Por Hugo Morales.-

Pese a que no lo llevaba en sus boletas -como en las anteriores presidenciales del 2011 cuando apoyó a Cristina Fernández de Kirchner- la estrategia de aproximación que siempre tuvo el gobernador del Neuquén, Jorge Sapag con el kirchnerismo, favoreció el amplio triunfo de Daniel Scioli en toda la provincia, con excepción de las recoletas San Martín de los Andes y Villa La Angostura donde ganó Mauricio Macri que se referenció en Neuquén, en el intendente de la capital, Horacio Quiroga. Sapag no disimuló sus simpatías por el candidato K y sin que lo alentara explícitamente, dejó crecer la versión de que podrá ser el próximo ministro de Energía del bonaerense si en octubre llega a la Presidencia de la Nación y al mismo tiempo crítico duramente a Macri, a quien calificó de burro. La mera posibilidad de que Neuquén tenga incidencia en el manejo de la política petrolera y gasífera del país acrecentaron las chances de Scioli.

Si se analiza el mapa político provincial a la luz del negocio petrolero, en apenas 3 meses el Frente para la Victoria (FpV) pasó de ser la segunda fuerza política por casi 10 puntos abajo a ganar estas elecciones por un margen superior a los 8 puntos (38,41% contra 30,07%) sobre Cambiemos. Y este cambio en el electorado no fue porque se haya decidido un cambio drástico de la política económica nacional sino porque apareció ante los ojos de los votantes la posibilidad cierta de que Neuquén, a través de su actual gobernador, pueda definir políticas que le permitan mantener sus expectativas de crecimiento y de mejor estándar de vida. El neuquino medio es tremendamente pragmático y así como en el pasado no vaciló en favorecer a los candidatos del MPN, hoy aparece premiando a aquel candidato presidencial que por sí, o por terceros, pueda garantizar las premisas de una mejor calidad de vida.

Y en esto Sapag, utilizó la astucia oriental de profundizar esa necesidad del electorado de seguir participando de la renta petrolera al otorgar un guiño a los rumores sobre su incorporación a un gobierno de Scioli, avalado por esa política de alianzas -eufemísticamente denominado Federalismo de Coordinación- con el gobierno de CFK. Al mismo tiempo y poco habitual en su modo de hacer política se mostró extremadamente duro con el principal adversario del kirchnerismo: el jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Mauricio Macri.

Al votar en San Martín de los Andes, el neuquino zamarreó al líder del PRO al descalificarlo con que no conoce Kuwait y menos Neuquén al responder la comparación peyorativa de Macri de que “la provincia petrolera es un emirato árabe pero con menos desarrollo que San Luis”, una agresión que suele calar hondo en la epidermis del neuquino medio a quien la soberbia porteña suele erizar su epidermis. Para rematar la estocada, Sapag calificó de “burrada” a las expresiones de Macri y dejó abierta la propuesta de Scioli: “aspiro a dar lo mejor de mí, en cuerpo y alma para el bien de la República», remató ante una pregunta sobre su posible incorporación a un futuro gabinete presidencial del sciolismo.

Para completar esta estrategia de aproximación, el MPN que responde monolíticamente al gobernador -incluido su sucesor Omar Gutiérrez- no llevó candidatos presidenciales en sus boletas y trabajó a media máquina en la campaña por los candidatos propios a diputados nacionales que ocuparán el asiento de Alicia Comelli quien deja un asiento clave en el Congreso. Ese cargo suele ser vital para las negociaciones permanentes de La Provincia con la Nación, un toma y daca que Neuquén practica desde siempre para la defensa de sus intereses. Los ejemplos de Felipe y Elías Sapag, fundadores del MPN y hacedores del Neuquén moderno, son elocuentes. Hoy la disputa pasa por el petróleo como ayer se centralizó en sus ríos y parques nacionales.

Federalismo contra centralismo. En esa ecuación antinómica, la figura de Scioli emerge mucho más permeable que la de su oponente Macri, quien solo logró adhesión en la figura de un decidido antikirchnerista como es Quiroga, quien -en la misma proporción- no muestra esa virulencia contra el MPN pese a las tenidas -obvias de la política- confrontativas con Sapag, en un juego pendular donde ambos se necesitan para mantener una gobernabilidad acosada por un gremialismo exacerbado y una industria petrolera que no permitirá saltos al vacío.

Precisamente, en esa ecuación, el tercero en discordia, Sergio Massa, no logró perforar el entusiasmo de las fuerzas dominantes y se resignó a cuadros medios sin peso en la política local y que, normalmente, circulan colgados de los espacios generosamente otorgados por el propio emepenismo. Por una cuestión más de lealtad personal y corporativa por su relación con Hugo Moyano, el tigrense solo logró -al inicio de su campaña- un tibio apoyo del senador Guillermo Pereyra, que luego se fue disipando al disciplinarse el hombre fuerte del sindicato petrolero en su apoyo al candidato Kaiser, puesto en esa aspiración, por el dedo de Sapag.

Ante ese escenario, no le resultó difícil al Frente para la Victoria, imponer a sus candidatos: el actual diputado nacional Alberto Ciampini, quien va por su reelección y el intendente de Cutral Có, Ramón Rioseco, quien perdió las últimas elecciones para gobernador en manos del sapagista Gutiérrez. Ríoseco sin posibilidades de ser reelecto en su ciudad de origen busca un destino político que lo salve del ostracismo y mantenga sus prerrogativas de insistir por el kirchnerismo en el 2019, si Oscar Parrilli -el actual Señor 5 de Cristina Fernández y mandamás del PJ provincial- así lo decide. Claro que para que el kirchnerismo neuquino pudiera imponer a su presidenciable debió contar con ese dejar hacer del emepenismo gobernante y de su máximo elector: Jorge Sapag.

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