Por Carlos Pissolito.-

Desde siempre los viajes han sido propicios para el conocimiento. Famosos fueron los relatos viajeros del griego Puasanias o del veneciano Marco Polo como los son hoy los de los norteamericanos Ernest Hemingway y Robert Kaplan.

No hay como ver la cosas sobre el terreno y por uno mismo. En ese sentido, recuerdo mi primer viaje a Tierra Santa que me llevó a comprender mejor muchos aspectos de esta conflictiva zona a través de los testimonios de su propia gente.

Esta vez, me fui de viaje a Colombia. Ya había estado antes, invitado a hablar de DDR ante oficiales y funcionarios de defensa colombianos. DDR es una sigla que por sus palabras en inglés significa: la desmilitarización, la desmovilización y la reinserción de combatientes en el marco de un post-conflicto.

Pero, este viaje fue uno distinto, uno lleno de sincronicidades y de felices coincidencias que me permitieron conocer mejor lo que está pasando.

Por ejemplo, me permitió explorar la marcha del denominado DDR colombiano. Uno que viene no sólo problematizado por su propias dificultades. También, especialmente, por la corrupción de ciertos estamentos secundarios pero vitales de la logística que debe proveer el gobierno.

Más allá de cualquier ideología, no suena lógico desmovilizar a un viejo guerrillero para meterlo en una carpa a 40º de calor en plena selva y darle un pésima comida en nombre de la paz.

En este sentido, los militares, -en general, y los que entre ellos han negociado con las FARC -en particular- son mucho más respetados por éstas que los políticos y otros funcionarios del gobierno colombiano.

Volviendo al marco general, hay que reconocer que pese a su distancia, Colombia no está tan lejana de la Argentina como nos puede parecer a primera vista. Ya en la época colonial muchas fueron las coincidencias que nos unieron. Empezando por lo que los colombianos denominan como su «historia boba». Un periodo de indefinición política entre 1810 y 1816 Y en el que no se decidían a ser independientes de España. Tal como nos pasó a nosotros en ese misma etapa y el que se empleó para fines similares la denominada «Máscara de Fernando».

También, ambas patrias chicas han sido la cuna de dos grandes libertadores de la Patria grande americana. Colombia la de Simón Bolívar y nosotros la de José de San Martín.

Otras coincidencias menores son el uso común de la denominación de «Provincias Unidas» para nuestras primeras formas de organización política. Y la presencia un arquetipo criollo similar: el llanero colombiano y el gaucho rioplatense. Hombres solos que esperan.

En forma, muchísima más reciente, las concurrencias han vuelto a producirse. Esta vez producto de la inmigración que promueve el turbocapitalismo del narcotráfico. Pues, ya no es un secreto para nadie que muchos colombianos han elegido nuestras tierras; ya sea como su refugio seguro y confortable o como su nueva área para expandir sus operaciones delictivas.

La radicación de la viuda y del hijo del asesinado capo narco Pablo Escobar Gaviria en los 90 y los más recientes asesinatos de Unicenter del 2008 son solo dos de los muchos ejemplos que podrían citarse. En ambos casos, cada uno de ellos, los buenos o los malos, parecen sentir la necesidad de escribir en sus vidas colombianas su respectivo capítulo argentino.

De lo que no podemos tener duda es de que en nuestro país existen condiciones favorables para que estas historias se sigan multiplicando.

Un problema adicional -no menor- que las puede impulsar en el futuro es el hecho de que en Colombia el narcotráfico se encuentra asociado a la antigua guerrilla de las FARC.

Precisamente, hace pocos días atrás, el gobierno colombiano firmó un tratado de paz con esa fuerza guerrillera. A la par, ha iniciado, bajo el control de la ONU, las tareas de campo vinculadas con el desarme, la desmovilización y la reinserción de los combatientes de las FARC. Las de la sigla DDR mencionada más arriba. Al margen, de las dudas que se plantean los expertos internacionales sobre que este proceso arribe al final feliz esperado por todos. Nos preguntamos nosotros, si el mismo no vendrá acompañado de una inmigración de muchos de los desmovilizados hacia nuestras tierras.

Hace pocos días en estas mismas páginas se publicaron dos artículos de Carlos Tórtora (cliquear: https://www.informadorpublico.com/terrorismo/importante-aumento-de-la-actividad-armada-mapuche-que-presagia-la-llegada-de-las-farc-a-la-patagonia) donde se hacía mención a esta posibilidad. Es más, se especulaba que su zona elegida de destino sería la región del Comahue. Coincidentemente, el articulista reflexionaba de una posible colusión entre los guerrilleros a ser desmovilizados y las organizaciones sediciosas mapuches que operan en la zona -especialmente del lado chileno- desde hace algunos años.

No estamos en condiciones de afirmar o de negar que esto sea probable, ni siquiera posible. Aunque el razonamiento y sus fundamentos suenen bastante lógicos y merezcan ser tenidos en cuenta.

Lo que no podemos negar es lo siguiente:

1ro La presencia, desde hace algunos años, de ciudadanos colombianos vinculados , de alguna forma u otra, con el narcotráfico en nuestro país.

2do Que el narcotráfico colombiano está estrechamente ligado con el financiamiento de las FARC, como estas mismas fuerzas guerrilleras lo han reconocido.

3ro Que, actualmente, las FARC han iniciado un complejo proceso de paz que incluye actividades de DDR. En el cual, es lógico que se presenten facciones disidentes que no lo acaten o que migren a otros lugares más propicios para continuar con sus actividades violentas.

De lo expuesto se puede concluir, sencillamente, que la infiltración de miembros de la FARC hacia nuestro país es posible. Aunque, en nuestra opinión, es poco probable que se radique en nuestros bosques neuquinos. Nos inclinamos, más bien, a una saturación de las zonas ya disponibles por los narcos colombianos que operan por estas tierras; vale decir pueblos de nuestro NOA y asentamientos ilegales de la CABA y el Gran Buenos Aires.

Lo dicho no implica descartar la tesis de su posible accionar coordinado con la incipiente insurgencia mapuche o con otras mafias locales. Pues, como bien lo dice el dicho: Dios los cría y ellos se juntan.

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