Por Luis Tonelli.-

El BREXIT ha conmocionado al mundo. Todos el “establishment global esperaba que finalmente primara una suerte de responsabilidad colectiva y triunfara el voto por el “stand” dentro de la Comunidad Europea. Juzgaban que un pueblo educado como el británico no sucumbiría a los cantos de sirena del populismo posmoderno y evitaría así un verdadero suicidio geopolítico.

Pero llegó el día del plebiscito, ese que nunca se tuviera que haber sido, no más por razones institucionales, y fue el BREXIT el ganador (en Gran Bretaña rige un parlamentarismo en donde el Primer Ministro es elegido indirectamente por los parlamentarios. Por lo tanto, ha sido un tanto extraño someter una decisión plagada de tecnicismos a la consideración del electorado en general. Y esa es la brutal responsabilidad histórica de David Cameron, en abrir el cauce institucional a lo emocional justo en un momento de dificultades para la CE).

Las interpretaciones de semejante cataclismo están a la hora del día: están quienes dicen que fue una reacción atávica ante el terror a la invasión inmigrante a la isla; otros hablan del ascenso del populismo, debido a las frustraciones de una economía que no levanta; están quienes señalan la resistencia insular a la burocracia centralizada comunitaria. Todas esas explicaciones hacen mención a aspectos concretos que ciertamente se han manifestado en el BREXIT.

Pero, por otro lado, uno puede colocar semejante decisión, que fue particularmente mayoritaria en Inglaterra, dentro de una perspectiva histórica de más largo aliento. Como otro capítulo de la disputa ancestral entre lo Global y lo Local, la Isla y el Continente, y que tiene como último epígono del conflicto el choque entre la economía real y la economía financiera.

La relación de lo global y local ha sido conjugada históricamente en términos del poderoso par conceptual Mar y Tierra y es plausible entonces ver el BREXIT dentro de esta dicotomía existencial que estuvo en la base de todos los conflictos europeos, desatados con toda la brutalidad que permitió la técnica durante las dos Guerras Mundiales, siendo en la Segunda donde el Mar, la coalición dirigida por Estados Unidos, Rusia y Gran Bretaña se impuso al Continente hegemonizado por los nazis.

No es por casualidad, que sea en esa Alemania que entra en efervescencia nacionalista durante la república de Weimar en 1916 donde se dan los diagnósticos más profundos sobre la disputa que está en juego, y de todos quizás es Carl Schmiit, el jurista de Hitler, pensador maldito si lo hay, quien produce los insights más profundos para entender el conflicto existencial moderno.

En el crepúsculo de su dilatada carrera y su longeva existencia, Schmitt en sus obras Mar y Tierra y fundamentalmente El Nomos de la Tierra volvió su atención sobre las relaciones internacionales. En la misma línea de Martín Heidegger y Max Weber consideró a la modernidad definida por la irrupción y el dominio de la “racionalización técnica”, impulsada fundamentalmente por las nuevas potencias mundiales -donde tanto los Estados Unidos como la Unión Soviética tomaban la posta dejada por Inglaterra-.

En su tan polémica como sugestiva interpretación del Leviathan de Thomas Hobbes, Schmitt había considerado que sus ideas solo se habían realizado parcialmente y en la Europa continental, en donde se constituyeron Estados burocráticos territoriales bajo el signo de la legitimidad barroca. En cambio, en su país natal, Inglaterra, contra lo preconizado por Hobbes, el monstruo marino Leviathan se había erigido dominante del Mundo pero sin un aparato estatal, fragmentándose en su vocación por el comercio, difuminándose la frontera entre los poderes políticos directos y los económicos e indirectos, apoyada en la aristocrática Royal Navy y los corsarios que robaban privadamente para la Corona. La conquista del mar, esa superficie indistinta y sujeta a la técnica anunciaría el pronto dominio del aire y de allí, sin escalas el del cyberspace de la actual economía globalizada en la que reina las finanzas globales.

El BREXIT sería así una manifestación de la vocación anti estatal, marítima, del derecho privado, de la civil society inglesa, pero que extrañamente es resistido por la quintaesencia de ese capitalismo victorioso, el sector financiero británico. Pero no es difícil explicar esta inconsistencia estamental: Inglaterra ya no es la potencia hegemónica que garantiza la Pax mundial de la época de la Reina Victoria, en la que Britannia ruled the waves, si no que la City financiera se ha erigido en una capital financiera global pero gracias a Europa. El establishment quería menos controles pero sin dejar de pescar en la palangana de la Comunidad Europea. El BREXIT los arroja al mar abierto, donde otros jugadores globales tienen ventajas comparativas.

No hay que sorprenderse entonces, que todas las pulsiones populistas se disolvieran apenas las islas fueran golpeadas por los efectos no queridos de la decisión del electorado, como la abrupta caída de la Libra Esterlina. Los Conservadores rápidamente han desatado un Termidor en contra de los líderes del BREXIT, Boris Johnson y Michael Gove, para dejar como reemplazo de Cameron a la Ministra del Interior que estaba a favor del Remain, Theresa May.

Finalmente es el Sistema el que se impone con su lógica implacable pese a las veleidades nostálgicas y atávicas de una soberanía que, paradójicamente, si tuvo siempre un contrincante, fue esa inveterada vocación de la Isla de Albión por el mar abierto. (7 Miradas, editada por Luis Pico Estrada)

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