Por Germán Gorraiz López.-

«La pasión de dominar es la más terrible de todas las enfermedades del espíritu humano» (Voltaire).

La personalidad del autócrata encajaría plenamente en la descripción médica del trastorno conocido como psicosis paranoica.

Su pensamiento suele ser rígido e incorregible: no tiene en cuenta las razones contrarias, sólo recoge datos o signos que le confirmen el prejuicio para convertirlo en convicción y aunque esté aquejado de dicho trastorno delirante sería bastante funcional y no tiende a mostrar un comportamiento extraño excepto como resultado directo de la idea delirante. Así, el autócrata se alía con la incongruencia y consigue desarbolar cualquier estrategia opositora que sea mínimamente racional.

La paranoia del autócrata se agrava al verse afectado por el llamado “sindrome de hybris” citado por el médico y político inglés David Owen en su obra “The Hybris Syndrome: Busch, Blair ant the Intoxication of Power» término procede de la palabra griega «hybris” que significa desmesura y se conoce como » la enfermedad del Poder».

Asimismo, su falta de otredad deriva en paranoia megalómana, “entendida como delirio de grandeza que provoca que el individuo se crea dotado de un talento y un poder extraordinarios debido a que las deidades le han elegido para una alta misión».

Los que sufren dicho síndrome tienden a la transgresión de las normas generales admitidas pero el tener un ego enfermo de hybris conlleva un castigo o némesis que puede desembocar en una crisis personal en la que el enfermo corrige su conducta y adquiere el conocimiento de la otredad, aspecto altamente improbable entre los autócratas.

En consecuencia, sólo cabe esperar a que un determinado número de personas (Masa Crítica), alcance una conciencia más elevada, momento en que es capaz ya de realizar un salto evolutivo, lograr un cambio de mentalidad e imponer finalmente un ideario que liberará al autócrata de la enfermedad del Poder y le condenará al ostracismo político.

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