoria tarea de la reconstrucción nacional, sin la cual estaremos todos perdidos. Es preciso llegar así, y cuanto antes, a una sola clase de argentinos, los que luchan por la salvación de la Patria, gravemente comprometida en su destino por los enemigos de afuera y de adentro. ”Los peronistas tenemos que retornar a la conducción de nuestro Movimiento, ponernos en marcha y neutralizar a los que pretenden deformarlo desde abajo y desde arriba. Nosotros somos justicialistas, levantamos una bandera tan distante de uno como de otro de los imperialismos dominantes. No creo que haya un argentino que no sepa lo que ello significa. No hay nuevos rótulos que califiquen a nuestra doctrina y a nuestra ideología. ”Somos lo que las veinte verdades peronistas dicen. No es gritando la vida por Perón que se hace patria, sino manteniendo el credo por el cual luchamos. Los viejos peronistas lo sabemos. Tampoco lo ignoran nuestros muchachos que levantan banderas revolucionarias. ”Los que pretextan lo inconfesable aunque cubran sus falsos designios con gritos engañosos o se empeñan en peleas descabelladas no pueden engañar a nadie. Los que no comparten nuestras premisas si se subordinan al veredicto de las urnas tienen un camino honesto que seguir en la lucha que ha de ser para el bien y la grandeza de la patria y no para su desgracia. Los que ingenuamente piensan que pueden copar nuestro Movimiento o tomar el poder que el pueblo ha reconquistado se equivocan. Ninguna simulación o encubrimiento por ingeniosos que sean podrán engañar a un pueblo que ha sufrido lo que el nuestro y que está animado por una firme voluntad de vencer.

“Por eso deseo advertir a los que tratan de infiltrarse en los estamentos populares o estatales que por ese camino van mal. Así aconsejo a todos ellos tomar el único camino genuinamente nacional: cumplir con nuestro deber de argentinos sin dobleces ni designios inconfesables. Nadie puede ya escapar a la tremenda experiencia que los años, el dolor y el sacrificio han grabado a fuego en nuestras almas y para siempre.” Tenemos un país que a pesar de todo no han podido destruir, rico en hombres y rico en bienes. Vamos a ordenar el Estado y todo lo que de él dependa que pueda haber sufrido depredaciones u olvido. Esa será la principal tarea del gobierno. El resto lo hará el pueblo argentino, que en los años que corren ha demostrado una madurez y una capacidad superior a toda ponderación. “En el final de este camino está la Argentina potencia, en plena prosperidad con habitantes que puedan gozar del más alto standard de vida, que la tenemos en germen y que sólo debamos realizarla. Yo quiero ofrecer mis últimos años de vida a un logro que es toda mi ambición. Sólo necesito que los argentinos lo crean y nos ayuden a cumplirlo.” La inoperancia en los momentos que tenemos que vivir es un crimen de lesa patria. Los que estamos en el país tenemos el deber de producir por lo menos lo que consumimos. Esta no es hora de vagos ni de inoperantes. “Los científicos, los técnicos, los artesanos y los obreros que están fuera del país deben retornar a él a fin de ayudarnos en la reconstrucción que estamos planificando y que hemos de poner en ejecución en el menor plazo. Finalmente deseo exhortar a todos mis compañeros peronistas para que obrando con la mayor grandeza echen a la espalda los malos recuerdos y se dediquen a pensar en la futura grandeza de la patria que bien puede estar en nuestras propias manos y en nuestros propios esfuerzos.” A los que fueron nuestros adversarios que acepten la soberanía del pueblo, que es la verdadera soberanía. Cuando se quieran alejar los fantasmas del vasallaje foráneo siempre más indignos y más costosos. A los enemigos embozados y encubiertos o disimulados, les aconsejo que cesen en sus intentos porque cuando los pueblos agotan su paciencia suelen hacer tronar el escarmiento. Dios nos ayude si somos capaces de ayudar a Dios. La oportunidad suele pasar muy quedo, guay de los que carecen de sensibilidad e imaginación para no percibirla. Un grande y cariñoso abrazo para todos mis compañeros y un saludo afectuoso y lleno de respeto para el resto de los argentinos”.

Se trata de uno de los discursos más duros, más claros en su direccionalidad, de nuestra historia. La condenada es la Juventud Peronista. Son los “infiltrados”. Son los que deberán bajar las banderas que él, Perón, les entregó para movilizarlos en la lucha contra el régimen. Son los que se han puesto la camiseta peronista. Son los que quieren cambiar la naturaleza originaria y pura del peronismo que se expresa en las Veinte verdades peronistas. Y muchas cosas más que analizaremos luego de los hechos. El discurso pone el error, la culpa y la responsabilidad de la inoperancia de una sola parte: la parte de la militancia juvenil y la del gobierno de esa militancia, el del Tío Cámpora. El tono definitorio del discurso, la bronca de Perón al decirlo, su aspecto de Zeus iracundo, revelan que sabía muy bien (como lo dijo) lo que pasaba en la Argentina. Básicamente (en lo relativo al movimiento peronista), a quiénes había dinamizado excesivamente, a quiénes debía detener y a quiénes debía potenciar para que los detuvieran. Aquí empieza su política maniquea de “levantar a la derecha para que barra a la izquierda”. Sólo que la “derecha” con que contaba Perón era siniestra. Esta sí era (como lo afirmara de los cabecitas el diario comunista Orientación) una pandilla de gangsters y pandilleros. Una pandilla de asesinos. En ellos habrá de apoyarse Perón. La Tendencia –un poco con la ingenua creencia de que sus militantes eran tontos– inventaría la Teoría del cerco. Perón estaba “cercado” por “la familia”: López Rega, Lastiri y su propia mujer, Isabel Perón. Era absurdo postular a la vez la fuerza y la debilidad de Perón. ¿Cómo el formidable líder de las masas argentinas admitiría el cerco de una “familia” de pequeños canallas? Era Perón el que estaba al frente de la familia y del operativo de aniquilar a la Tendencia. Esto se supo en seguida. Desde la conducción hasta las bases. Desde la conducción se filtró un chiste macabro que suele contar Miguel Bonasso. ¿El cerco? ¿Qué cerco? Cuando rompamos el cerco nos vamos a encontrar con Perón, sí. Va estar en el medio del cerco, en su mismísimo centro, esperándonos. Con una ametralladora.

Colaboración especial: Virginia Feinmann – Germán Ferrari

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