Por Jacinto Chiclana.-

Inefables aquellos amigos que casi todos tenemos, esos que en el momento justo te descerrajan la frase justa que te hace reír hasta el alma.

Yo tengo uno, al que veo por lo menos una vez por semana y me hace esperar con entusiasmo ese ansiado momento, porque sé que en algún instante, en respuesta a algún comentario mío o alguna situación del ámbito nacional, se descuelga con esa frase que te hace desear tener a mano el celular a modo de grabador de periodista, porque sentís miedo de cambiarle algo que le haga perder valor, cuando luego la repitas a algún otro amigo o amiga.

En el entorno de estos últimos acontecimientos, que vivimos a partir de este último domingo, tanto nosotros como los seguidores de esta década y un quinto de destrucción sistemática de los paradigmas y la implementación de un estado general de enajenación nacional, hemos quedado pasmados de asombro y sorpresa y encontrado libretos en abundancia para explorar nuestro ingenio.

Ni te cuento mi amigo, el de la chispa insolente.

Ya quedaron perimidos los chistes sobre el desastroso canoro de la guitarrita, sus domicilios en pleno médano y sus pretensiones de adueñarse de las maquinitas de hacer la guita.

También han muerto de puro viejas, las pullas sobre Jaime, sus cometas, sus barquitos, sus aviones y sus posadas, con inclusión de la suma irrisoria de dos palitos de desvaídos morlacos y un añito y medio de prisión que no cumplirá, porque a un señor Juez de la Nación se le ocurre pensar que eso es justo a cambio de su confesión.

Nadie le dio importancia tampoco a la profusión de lujosos aviones, bancados por las provincias gobernadas por los socios de este régimen deplorable, adornando como nunca el aeropuerto de la Provincia de Tucumán, en la asunción del nuevo gobernador del escándalo.

¿Quién se acuerda ya del lechón que deberá ceder el morsa por haber perdido la apuesta con los periodistas a los que aseguraba que ganaría en Buenos Aires por más de 10 puntos? Claro que en caso de que realmente honre su apuesta, dudo mucho que lo compre en alguna carnicería, como cualquier hijo de vecino.

Nadie que se precie de estar actualizado en estos sainetes nuestros, que llegan de la mano del siniestro nivel de nuestros políticos vernáculos, recuerda ni festeja aquel “miren menos a Lanata… reflexionemos…” pronunciado con vehemencia por “alpargata rosa”.

Tampoco causan gracia los comentarios de ese émulo de Rasputín que defiende el modelo a ultranza en el programa del Justin Bieber argentino y promete tomarse las de Villadiego si pierde el de Lepanto después del escorbuto, juntando en pocas horas más de cien mil personas que irían a despedirlo gustosos a Ezeiza.

O las declaraciones del periodista importado del Oriente cercano, que asegura que, si gana Macri, le costará mucho adaptarse a esa vida, como si el casi seguro futuro Presidente de la Nación tuviera planeado confiscarle el lujoso piso en Puerto Madero o instaurar un nuevo impuesto al melómano aventajado, que se raja a las Europas cuando le atrae algún concierto, mientras pontifica sobre la igualdad, el combate a la pobreza y las virtudes del modelo. Modelo al que adhiriera sospechosamente en pleno vuelo concurrido, dando una genial voltereta ideológica que quedará en los anales de la inmoralidad, mandando al borrado Borocotó al final de la tabla.

Lo cierto es que ayer, un poco nostálgicos de las divertidísimas cadenas nacionales de hora y media, para inaugurar la expendedora de profilácticos de la estación Floresta del ex Sarmiento o por sexta vez algún hospital de territorio amigo que aún no funciona, nos prendimos con mi amigo, el de la chispa eterna, y otros muchachos de la fonda, a participar con entusiasmo de los tres o cuatro discursos encendidos y llenos de una verba batallante, que nos regalara nuestra enjundiosa sacerdotisa Anubis.

Comenzamos a reírnos en el segundo discurso, porque este guacho sin remedio, con esa picardía que lo caracteriza y ante un giro idiomático, mezcla de lunfardo con castizo español, nos recordó aquel episodio en la fábrica de salchichas, en el que descubrimos a una simpática señorita que estaba al lado de un muchacho y se nos reveló que ella era la que “le llenaba el pomo”.

¡Dios santísimo, perdónanos!

Cuando los pulmones amenazaban con dejar mi caja torácica por el esfuerzo, y los otros festejaban, se descolgó con la famosísima frase que coronó el despegue del cohete portador del satélite ARSAT: “estuvimos cortando clavos hasta recién…”

Claro que no fueron los únicos recuerdos. Pasamos también por el gran descubrimiento de que la diabetes era una enfermedad de los ricos y, de manera inevitable, revivimos al filósofo venezolano que habla con el pajarito cuando éste le transmite los mensajes de Chávez.

Esa proliferación explosiva de frases célebres de particular cuño, que harían morir de vergüenza y envidia a los que el mundo considera como grandes estadistas, relatados sin duda ni error por mi amigo, no tienen precio.

Además de tenerlas recopiladas cronológicamente, recordando fechas, circunstancias y protagonistas, las revive con una suerte de virtud narrativa que hace que se te salten los bofes sin remedio.

Así estábamos, riendo a más no poder, aunque en el fondo sabíamos que de alguna manera íbamos a extrañarlas y seríamos acuciados por el inevitable síndrome de abstinencia, transitando la segunda quincena de diciembre.

Y como cierre del aquelarre de risa, más o menos por el cuarto discurso encendido, con las palmeras enmarcando tan magna ocasión, el guachísimo de mi amigo se descolgó con esa frase inigualable, “como el tiro del final en un rincón…” Del inolvidable tangazo: “Si se hicieran realidad algunos de los vaticinios apocalípticos de las películas de catástrofes y llegara el fin del mundo… y quedáramos sólo ella y yo en un remoto paraje, como únicos sobrevivientes de la hecatombe, creo que… lamentablemente… se extinguiría la especie…”

Tragué tanto aire que me conquistó un hipo insoportable.

Pero cuando nos calmamos un poco y se fue diluyendo la hilaridad de todos, nos sentimos como vacíos.

¿No sería como cuando éramos chicos y después de vernos al hilo las tres películas de Laurel y Hardy, con el número vivo de antología entre la segunda y la tercera, salíamos del cine anhelando la llegada de la próxima semana?

¿Que podrá llenar este hueco que quedará en nuestras vidas?

Y con resignación y tristeza, todos sentimos pena.

¿Sería como cuando terminábamos el recorrido del tren fantasma en el viejo Parque Japonés o el Ital Park de Retiro, cuando cansados y roncos de tanto gritar de terror cada vez que en una curva nos salía al paso un esqueleto terrorífico o una calavera repleta de arañas pollito, le rogábamos a la vieja que nos diera los veinte guitas para dar otra vuelta, inundados de eso que hoy llaman masoquismo, aunque nosotros no le conocíamos el nombre?

¿Nos adaptaremos a vivir en una Argentina más “normal”?

¿Quién o quiénes darán la letra para los chistes de nuestro amigo?

Pero te juro que, cuando todos nos calmamos y nos mirábamos con ojos vacíos después de los furiosos ataques de risa, se me ocurrió zamparles la frutilla del postre. Y mi pensamiento, expresado gravemente, nos dejó temblorosos y preocupados.

“Aprovechemos a reírnos, che. En las condiciones en las que éstos nos dejan el país, lo que viene será más parecido a las Obras Maestras del Terror de Narciso, que a la maratón de películas de los Tres Chiflados del Gran Cine Floresta, en la matinée de los jueves a la tarde…”

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