Los magnates peronistas que llegaron a celebrar la asunción de Juan Manzur se fueron felices de Tucumán en sus jets sanitarios, cargando valiosas botellas de vino, gentil obsequio del anfitrión.

Durante la fiesta, como un guía turístico, Manzur paseó a los jeques -liderados por Daniel Scioli- por los múltiples espacios de la mansión, y luego los invitó a descender a su impresionante cava privada para probar algunos “vinitos”.

Si bien las cámaras de TV todavía no accedieron a la bóveda de Sopita, los gobernadores del PJ, entendidos en el tema, revelaron que “es más moderna y segura que la de Lázaro Báez”, que se hizo famosa en el programa de Lanata, y luego recibió algunas reformas.

Los invitados al subsuelo de Manzur sólo alcanzaron a observar vinos en las paredes, aunque alguno imaginó un falso acceso al depósito con otro tipo de remesas (con sellos legislativos o de un macro banco de Tucumán).

Scioli estaba en éxtasis, casi como Néstor ante una caja fuerte. El motonauta es un devoto de los vinos exclusivos y también tiene su millonaria bodega privada.

En la residencia de Villa La Ñata, “blindada y ambientada a 15 grados hay una cava bautizada Don José, en recuerdo de su padre. Scioli jura recordar quién le obsequió cada vino que duerme en su bodega”, contaron Pablo Ibáñez y Walter Schmidt en el libro “Scioli secreto”.

Manzur no se queda atrás. Según algunos de los visitantes, Sopita posee botellas exclusivas que valen más de 30 mil pesos cada una. Bastante para una provincia en la que decenas de miles de personas padecen hambre, al punto que se ven obligados a vender su voto por una bolsa de comida.

De todos modos, Manzur comentó que la situación social lo preocupa mucho. Explicó que para discutir esas cuestiones suele acompañarse en sus libaciones con otro copioso catador, Alfredo Zecca. El robusto arzobispo, además de asesor espiritual de Sopita, es uno de los paladares más expertos del NOA en vinos de gama superior.

Sopita pasó una infancia apretada en materia económica, pero la política le permitió tomar revancha. Su residencia -decorada con el mal gusto propio de los nuevos ricos y lujos extremos como un ascensor de última generación- se fue expandiendo hacia los terrenos linderos, incluso barriendo lotes humildes sin papeles de la Diagonal.

La casa con bóveda de Sopita, en calle Belgrano a pocos metros de la avenida Aconquija, hoy es casi como una pequeña ciudad. Y si sigue al mismo ritmo, en 2019, cuando termine su primer mandato, quizá contenga a todo el Casco Viejo de Yerba Buena. Para entonces, los arquitectos ya están imaginando una bóveda más grande que la del Tesoro Regional ubicado en el subsuelo del Banco Nación Tucumán. (Contexto)

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