Por Carlos Tórtora.-

Actuando prácticamente como si ya hubiera asumido, en una semana Alberto Fernández se zambulló en la política internacional dejando una serie de consecuencias. No habiendo asumido, su obligación de participar de la crisis boliviana era relativa pero él optó por ser protagonista. Como paso previo, selló un acercamiento con Andrés Manuel Lopez Obrador que le dio oxígeno regional y luego se lanzó a erigirse en el líder del progresismo sudamericano, tomando como bandera la condena al movimiento cívico militar que liquidó 14 años de hegemonía de Evo Morales. La caída de Evo le amplió el espacio político. Alberto aparece como el único mandatario progresista de la región, rodeado de conservadores como Sebastián Piñera, el peruano Martín Vizcarra, el paraguayo Abdo Benítez y, por supuesto, Jair Bolsonaro. La jugada de Alberto de condenar al nuevo gobierno boliviano puede salirle bien en caso de que Morales consiga imponer en las urnas a un hombre de su confianza. Si, en cambio, triunfa un antichavista, Alberto podría quedar aislado entre gobiernos adversos. Pero audacia no parece faltarle, por ejemplo, al condenar el apoyo que Donald Trump le diera a la cúpula que echó a Morales. Cerca de Alberto explican: “Fue una jugada de cara al frente interno, o sea, pensando en Cristina”.

Construyendo un espacio

Así es que el espacio internacional que se está construyendo el presidente electo pasa por una franja a la derecha de Maduro y la izquierda de Bolsonaro. Con éste y luego de los choques iniciales, Alberto está compitiendo como puede, dada la desigualdad de poder. El brasileño admitió que coquetea con el gobierno chino para la firma de un eventual tratado de libre comercio bilateral pero de inmediato Alberto contragolpeó dejando trascender que hay posibilidades de reactivar el plan para la construcción de una central nuclear con un crédito chino de US$ 9.200 millones. Con respecto a Bolivia, hoy el teatro de batalla del chavismo y el antichavismo, el plan de máxima de Alberto es que Evo se instale en la Argentina como asilado pero encabezando una especie de gobierno paralelo que daría mucho que hablar. Sólo la caída de Maduro podría evitar la larga crisis que le espera a Bolivia. Pero la situación venezolana es totalmente distinta a la boliviana. Allí, por ejemplo, los mandos militares se encuentran profundamente comprometidos con la revolución bolivariana y les resulta muy difícil pasarse de bando. En realidad, los militares venezolanos temen que les pase lo mismo que a los argentinos. Es decir, que haya juzgamientos masivos y que la sociedad los condene por largas décadas.

A los tumbos y rodeado de incógnitas, Alberto se abre paso en la política regional sabiendo que se hizo de un enemigo poderoso -Bolsonaro- y que el socialismo del siglo XXI no parece tener un futuro muy promisorio.

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