(defensa.com) Para muchos analistas el actual notable acercamiento económico y político de la nación del Plata con el gigante asiático apunta no solo a una clara visión estratégica de Pekín en América del Sur, tendente a asegurarse una provisión permanente de materias primas y a la inserción de empresas chinas en el manejo de vitales firmas y actividades, tal el caso de conglomerados metalúrgicos y puertos, sino también a las urgencias financieras y políticas de Buenos Aires.

La permanencia de problemas derivados del default y la complejidad que ha signado las relaciones de Argentina con la banca internacional en los últimos años, solo obtuvieron una evidente marginación de la nación al acceso de créditos para obras y servicios vitales para la población. Con un fuerte discurso contra el “imperio” de la presidente Cristina Fernández de Kirchner y en un contexto interno configurado para vivir de los verdes billetes provenientes de la soja, la caída de los precios de los productos que el país exporta provocó una presión cambiaria e inflacionaria, que redujo violentamente el caudal de reservas (se perdieron veinte mil millones de dólares en poco tiempo), además de la voracidad fiscal de un Estado que no para de crecer frenando cualquier iniciativa privada, llegamos a dos caminos para estabilizar la situación: Solucionar el frente externo o conseguir fuentes alternativas para obtener dólares necesarios para mantener la marcha de la economía y hacer frente a los compromisos externos.

Frente a un inaceptable costo político que implicaría la primera circunstancia, la de solucionar la relación financiera con el exterior y para peor, en un contexto de clara restricción para la emisión de deuda luego del fallo de la justicia de EEUU a favor de los holdouts -o fondos buitres como dice Cristina-, la decisión fue ir por otras vías.

La urgencia financiera, acicateada por una baja en las exportaciones y en los precios ya comentados, obligo a un redireccionamiento hacia China. Este coloso ya decidió hace mucho tiempo, tener una influencia planetaria, que incluye a zonas que siempre fueron de dominio estadounidense, como es el caso de Latinoamérica.

De tal modo, Buenos Aires puso la mirada en Pekín, cuyos hitos son la adjudicación de grandes obras de infraestructura a China, la adquisición de material ferroviario por 1.500 millones de dólares, el dragado de puertos y la administración de algunos de ellos, el ofrecimiento de equipo bélico para modernizar las fuerzas armadas argentinas, la firma de un convenio de cooperación que privilegia a las empresas chinas, y la obtención de un swap de monedas que de el vital oxigeno para al gobierno de Argentina.

Este artilugio financiero ha logrado que la administración bonaerense congele la situación económica nacional, manteniendo una tensa calma que logre al gobierno llegar hasta la entrada de una nueva administración, que recibirá una caja de Pandora con muchos misterios que, sin lugar a dudas, es un artefacto explosivo que habrá que desactivar con consecuencias inimaginables. Este giro tan significativo de la Cancillería argentina lo entendemos enmarcado en un intento casi desesperado por conseguir divisas fuertes, más que tendente a una sincera y eficiente estrategia internacional atinente a mejorar la posición nacional, lo que demuestran algunos hechos.

Pekín lanzó el Banco Asiático de Inversiones e Infraestructura (AIIB), para ello la diplomacia china invito a numerosos países a integrar el comité fundador entre ellos Alemania, Italia, Rusia, Corea del Sur, Holanda y hasta el mismo Reino Unido -pese a las presiones norteamericanas en contrario- para unirse a este emprendimiento chino.

Los mismos integran dicho banco como naciones fundadoras, mientras que el servicio exterior argentino ni se dio por enterado. Se suponía que el país debía aspirar a ingresar a semejante institución bancaria en un lugar de privilegio, valorando los millonarios negocios que se están realizando entre ambas naciones. El 15 de abril pasado, el gobierno chino conformó la definitiva lista de los socios, 51 países son fundadores de este megabanco y no está entre ellos el país sudamericano. Todavía, las autoridades nacionales no explicaron el porque de nuestra ausencia en el AIIB y de los beneficios que no tendrán nuestros empresarios y de las posibilidades que si tendrán los de otros países, que entienden la proyección china.

Es evidente que los movimientos en las interrelaciones del país son más bien producto de perentoriedades manifiestas y no obedecen a una planificación estratégica relacionada con la inserción de la Argentina en el orden mundial. La reciente visita de autoridades militares argentinas a China y los continuos ofrecimientos de armamento asiático implican la posibilidad cierta de negocios, aun forzados por la necesidad. Aviones, helicópteros y equipos de todo tipo son presentados como un gran mercado ante los ojos ansiosos de funcionarios nacionales que intentan hacer algún negocio antes de irse a fin de año, cuando deban entregar el gobierno a nuevas autoridades políticas. En Buenos Aires todo es posible (Luis Piñeiro, corresponsal de Grupo Edefa en Argentina)

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